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Tuesday, March 25, 2008

El gran salto

4 de marzo de 2008
Tinta rápida

Raúl Rivero

El gran salto


En este febrero denso y fugaz, un mes pródigo en ilusiones y derrumbes,
hemos dejado pasar por debajo de la mesa de casa el tercer aniversario
de la muerte de Guillermo Cabrera Infante. Un descuido fatal porque sus
espejuelos de aros olímpicos hubieran permitido esclarecer, desde el
primer momento, el paisaje empañado que la propaganda pintó a brochazos
sobre la realidad cubana.
Esa espantosa costumbre de acordarse de los muertos ilustres nada más
que en las fechas redondas, nos ha privado de su lucidez de ciudadano,
de sus meditaciones dentro de las nube de humos de los habanos y del
coraje que no le faltó nunca para escribir la verdad sobre el país que
amaba.

Cabrera Infante –y su esposa, la actriz Miriam Gómez- pagaron con años
de exclusiones, penurias y sufrimientos personales, esa capacidad del
escritor de empezar a decirlo todo y a desmontar el cobertizo
cochambroso del totalitarismo. Otros todavía veían (veíamos) espejismos
y sueños que hubo que pagar a plazos en crecientes porcentajes de
libertad.

Su amigo Tomás Eloy Martínez, recuerda en una crónicas sobre el autor
de Tres tristes tigres, que tan temprano como en junio de 1968 fue a
visitarlo a Londres. Dice que en un bar de Kings Road, después de
asistir a una función privada de 2001: Odisea del espacio, Cabrera
Infante le hizo relató su último viaje a Cuba, en el verano boreal de
1965.

Esto fue lo que le contó al escritor argentino: "Mi madre acababa de
morir de una enfermedad de la que nadie moría, otitis crónica, que se
convirtió en una infección mal atendida...y cuando recorrí la Habana
después de los funerales me di cuenta de que nada estaba en su lugar.
Cuba ya no era Cuba. Era otra cosa, una mutación, un trueque de
cromosomas. En una increíble cabriola hegeliana, mi país había dado un
gran salto adelante, pero había caído atrás."

Sus posiciones frente a la dictadura las mantuvo hasta la noche del
20 de febrero de 2005. Sus broncas, su blindaje ante proposiciones y
sugerencias edulcoradas de personajes de los que él sospechaba, tienen
su origen en el amor. No en el odio irracional y la amargura, como
dicen el oficialismo y sus serviciales amigos.

Hablo de su amor a Cuba. A La Habana, una ciudad pecadora y alegre que
él dejó en sus libros, y el socialismo real ha fraccionado para
entregarle una parcela de lujo a los turistas. La otra parte, la de los
cubanos, la ha convertido en la Pyongyang del Caribe.

Si, hablo de su pasión por el lenguaje de los habaneros y sus juegos de
palabras y por el cine donde vio su primera película, el parque en el
que vio a la muchacha aquella y por el olor de la imprenta de la revista
Carteles.
No hay que esperar ninguna fecha. Hace falta repasar su obra
monumental mientras estén en el poder los productores de las cabriolas
hegelianas.

http://www.cubanet.org/CNews/y08/mar08/04inter1.html

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