Las baratas
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - No es cierto que en el 
mercado cubano del sexo solamente se aceptan dólares, chavitos o euros. 
Este tema, como casi todos los relacionados con el mísero día a día en 
nuestra Isla, está repleto de tópicos, falsos por lo general, que se 
repiten hasta el aburrimiento, a veces por desidia, pero otras veces, la 
mayoría, por ambigua intención de quienes juegan a decir (o hacer creer 
que dicen) la verdad mencionando apenas sus constituyentes menos graves.
No resulta raro entonces que entre los múltiples despachos que desde La 
Habana abordan el tema de la prostitución, queden siempre al margen 
ciertas infelices flores del chiquero que abundan (posiblemente en 
número mayor que las dolarizadas) no ya en los sitios del turismo 
internacional, sino en la ciudad profunda, junto a mostradores de mala 
muerte, en el entorno de las pipas de ron peleón y cerveza a medio 
cocinar, en las congestionadas terminales y paradas para pasajeros 
categoría zeta, en las calles, en las aceras de la gandulería, en los 
suburbios, a la vera de cualquier sucia oscuridad.
Es muy difícil que en cada cuadra de las barriadas pobres capitalinas no 
encontremos por lo menos a una de estas meretrices de bajo perfil, lista 
para desempeñar su arte del "francés" (felación) por unos cuantos pesos, 
o para prodigarle un calentón al más pinto a cambio de un plato de 
comida o de un par de tragos.
Especialmente entre los ancianos solitarios suelen disponer de un 
mercado estable y que no les demanda extraordinarios esfuerzos. Poco 
parece importarles que este tipo de usuario sea por lo general muy 
descuidado en materia de aseo. Ellas tampoco se distinguen por ser 
limpias. En compensación, los ancianos resultan menos violentos, a la 
vez que más generosos que el resto de su clientela. Sin contar que 
muchos les brindan sus cuartos inmundos en oportunidad de privilegio 
para pasar la noche bajo techo.
Excluidas entre los excluidos, abandonadas, indigentes, brutas, sin 
horizonte más allá de sus narices y sin santo al cual encomendarse, 
estas prostitutas baratas resultan tan poco atractivas que ni siquiera 
han llamado la atención de los cronistas, que cuando no encuentran otro 
asunto poco peligroso de qué ocuparse, vuelven a incurrir en la fábula 
de nuestras rameras respetuosas, cultas y saludables, sobre las que han 
llegado a escribirse boberías tales como que no jinetean para satisfacer 
necesidades económicas de primer orden, sino por amor al arte o por el 
afán consumista, en fin, movidas por influencias, gustos y aspiraciones 
que les llegan desde el extranjero.
Otros clichés de mala factura aseguran que las prostitutas cubanas 
visten al último grito de la moda, como muy pocas personas pueden 
hacerlo en la isla. Y otros mienten, al sostener que el ejercicio de la 
prostitución se circunscribe a ciertos lugares de la capital que la 
mayoría de los habaneros no frecuenta, por lo cual no tenemos que sufrir 
su espectáculo. Incluso hay quienes caen en la mentecatada de afirmar 
que actualmente se registra una apreciable disminución en los índices de 
putería, debido a la eficacia de la acción policial; y lo que es el 
colmo, a que nuestra recuperación económica está incidiendo en la 
mejoría de los ingresos familiares.
Más les valiera conocer a las baratas. Así tendrían argumentos para 
reflejar la realidad de nuestra Isla de manera un tanto menos frívola 
que como se cuentan los detalles de un paseo exótico por un zoológico de 
cristal. Claro, hay un problema que quizás no todos estén dispuestos a 
enfrentar. Y es que para conocer a las baratas hay que amarrarse bien 
los pantalones y salir a recorrer de noche los andurriales de La Lisa o 
de San Miguel del Padrón.
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