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Thursday, August 03, 2006

Colas socialistas

SOCIEDAD
Colas socialistas

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba – Julio (www.cubanet.org) - La cola, esa hilera de
personas que esperan su turno por alguna razón, es algo que desconocían
los cubanos antes de 1959. Tal vez se hacía una colita alguna que otra
vez ante la taquilla de una sala de teatro o en un cine que proyectara
la película del momento. En realidad, los cubanos se convirtieron en
coleros hace 47 años.

Nunca podré olvidar a un amigo repatriado que vivía en mi edificio de 27
entre N y O, en el Vedado, nombrado Juventino Díaz, que estuvo dos años
preso por haber dicho en una cola que en Panamá, país donde se había
exiliado por los años cincuenta, no se hacía cola para comprar un helado.

Se refería a aquellas colas que comenzaron a hacerse cuando en la década
del sesenta abrió sus puertas la heladería Copelia, situada en las
calles 23 y L, del Vedado

Por aquella época el helado de Copelia era de primera calidad. Valía la
pena derretirse bajo el sol un par de horas, o morirse de frío durante
el invierno, recibir codazos, empujones y escuchar fuertes discusiones,
como ocurría tan a menudo, si se disfrutaba por último de una ensalada
de helado compuesta de distintos sabores: chocolate almendrado, mango,
mamey, menta chip… decenas de sabores que han desaparecido
lamentablemente. Copelia sólo oferta dos o tres sabores a lo sumo.

Para que se tenga una idea, aquellas personas que quieren comprar un
periódico, el Granma, por ejemplo, o cualquier otro, debe hacer una cola
a pleno sol desde las ocho de la mañana hasta casi el mediodía.

Todavía no se ha escrito un libro sobre este engendro socialista llamado
las colas de Cuba. Valdría la pena hacer una investigación a fondo,
acompañada por supuesto de fotografías hechas actualmente, después de
casi medio siglo de socialismo, de entrevistas y de buenos datos
computarizados sobre el tiempo que cada cubano ha perdido a lo largo de
casi medio siglo haciendo colas.

Tan acostumbrados estamos a la cola, que yo, que siempre he tratado de
evadirlas al precio que sea necesario, he llegado a un establecimiento
comercial y porque he visto a dos o tres personas de pie, que para nada
hacían cola, les he preguntado, de forma mecánica, quién es el último.

Todo porque la cola es uno de nuestros principales reflejos
condicionados, algo que podrá comenzar a desaparecer cuando logremos
nuestra libertad económica.

Las anécdotas que conocemos con relación a este fenómeno social forman
parte para siempre de nuestro folklore.

Cualquiera conoce la historia de un famoso crítico de cine que
sorprendió a la esposa, acompañada del amante en la cola de una posada,
o albergue nocturno, cuando él estaba en la misma cola, pero con otra mujer.

Los que conocen bien la historia dicen que el escritor le preguntó al
hombre que tenía delante si le faltaba mucho para llegar y que incluso
le comentó que era el colmo tener que hacer una cola para acostarse con
una mujer. Cuando se enfrentaron cara a cara, pese a la oscuridad de la
noche, descubrieron que eran amigos y que además amaban a las mismas
mujeres, porque incluso el crítico estaba acompañado de la esposa del otro.

Estas anécdotas seguramente se han repetido por miles en personas del
pueblo, porque el socialismo ha obligado a las parejas de ocasión a
compartir una cola en esos lugares que durante años perdieron la
intimidad que tenían y que por suerte, casi todas han desaparecido, como
desapareció el pudor de nuestra idiosincrasia.

Una traductora de ruso me contó en cierta ocasión que el presidente
Leonid Brezhnev, en una de sus visitas a La Habana por la década del
setenta, le propuso al gobernante cubano suprimir la libreta de
racionamiento a través de una mayor ayuda de alimentos soviéticos. El
gobernante no aceptó. Prefería una vida austera para el pueblo.

Es por eso que nadie puede quitarme de la cabeza la idea de que estas
colas interminables que hace la población para comprar el muslito de
pollo o la cuota de cuatro onzas de café que le corresponden a una
persona al mes representan un castigo físico y espiritual, que por lo
general se sufre a pleno sol, fuera de los establecimientos comerciales.

El castigo físico, según los psicólogos, incrementa la tendencia a
delinquir. ¿Es de suponer entonces que las colas es una de las causas
para que en Cuba más de cien mil personas guarden prisión? ¡Quién sabe!

Lo cierto es que gracias también a las colas vivimos en la Edad Media,
en plena Inquisición o en el mismo infierno donde cualquier cubano se
pregunta cuál es la culpa cometida para que esté obligado a las colas
mañana, tarde y noche, y lo que es peor: salir con las manos vacías de
una desesperante cola socialista.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/jul06/31a9.htm

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