El ineludible costo social
[22-08-2016 12:59:10]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- El debate contemporáneo ha instalado una 
falacia tan clásica como burda. Propios y extraños defienden la idea de 
que los cambios no pueden ni deben hacerse porque no están dadas las 
condiciones mínimas para llevarlos adelante dado el elevado costo social 
que provocaría hacerlo.
Es esa visión la que detiene a muchos en el camino hacia lo correcto y, 
bajo esa perspectiva, empiezan a pergeñar retorcidos atajos, senderos 
alternativos y discursos siempre funcionales para finalmente sortear las 
imprescindibles determinaciones que se necesitan.
Obviamente, los más interesados en no dar pasos firmes en el trayecto 
apropiado son justamente los que gobiernan, que no están dispuestos en 
realidad a hacer lo necesario, sino que prefieren dejarle esa incomoda 
labor a otros, a los que puedan venir después, que por otra parte jamás 
llegan.
Desde cualquier posición política, transmiten a viva voz esta idea de 
que no se pueden concretar ciertas acciones porque eso implicaría que 
una parte importante de la sociedad pagaría los platos rotos, como si 
postergar la decisión  resolviera el problema de fondo y no lo agravara 
aun más.
Quienes inspiran esta mirada no lo dicen, ya no porque no lo 
identifican, sino porque se suman al engaño institucionalizado que la 
política instrumenta sistemáticamente desde hace décadas, escondiendo la 
realidad.
La verdad es que no están dispuestos a hacerlo por el costo político que 
eso conlleva y no por el costo social que se deriva de las eventuales 
decisiones adecuadas. Claramente esos dos conceptos no son idénticos.
El supuesto costo social, al que ellos se refieren, se ampara en la 
hipotética imposibilidad práctica de los sectores más vulnerables para 
adecuarse, en esa transición, pasando de su situación actual a otra con 
reglas de juego diferentes, que demandan significativos esfuerzos 
adicionales.
La otra cara de la moneda, esa que les preocupa, es la del costo 
político, vinculado al apoyo electoral que precisa cualquier gobierno 
para llevar adelante su gestión y tener sustentabilidad durante ese proceso.
La política le tiene miedo a sus propios costos y no a los de la gente. 
No les asusta como se adaptará la sociedad a esa nueva dinámica más 
sensata y racional, más equitativa y justa. Les preocupa solo la próxima 
elección y su supervivencia frente a los embates de su circunstancial 
opositor de turno.
Por esos motivos implementan un discurso mentiroso, donde el embuste 
está en el centro de la escena. Falsifican la realidad no solo a la 
sociedad en su conjunto haciéndoles creer que muchas medidas son 
absolutamente irrealizables, sino que manipulan a sus propios 
partidarios, instigándolos a recitar sin pensar, ideas que no resisten 
demasiado análisis pero que han conseguido instalarse en la agenda 
política general.
Lo que no cuentan, lo que no dicen, lo que ocultan deliberadamente, es 
que el supuesto costo social que intentan evitar, protegiendo a los más 
débiles y que la comunidad no parece dispuesta a tolerar, se paga 
igualmente todos los días y sin ningún tipo de contemplaciones.
La astucia del sistema ha consistido en inyectar veneno de un modo 
imperceptible, disimuladamente, sabiendo que lo hace, lo que convierte 
su ejecución en una perversidad gigante de los implementadores y de 
quienes asumen cotidianamente la responsabilidad de continuarlas hasta 
el infinito.
No solo los creadores de este engendro tienen la culpa. Claro que son 
ellos los que han fabricado este monstruo, pero eso no exime de 
responsabilidades a quienes, pudiendo encaminarse en la dirección 
opuesta sostienen este nefasto régimen sin ningún tipo de atenuantes.
Mantener la vigencia de infinitos planes sociales y la endemoniada 
estructura de subsidios con la transferencia de recursos que eso 
implica, en la mayoría de los casos desde los sectores que menos tienen 
hacia los de mayor poder adquisitivo, es una actitud ruin e imperdonable.
La pérfida dinámica impositiva de este tiempo le hace creer a demasiada 
gente que recibe cuantiosas ayudas, que ciertos servicios son gratuitos, 
que los paga alguien que no son ellos mismos, cuando en realidad lo que 
ocurre es exactamente lo contrario.
Los ciudadanos, sin registrarlo, pagan por esto todos los días. Los 
supuestos beneficiarios de esos privilegios financian esta fiesta con 
exagerados impuestos e inflación, con corrupción y despilfarro, 
sosteniendo una estructura parasitaria, ineficiente e incapaz de 
gestionar con calidad.
La sociedad paga desproporcionados tributos para sostener un aparato 
político cuya ingeniería letal ha sido construida durante años. Más de 
la mitad de los ingresos que los individuos crean con su propio esfuerzo 
quedan en manos de los diferentes estamentos del Estado  que a cambio 
ofrece, invariablemente, servicios de dudosa calidad.
No es cierto que los cambios no se puedan concretar. Lo que no quieren 
reconocer es que hacerlo implicaría desmantelar la maquinaria política 
que han edificado y es ese costo, y no otro, el que no están dispuestos 
a pagar.
La clase política ha logrado instalar la inmoral idea de que la sociedad 
debe hacerse cargo de sostener un Estado caro, ineficaz e injusto. Lo 
debe hacer sin chistar y además debe soportar hasta el infinito que los 
problemas que nacen de esa dinámica jamás encuentren soluciones definitivas.
Aunque no se logre percibir con suficiente claridad, la mayoría de la 
gente no ha logrado evitar eso a lo que tanto parece temerle, gracias a 
sus cuestionables creencias. No deberían asustar los cambios, sino la 
eterna continuidad de un esquema que genera cada vez más inconvenientes 
y que jamás ha conseguido esquivar el ineludible costo social.
Source: El ineludible costo social - Misceláneas de Cuba - 
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/57badafe3a682e06b07f2680#.V8K4XJh95h0
 
 
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