Y sin embargo se mueve
ALEJANDRO ARMENGOL
Descarte la discusión sobre las encuestas, eche a un lado sus
preferencias de voto, no olvide pero tampoco se amargue demasiado ante
lo irremediable, y si es opositor y mimado en Miami probablemente le ha
tocado la hora de cambiar su discurso: el embargo estadounidense ha
entrado en período de extinción.
El famoso embargo —su fama obedece más a la persistencia que a
objetivos, logros y fines— no debería convertirse en tema de campaña
electoral más allá de Miami, pero sí de ejemplo para ilustrar lo mal
hecho, la demagogia y el abuso. Y en este sentido es válido volver una y
otra vez sobre él. Su levantamiento no servirá para llevar la democracia
a Cuba. Afirmar lo contrario es refugiarse en las teorías neoliberales.
Sólo que los neoliberales del patio no son tan liberales, y a la hora de
Cuba se refugian en el mercantilismo. Para poner restricciones, basta
con La Habana.
Tampoco el apoyo al embargo es un elemento clave para definir la cubanía
o mejor dicho, el anticastrismo. Esa propuesta tiene tufo a prueba del
fuego o del agua; a un restablecimiento de la Santa Inquisición.
El embargo no define a los cubanos ni a los estadounidenses de origen
cubano, porque no les pertenece. Lo impuso Estados Unidos cuando le
afectaron sus intereses. No es una medida aprobada por ellos, sino una
ley apoyada por un sector del exilio cubano en este país, no en el resto
del mundo. En la promulgación de la ley Helms-Burton se impuso el
requisito de un cambio de gobierno en Cuba. Pero dicho cambio —necesario
y querido— es una prerrogativa de quienes viven en la isla, no debe ser
una medida espuria.
Esta medida no solo es nula en la práctica, sino que se ejerce de forma
discriminada, como la no puesta en vigor del Capítulo III, que el
adorado presidente George W. Bush prorrogó, al igual que había ocurrido
con el criticado Bill Clinton. Luego el insultado Barack Obama no hizo
más que repetir a sus antecesores.
Por años el embargo fue una cuestión política, pero de política
electoral: el secuestro de las normas que debían regir los vínculos con
un país (considerado enemigo por un gobierno que comerciaba con otros
enemigos) de acuerdo a los dictados de un sector de la comunidad
exiliada. Al parecer sólo indicaba que las relaciones entre Cuba y EEUU
estaban en buena medida secuestradas por un par de ciudades (Miami y New
Jersey), pero aquello no era más que un pretexto.
Era un lugar común repetir que la política norteamericana hacia Cuba era
rehén del exilio. Esa verdad a medias sirvió para explicar desvaríos y
de pretexto perfecto para justificar la ausencia de iniciativas.
Al final siempre salía a relucir que la isla importaba tan poco a
Washington (salvo cuando crecía la amenaza de un éxodo migratorio
masivo), y que las posibilidades de comercio eran tan limitadas (en
comparación con China), que la Casa Blanca podía darse ese lujo.
Ya no más. Obama cambió las reglas del juego, para bien de todos: los de
la isla y los del exilio.
Estamos en la época en que cada mercado cuenta. Por limitado que sea, y
si está cerca aún mejor. Por supuesto que pasará la moda y el
deslumbramiento actual que despierta Cuba, pero no por ello muchas
empresas norteamericanas se muestran dispuestas a desaprovechar el momento.
El problema para quienes se aferran al pasado es que se han virado las
caras: la posición a favor del embargo ya no ejemplifica estar por el
capitalismo y en contra del comunismo, sino un rechazo al libre mercado.
¡Capitalistas de todos los países: uníos! Y a viajar a Cuba.
La Helms-Burton puso en evidencia que lo que hasta entonces era un
aspecto de la política exterior de EEUU —y un instrumento para
asegurarse los votos presidenciales de la comunidad cubanoamericana cada
cuatro años— constituía también un problema nacional, con implicaciones
económicas para los estados donde el voto cubano es inexistente y una
fuente potencial de conflictos comerciales internacionales.
Al tratar de ampliar su alcance, el embargo encontró su némesis.
El proceso ha resultado particularmente doloroso para el exilio de
Miami, porque una ley que nació bajo una fuerte carga emocional —el
derribo de las avionetas— ha servido paradójicamente para sacar a la luz
su aislamiento y limitaciones.
Bill Clinton tuvo que conformarse con una solución vicaria —apruebo pero
no cumplo, lo cual permite usurpar la ley—, como una respuesta
oportunista ante un hecho que escapó a su control. Ahora Hillary ha
puesto las cartas sobre la mesa: el embargo no sirve, no funciona, es
obsoleto.
Por primera vez un candidato presidencial —de los partidos que cuentan
para ganar la elección— se lanza desde el inicio a favor de un tema
considerado tabú.
No por ello solo merece el voto, pero deja algo en claro: ir más allá de
Obama es un paso hacia el futuro. Lo demás es una vuelta al pasado.
Source: ALEJANDRO ARMENGOL: Y sin embargo se mueve | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article29700484.html
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