27-06-2011.
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Para los que estamos convencidos de que el
autoritarismo no es una opción moralmente válida, que la libertad debe
ser preservada como valor central de la vida en comunidad y que las
decisiones no significan imponer al otro la visión propia, la democracia
parece ser, la menos mala de las alternativas disponibles.
Cierta exacerbación de esa noción nos hace rechazar de plano, cualquier
otra forma que cuestione la vida democrática de una sociedad tal cual la
concebimos, aunque muchas veces terminemos vaciando la idea principal y
creyendo que sólo se trata de hacer lo que dice el que tiene más votos.
Vaya deformación conceptual esta, aunque habrá que decir que dicha
visión goza de una peligrosa adhesión popular, con todo lo que ello implica.
Pero buena parte de la defensa irrestricta de la democracia, se sostiene
sobre la base de un sistema electoral que fija reglas del juego mínimas,
esas que tienen que ver con seleccionar a aquellos que nos representan y
que tomarán decisiones por nosotros, como parte de una comunidad.
Así las cosas, la dinámica electoral, se convierte en el escenario
fundamental, en el ámbito simbólico de mayor trascendencia, al punto que
algunos llegan a sostener con certeza, que una de las fortalezas de la
democracia, es que cada tanto, el ciudadano, puede decidir la
continuidad o el reemplazo de sus elegidos, como si esto fuera lo
significativo de la idea.
En ese contexto, el diseño de la herramienta electoral, pasa a ser la
clave del sistema democrático, y por lo tanto, el marco necesario para
que la partidocracia reinante lleve adelante las mayores aberraciones
imaginables para manipular la voluntad popular a su arbitrio y
determinar convenientes reglas para su provecho.
El sistema electoral, vaya paradoja, está en manos de los beneficiarios
del mismo. Son los electos, quienes establecen las normas, las modifican
a su antojo y las ajustan discrecionalmente según sus propias necesidades.
En democracias altamente imperfectas como las nuestras, sigue vigente el
monopolio de los partidos políticos. Ningún ciudadano puede ejercer
derechos ciudadanos a ser elegido, sin pasar por el complejo filtro que
propone el irregular, frágil y caprichoso funcionamiento de los partidos.
Este primer escollo, deja afuera, a cualquier individuo que no esté
dispuesto a someterse a la poca estimulante trituradora que propone casi
cualquier facción partidaria. Allí, los méritos no tienen necesariamente
que ver con talentos, aptitudes y habilidades, mucho menos con buenas
ideas, brillantes propuestas o inteligentes estrategias.
En ese submundo alcanza con sobrevivir al resto. Se trata de la ley del
más fuerte, en el que rara vez los mejores se imponen. Sólo alcanza con
conocer las trampas del esquema general para avanzar y quedarse con el
mando.
No se puede desconocer que el espacio electoral es el lugar preferido de
las mañas y las trampas, de los trucos y los ardides. El que mejor
conoce los vericuetos formales, los detalles operativos que ofrecen
flancos, sacará rédito de ello y conseguirá ventajas significativas a la
hora del recuento.
El sistema electoral es el entorno más adecuado para manosear la
voluntad popular. Listas sabanas para esconder ignotos candidatos,
mecanismos internos de selección objetables, poco transparentes,
repletos de maniobras, con recovecos formales que estimulan a los más
descarados.
La fauna del día de las elecciones, mostrará un ejército de fiscales, la
logística del traslado de votantes, las dádivas a la orden del día, las
picardías de los más experimentados y el talento para sacar ventaja que
se perfecciona eternamente.
Pero es el financiamiento de la política, el mayor de los cómplices de
esta historieta. La sospecha respecto del origen de los fondos, el
indisimulable peso de los aparatos de poder, sobre todo allí donde las
cajas estatales hacen de las suyas, aporta la cuota de corrupción
infaltable a la hora completar la escenografía.
Todo lo descripto sólo puede ser concebido por la mente retorcida de
mediocres, de gente sin convicciones democráticas profundas, que utiliza
estos recursos para tratar de disimular su incapacidad personal y
abrirse el camino hacia el poder. De otro modo que no podrían lograrlo.
Necesitan dejar afuera a los mejores, amedrentar a los moralmente más
aptos y disuadir a los más íntegros.
Por eso le tienen miedo al voto electrónico, a la fiscalización que
propone la tecnología, a la boleta única, al sufragio por internet o
cualquier idea que les quite control, posibilidades de torcer el rumbo,
de apelar a la diversidad de atajos, para acomodar todo a su gusto.
La ferocidad de quienes implementan día a día estas herramientas, de
quienes se la pasan pensando, cómo utilizarlas para que les resulte
conveniente, sólo puede ser patrimonio de hombres crueles, que disfrutan
de su supuesta habilidad y que se burlan de una ciudadanía timorata, al
punto de acusar a cualquiera que se atreva a cuestionarlos de
antidemocráticos.
Si los sistemas electorales no se transparentan, si no se hacen
abiertos, con pocas reglas, propendiendo a una participación ciudadana
con mayúsculas, quitándole privilegios al sistema partidario y
prerrogativas a los poderosos, para permitir que los mejores puedan
tener oportunidades, seguiremos condenados a estar en manos de los
sádicos de siempre.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=32757
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