El saco de los inconformes
YOANI SANCHEZ
Una imagen endulzada muestra a Cuba como un país donde triunfó la
justicia social a pesar de tener como enemigo al imperialismo
norteamericano. Durante más de medio siglo, se ha alimentado el
espejismo de un pueblo unido en torno a un ideal, trabajando
denodadamente por alcanzar la utopía bajo la sabia dirección de sus
líderes. La propaganda política y la turística, distorsionadoras de
nuestra realidad, han echado a correr la voz de que quienes se oponen a
la causa revolucionaria son mercenarios sin ideología al servicio de
amos extranjeros. Cabe preguntarse cómo ocurrió el proceso que llevó a
millones de seres en este planeta a creer que la unanimidad se había
instalado —de manera natural y voluntaria— en una isla de ciento once
mil kilómetros cuadrados. Qué les hizo creerse el cuento de una nación
ideológicamente monocromática y de un Partido que representaba y era
apoyado por cada uno de sus pobladores. En el año 1959, cuando triunfó
la insurrección contra el dictador Fulgencio Batista, los barbudos
llegados al poder lanzaron a sus enemigos a un saco con el rótulo
"esbirros y torturadores de la tiranía".
A lo largo de la década del sesenta y como consecuencia de las leyes
revolucionarias que terminaron por confiscar todas las propiedades
productivas y lucrativas, aquel reservorio inicial tuvo que ensancharse
y le añadieron las etiquetas "los terratenientes y explotadores de los
humildes", "los que pretenden regresar al bochornoso pasado capitalista"
y otras de igual corte clasista. Al llegar los años ochenta cayeron en
el depósito de los contrarios al sistema también "los que no están
dispuestos a sacrificarse por el futuro luminoso" y "la escoria", ese
hallazgo lingüístico que pretendía definir a un subproducto del crisol
donde se forjaba no solo la sociedad socialista sino también el hombre
nuevo, que tendría el deber de construirla y algún día el placer de
disfrutarla. Los rotuladores de la opinión no hacen ninguna diferencia
entre quienes se opusieron a las promesas iniciales de transformación
social y los creyentes que terminaron frustrados ante su incumplimiento.
Porque toda promesa tiene un plazo, sobre todo si es política y cuando
caducan las prórrogas proclamadas en los discursos, se agota la
paciencia y aparecen posiciones difíciles de etiquetar por esos eternos
clasificadores de ciudadanos. De manera que desde hace varias décadas
han aparecido en Cuba quienes sostienen que las cosas debieron hacerse
de otra forma, los que llegaron a la conclusión de que toda una nación
fue arrastrada a la realización de una misión imposible, un gran número
que quisiera introducir algunas reformas e incluso los que pretenden
cambiarlo todo.
Pero ahí está el saco con su insaciable boca abierta y la misma mano
arrojando a su interior a todo el que se atreva a enfrentarse a la única
posible "verdad" monopolizada por el poder. No importa si es
socialdemócrata o liberal, demócrata cristiano o ecologista, o
simplemente un inconforme independiente; si no está de acuerdo con los
dictados del único partido permitido —el comunista—, es tomado como un
opositor, un mercenario, un vendepatria, en fin, se le clasifica como un
agente a sueldo del imperialismo.
Obstinadamente muchos siguen mirando la estampita edulcorada que muestra
un proceso social justiciero y tratan de justificar la intolerancia que
lo acompaña a partir de sus logros —ya bastante deteriorados— en la
salud y la educación. Son quienes no pueden entender que los modelos
usados para perfilar el retrato triunfalista del sistema cubano, se
tornan muy diferentes cuando se bajan del pedestal donde posan. Paciente
hospitalario y alumno de una escuela no son sinónimos de ciudadanos de
una república. Cuando un hombre o una mujer de carne y hueso —con
aspiraciones personales y sueños propios— se encuentra fuera de "la zona
de beneficios de la revolución", descubre que no tiene un espacio
privado donde fundar una familia, ni un salario correspondiente con su
trabajo, ni un proyecto de prosperidad lícito y decente. Cuando además
reflexiona sobre los caminos que tiene a su alcance para modificar su
situación, encuentra que solo le queda emigrar o delinquir. Si llega a
meditar en como modificar la situación del país, descubrirá lleno de
pánico el amenazante dedo acusador de un Estado omnipresente, el insulto
descalificador, la intolerancia revolucionaria que no admite ni críticas
ni propuestas. Se dará cuenta entonces que ha ido a parar al saco de los
disidentes, donde por el momento sólo le aguarda la estigmatización, el
exilio o la cárcel.
Yoani Sánchez La Habana Este artículo de Yoani Sánchez aparece publicado
en el número 2 de la revista independiente VOCES.
http://www.elnuevoherald.com/2010/09/28/811040/yoani-sanchez-el-saco-de-los-inconformes.html
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