Lo real, lo posible y lo deseable
Miriam Celaya
La Habana 04-05-2011 - 10:13 am
¿Cree la actual dirigencia en la 'renovación' del modelo o sólo pretende
sembrar dicha esperanza mientras consolida el poder de sus herederos?
El reciente Congreso del Partido Comunista de Cuba, con toda su grisura
y su tufillo a epitafio anticipado —por ser probablemente "el último" en
el que esté presente la llamada generación histórica—, ha dejado
claramente demostradas algunas cuestiones que hasta este momento
constituían motivo de especulaciones entre analistas de la realidad
cubana: tras la mascarada reformista del "nuevo" presidente sólo se
disimula la naturaleza conservadora del régimen, algo que no debería ser
una sorpresa ni un misterio para nadie.
La esencia cuasi shakespeareana del dilema gubernamental (cambiar o no
cambiar) radica en su propia naturaleza controversial e insoluble: un
sistema totalitario no puede cambiar debido a que precisamente en los
cambios está la génesis de su propia destrucción. La contradicción se
acentúa si tenemos en cuenta que, irrefutablemente, urge introducir
transformaciones que permitan un respiro a la arruinada economía y
otorguen un tiempo de gracia a los señores de la hacienda para
consolidar el control permanente sobre las parcelas, ya repartidas entre
sus herederos y acólitos.
En este punto cabría preguntarse si realmente los dueños del poder creen
en la posibilidad de la "renovación" de un modelo obsoleto o si sólo
pretenden sembrar dicha creencia entre los más ingenuos esclavos de la
plantación para alentarlos a la esperanza en medio de una espera
infinita. Me inclino por lo segundo. Para ello se mantiene la retórica
"revolucionaria", retocada con matices críticos que caen literalmente en
tierra de nadie.
En el discurso oficial existe un grupo incorpóreo de acusados en el
banquillo: "la burocracia", "la incapacidad de los cuadros encargados de
hacer cumplir las orientaciones superiores", "el desconocimiento sobre
el funcionamiento de la economía" y un prolongado y oportuno etcétera
que —una vez más— sirve para cubrir con un manto piadoso los pecados de
la casta verdeolivo y su responsabilidad en la precipitada ruina
nacional. Hubo una especie de velada autocrítica de ocasión,
autocompasiva, autocomplaciente, superficial ("se me cae la cara de la
vergüenza", dijo el General); una pose de falsa humildad. Pero nunca se
explicaron qué causas impidieron que se realizara un Congreso después de
los 13 años transcurridos desde el anterior, en total violación de lo
establecido por los estatutos de la organización.
La sorpresiva declaración por parte del General del incumplimiento de
los acuerdos dimanados de cada uno de los cinco congresos anteriores, ha
sido interpretada por algunos analistas como una crítica velada a su
hermano mayor. Ya sea cierta o no esta conjetura, tampoco se ha
divulgado un documento oficial que refleje los cambios introducidos en
los Lineamientos originales de la convocatoria al VI Congreso, se
desconocen los acuerdos dimanados de éste y no se ofrecieron claras
estrategias que garanticen que esta vez los nuevos acuerdos fantasma se
cumplan en el término de cinco años, período establecido por los
estatutos del PCC para la celebración del próximo congreso del partido
único y tiempo señalado por el General para comenzar a recoger los
frutos de su gestión al frente del gobierno.
Un aspecto interesante a analizar, más allá de las disposiciones
oficiales y de la incuestionable voluntad de aferrarse al poder —como se
refleja claramente, por ejemplo, en la composición del Buró Político, en
el que resulta más práctico realizar dataciones radiocarbónicas que
calcular las edades de quienes ocupan los más altos cargos— sería la
capacidad real de controlar una situación eventual de "reformas" al
interior de la Isla. Cuentan para ello con el monopolio sobre todas las
estructuras económicas, políticas y sociales, con independencia de su
obsolescencia; con la casi total orfandad cívica de la sociedad y con
todo el aparato represivo a su servicio, listo para ser plenamente
activado según su voluntad. Tienen en su contra el factor tiempo, el
fracaso de medio siglo de experimentos —con su innegable merma de fe
popular— y un panorama internacional poco favorable a las represiones
dictatoriales.
Si se mira desde la perspectiva de lo posible, los próximos cinco años
pudieran significar una oportunidad para los grupos alternativos que se
han venido generando en el seno de la sociedad cubana desde la última
década del pasado siglo con una discreta tendencia al crecimiento de
nuevos fenómenos cívicos en los últimos diez años. Un proceso lento,
como corresponde a sociedades sometidas a regímenes totalitarios, pero
de signo progresivo, que pudiera constituir una brecha importante en el
fomento de espacios democráticos si los opositores políticos,
periodistas independientes, blogueros y disidentes de todas las
tendencias aprovecharan con inteligencia los escenarios que pudieran
dibujarse a partir de una mayor afluencia de nuevos actores económicos,
relativamente autónomos, en los que pudiera subyacer el germen de nuevos
intereses y el inicio de una movilidad social largamente frenada.
En tal caso, el desafío de los variados grupos que aspiran a cambios más
radicales y efectivos que los que pretende implementar el gobierno, si
realmente pretenden ganar espacios y movilizar voluntades, consiste en
tratar de conciliar los intereses de amplios sectores sociales que
encuentren en las propuestas alternativas una vía de realización
personal y colectiva perdurable. Una tarea difícil de acometer en las
condiciones cubanas y cuyo signo de base debería ser el carácter amplio
e inclusivo de sus propuestas. En este sentido, no hay que desestimar el
papel que también podrían jugar frente a eventuales procesos de cambio
algunos grupos de pensamiento reformista que hoy se mueven dentro de los
"revolucionarios" y comienzan a emitir señales interesantes. En los
próximos cinco años la disidencia deberá buscar consensos, alianzas y
estrategias que le permitan superar el estatus de superviviente en un
medio hostil, para lo cual deberán registrar un crecimiento efectivo.
Más allá de tendencias ideológicas, en su mayoría estos grupos comparten
elementos mínimos indispensables: aspiraciones a una Cuba democrática,
la visión de la necesidad de cambios para lograrla, la apuesta por una
transición pacífica y gradual, y la voluntad de continuar trabajando en
pos de esos objetivos. Ese podría ser un comienzo.
El VI Congreso ha constituido la consagración del estancamiento del
sistema, una meta en sí mismo, quizás el canto de cisne del experimento
comunista antillano. No hay renovación posible dentro de las estructuras
caducas del régimen. El llamado socialismo irreversible no pasa de ser
una consigna vacía de significado, y ha probado suficientemente su
fracaso tras medio siglo de descalabros. Corresponde ahora a los
ciudadanos convertir lo real y lo posible en lo deseable para la
mayoría: una Cuba libre de dictaduras.
http://www.diariodecuba.com/opinion/4425-lo-real-lo-posible-y-lo-deseable
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