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Tuesday, May 03, 2011

Apartheid con acento tropical

Apartheid con acento tropical

En Cuba un cubano se siente como en un apartheid. La extrapolación del
término se la debo a mi amiga Stephanie, que acabada de llegar de
Francia nos invitó a mi esposa y a mí a subir a su habitación en el
hotel Telégrafo para recoger unos libros que me había traído. Apenas
entramos y elogiamos la vista que desde el balcón se aprecia, cuando una
mujer, encargada de la seguridad del hotel, nos ordenó salir y bajar
inmediatamente las escaleras. Stephanie, la pobre, trataba angustiada
de explicarle que éramos amigos, que los libros eran bastantes y muy
pesados para ella, pero la señora ni entendía su francés ni le
interesaba entenderlo.

Al día siguiente sucedió algo similar; mientras esperábamos a nuestra
amiga, esta vez en el lobby, se nos acercó el portero para preguntar qué
hacíamos allí. Pregunta que respondió silencioso el oportuno arribo de
Stephanie. Recordé enseguida aquella amarga tarde unos meses atrás en la
biblioteca Rubén Martínez Villena, situada frente a la plaza de armas,
cuando un custodio nos pidió que nos levantáramos de los muebles de la
planta baja, pues no podíamos estar allí.

-¿Y para qué son estos muebles entonces?- pregunté asombrado.
- Lo siento, pero la directora de la biblioteca lo prohibió- fue su
respuesta.
- ¿Y ella se ha enterado de que esto es una institución pública para los
cubanos y no un hotel? - repliqué.
- Yo solo cumplo órdenes. Concluyó.

Pero volvamos al episodio que nos ocupa para contar cómo pasé varias
horas tratando de hacerle entender a Sthephanie que aquella era nuestra
realidad cotidiana, que incluso cuando hacía poco el gobierno había
autorizado el hospedaje de los cubanos en los hoteles, todavía muchos
nos sentíamos muy incómodos sólo de visitarlos, y que vivíamos con el
dolor de saber que en nuestro propio país no tenemos los mismos derechos
que los extranjeros.

Y cuando le dije que todavía los cayos eran exclusivos para turistas o
chivatones de alto rango como Randy y Taladrid (a quienes una amiga que
trabaja en aquellos paradisiacos lugares tuvo el honor de atender), y
que la posibilidad para un cubano de comprar un celular, una
computadora, un lector de DVD u otros aparatos electrodomésticos era
reciente, incluso si se era de los pocos que cuentan con los recursos
para hacerlo, me interrumpió para preguntar ingenuamente:

-¿Y cómo el gobierno justifica este apartheid?

-No lo sé. Nunca se han manifestado al respecto –le dije- pero han
corrido la voz de que los cubanos carecían de todos estos derechos, para
mantener a ocultas las diferencias económicas entre los ellos.

En ese instante no pude evitar desahogarme : esta justificación era tan
ridícula y cínica como las pancartas políticas que llenan nuestras
calles: la diferencia económica se nota en las magníficas y suntuosas
casas de unos, y en los destruidos cuartuchos de otros; en los lujosos
automóviles de unos y en la carencia absoluta de cualquier medio de
transporte de otros; en las desproporcionadas compras en las tiendas de
unos y en la permanente pasmadera de otros; en los continuos viajes al
exterior de unos y en el sueño frustrado de otros, por solo mencionar lo
más visible, y no entrar en detalles como que después de defecar la
mayoría de los cubanos tienen que limpiarse con periódicos. Mi amiga
comenzaba a deprimirse.

http://cubacotidiana.blogspot.com/2011/04/apartheid-con-acento-tropical.html

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