Por René Gómez Manzano
Liberpress-La Habana, 14 de Enero de 2010- Al triunfo de la
Revolución, la propaganda del nuevo régimen favoreció especialmente
los cambios en el Hospital Psiquiátrico de Mazorra. Una y otra vez se
repetían las imágenes escalofriantes de los enfermos semidesnudos y
famélicos de la era anterior, cuya suerte había mejorado radicalmente
gracias al recién inaugurado proceso.
Simultáneamente se exaltó la figura del Loquero en Jefe, doctor
Bernabé Ordaz. Como demostraron los hechos, el combativo médico se
convirtió en director vitalicio de la institución. Su influencia no
estuvo limitada al centro asistencial: se extendió por todo el
municipio de Boyeros, con visos de señor feudal.
El reciente escándalo del manicomio nacional (el de Mazorra, quiero
decir) ha generado estupor e indignación en la ciudadanía. Se comentan
con animación la corrupción generalizada, las comilonas casi diarias
para los jefes mientras los pacientes morían de inanición, las casas
fabricadas con materiales estatales, la sustracción de las colchas y
otros artículos de abrigo.
Lo más impactante es la información sobre decenas de internos
fallecidos de hambre y frío. Apabulla la imagen de grupos de dementes
abrazados en el desamparo y la muerte, la idea de que haya habido que
usar la fuerza para separar a unos de otros.
Al menos de inicio, los círculos oficiales han intentado silenciar el
escándalo. Tras la gran mortandad, se celebró una reunión con los
trabajadores, cuyo punto central fue el vano intento de imponer el
silencio mediante la coacción.
¿Y la prensa castrista? Bien, gracias. Si los ciudadanos se han
enterado del gran lío no ha sido por el Granma ni por el noticiero de
televisión. Ese honor ha correspondido a la perseguida prensa
independiente y a emisoras radicadas en el extranjero.
No obstante, debemos estar prevenidos. El cerebro de los Randys y los
Taladrid es sumamente fértil. Quién sabe si en las próximas horas
tendremos que escuchar sesudas explicaciones, ratificadas por
distinguidos facultativos de aspecto muy serio, en las cuales se
"demuestre" que los fallecimientos se deben a otras causas.
Por eso no está de más destacar que, a raíz de la matanza, al centro
asistencial transformado en campo de exterminio llegaron camiones del
Ejército cargados de comida y colchas para los enfermos. Obviamente,
esto implica un reconocimiento tácito del papel central que la falta
de alimentos y de abrigo desempeñó en la tragedia.
Si los señores de la Mesa Redonda optaran por invocar la crudeza del
invierno cubano y el microclima de Boyeros, habría que decirles que en
un hogar de ancianos atendido por las monjitas de la Caridad,
enclavado en el mismo municipio, nadie murió.
¿Y qué dice de todo esto el señor Ministro de Salud Pública? Hasta el
momento no se conoce de ninguna reacción suya. Es una pena, porque el
caso lo amerita. Y ampliamente.
Un amigo mío solía repetirme que, en este tipo de régimen, los
dirigentes no renuncian. Pero me parece que el escándalo de Mazorra
bien merece una excepción. Si Carlos Valenciaga tuvo que cesar en su
cargo por celebrar su cumpleaños, ¿qué sería lo justo para el
responsable superior del desastre del manicomio?
Héctor Palacios comentaba que, en cualquier país civilizado, una
catástrofe como ésa conduciría al cese en el cargo del ministro del
ramo. ¿Pensará renunciar el doctor Balaguer Cabrera?
El autor es abogado, presidente de la corriente agramontista de
abogados independientes, lidera el Grupo de Trabajo de Cuba de la
Sociedad Internacional de Derechos Humanos (ISHR por sus siglas en
inglés) y periodista independiente
http://liberpress.blogspot.com/2010/01/cuba-potencia-medica.html
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