Leafar Pérez
LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - El paso de los huracanes 
Gustav e Ike por territorio cubano fue devastador. La prensa oficial, la 
extranjera acreditada en la isla y los periodistas independientes han 
informado ampliamente sobre todo lo sucedido durante los días en los que 
las tormentas se dedicaron, especialmente el huracán Ike, a realizar un 
nuevo bojeo a la isla.
Su impacto en la vida en los cubanos no puede ser más devastador. En una 
nación donde millones de personas intentan cada día sobrevivir en medio 
de carencias de todo tipo, perder la vivienda, las escasas pertenencias, 
amén del trauma psicológico para  los que tuvieron la mala suerte de 
interponerse directamente en el camino de los ciclones, es más que 
suficiente para desesperarse. Tómese en cuenta que para los 
especialistas, las consecuencias han hecho retroceder al país diez años.
Pero de todo lo malo que han dejado a su paso los huracanes, la falta de 
alimentos, después de los destrozos ocasionados en las casas, es el 
principal escollo que hay que saltar, sobre todo porque el gobierno 
anuncia que mermarán las posibilidades de conseguir suministros para 
aumentar lo poco que se recibe por la cartilla de racionamiento. Lo que 
se consume la mayoría de las veces es el resultado de la suma mágica de 
poco dinero para comprar algo de proteína en los mercados liberados, 
donde los precios son más altos.
El tema de la comida está tan complicado que me hizo recordar los años 
más negros del Período Especial, no muy lejanos en el tiempo, cuando los 
cubanos "aprendimos" a comer picadillo de cáscara de plátano, bistec de 
frazada de piso y otros tantos engendros de los que prefiero no acordarme.
En el año 1993 fui llamado a filas por el Servicio Militar General, que 
poco tiene de general y sí mucho de obligatorio. El curso de 
sobrevivencia natural que pasé no tiene nada que envidiar a los 
impartidos por los rangers norteamericanos, las tropas especiales 
cubanas o cualquier otro cuerpo de élite.
Aprendí que el boniato crudo sabe a coco, que la remolacha con fango es 
apetitosa y que la calabaza hervida en un casco del ejército no tiene 
desperdicio aún sin sal, sobre todo porque la hervíamos mis colegas y 
yo, con cáscara y semillas, ya que nada se podía botar. La proteína 
estaba en cuanto gato pudiéramos cazar. Los felinos parecían conocer 
nuestras intenciones y acercarse a ellos era una proeza. Aunque fueron 
años en que los gatos escaseaban en Cuba, tanto que por poco hay que 
ponerlos en la lista de animales en peligro de extinción, recuerdo que 
muchos dueños de esas mascotas las sacaban a pasear amarrados con 
cadenas o sogas, porque el hambre de la gente no diferenciaba entre 
gatos satos y de fino pedigree.
Por el bien de todos, espero que no volvamos a esa época. Por si acaso, 
ya empecé a entrenar a mis dos hijos en el difícil arte de la 
sobrevivencia. Les pedí que realicen un censo para averiguar cuántos 
vecinos poseen gatos en sus casas. En Cuba, mientras el gobierno sea 
ineficiente para sacar de la crisis al pueblo, y mientras esperamos 
otros ciclones que pueden hacernos la vida aún más desesperanzadora, los 
gatos siempre estarán en peligro de extinción.
 
 
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