Mi comandante
Yosvani Anzardo Hernández, Jóvenes sin Censura
HOLGUÍN, octubre - (www.cubanet.org) - "Un día lloré ante su imagen", me 
dijo aquel hombre. Según él, jamás pensó en existencia más justa y noble 
para sí y para cualquier cubano que darlo todo por la revolución.
Aceptaría la separación de su familia si fuera necesario. Ellos lo 
entenderían un día, porque sus compañeros del silencio les harían saber 
de su sacrificio y sollozarían orgullosos por su digna soledad. Da mucha 
fuerza el saberse del lado correcto, su revolución no es inmaculada, 
pero su comandante sí.
Como llegar a ser uno de los elegidos era su preocupación, sufrió una 
crisis depresiva cuando la guerra de Angola terminó sin su 
participación. En fin, fue un niño lleno de sueños, un adolescente 
repleto de deseos. Luego la misma maquinaria que él admiraba se 
desentendió de algunos de sus compañeros. Si fuera cobarde habría 
aceptado que eso sencillamente pasa. Pensar con cabeza propia fue su 
gran defecto. Luego encontró mentiras y crímenes cotidianos. Al final 
prefirió pensar que su comandante era tan inepto que no sabía nada.
Mentiras e injusticias se encuentran en cualquier parte del mundo, pero 
tantas y tan grandes en tu propia vida, son las que llevan a muchas 
personas al suicidio. Que en Japón, Canadá o Groenlandia sucedan cosas 
atroces es lamentable, pero que sucedan en tu tierra, y cuando se supone 
que no deben ocurrir, es simplemente doloroso.
"Un día lloré ante su imagen", y esta vez lo digo yo, un ser con nombre 
que preferiría no tener rostro, con voz de herida abierta. Ambas 
imágenes no son las mismas. Mi comandante luchó por llevarle justicia, 
pan y libertad a su pueblo, y el jefe implacable lo metió en la cárcel.
La muerte rondaba entre sus compañeros de lucha y él comenzó a morir 
todos los días, alimentándose de su dignidad, sabiendo que el dolor 
significa vida, solidario con los hermanos de prisión, pero consciente 
como nadie de que las huelgas de hambre se emprenden sólo cuando el 
contrario tiene corazón, y este no era el caso.
Mi comandante dirigió la columna 9. Sus fotos desaparecieron: la entrada 
a La Habana el 8 de enero del 59; Camagüey y sus excelentes relaciones 
con Camilo.
¿Por qué tanto miedo a la verdad? Veneno le llaman, y tienen razón, 
envenena y mata al monstruo que llevamos dentro. El libre albedrío es 
libertad. Nuestro pueblo no es sumiso ni cobarde, y la historia nunca 
absuelve.
Mi comandante está cultivando un siglo nuevo, y ha de verlo crecer 
porque abonará con su memoria esta tierra de todos, mancillada por el 
odio y la intolerancia. Aún no termina pero estás aquí conmigo, siente 
el calor de mi mano y el respeto de mi abrazo. Y si además sientes que 
te llega desde todos los puntos de esta isla, créelo, la verdad se abre 
paso en nombre de los caídos y de los que aún no se quitan las botas de 
guerrillero. Honor y honra a quien merece ambas cosas Huber Matos, mi 
comandante.
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