A 10 años de la visita del papa Juan Pablo II a La Habana, los templos
lucen semivacíos y las procesiones con pocos fieles
09 de agosto de 2007
LA HABANA, Cuba (AP).— La foto es histórica: Fidel Castro de traje y
corbata, el único líder comunista en el hemisferio, parado junto al papa
polaco Juan Pablo II sobre una alfombra roja colocada en el aeropuerto
José Martí.
Corría 1998, cientos de miles de personas esperaban al Pontífice y otro
tanto abarrotaba las parroquias en un inusitado auge de religiosidad que
tenía a los sacerdotes exhaustos y asombrados. Pero 10 años después los
templos lucen semivacíos y las procesiones con pocos fieles.
Es inocultable que la Iglesia Católica no logró consolidar la
desbordante cantidad de feligreses, en tanto apuesta ahora por elevar la
calidad de sus creyentes; mientras sus relaciones con el gobierno son
más tranquilas que antaño pero no están exentas de altibajos.
Sencillo en sus maneras, de tono firme y sin esquivar respuestas, el
obispo auxiliar de San Cristóbal de La Habana, monseñor Juan de Dios
Hernández (Holguín, 1948), no pareció sorprendido por esta realidad.
"El elemento cuantitativo no es el criterio que define a la Iglesia, lo
que la define es el seguimiento a Jesús", manifestó durante una
entrevista exclusiva.
Para Hernández, quien fue formado y ordenado sacerdote jesuita, es
razonable el fenómeno siempre que uno ponga el acento en lo pastoral:
"El Santo Padre vino a Cuba como va a todas las iglesias, a confirmarla
en la fe; vino para toda Cuba, pero de un modo especial para aquellos
que han tenido la experiencia de fe".
El polaco Juan Pablo II fue factor clave en la lucha contra el comunismo
en su país. Para nadie pasó inadvertido entonces su consejo —menos
espiritual que político— de que "Cuba se abra al mundo y el mundo se
abra a Cuba", dicho en las barbas de su anfitrión Castro.
"El Santo Padre crea grandes expectativas porque es una figura
internacional, pero eso no puede opacar la figura central de ser el
[apóstol] 'Pedro' de hoy, a quien Jesús le da un mandato", explicó
Hernández.
Entonces se vio lo inimaginable: a Castro en primera fila junto a su
gabinete participando respetuosamente de una misa de miles de personas
en la Plaza de la Revolución. El Papa con el trasfondo de un enorme
cartel de Cristo y flanqueado por la legendaria imagen del comandante
guerrillero Ernesto "Che" Guevara.
Desde entonces la Iglesia Católica ganó indudables espacios de
reconocimiento como el decreto de feriado para las Navidades, los
permisos para procesiones, el acceso esporádico para emitir mensajes por
los medios de comunicación y la posibilidad de atender espiritualmente a
estudiantes latinoamericanos.
Sin embargo muchas de las demandas de la institución no fueron atendidas
como el permiso para brindar educación religiosa, la oportunidad de
participar en programas asistenciales a través de Caritas, las
ceremonias en las cárceles —actualmente hay capellanes que trabajan con
reclusos que lo solicitan— o la entrada permanente a la prensa.
Además, desde siempre la Iglesia mostró su desagrado por la legalización
del aborto, una práctica considerada en Cuba derecho de las mujeres
aunque a veces haya algunos abusos en su utilización.
"Hay que mirar la situación en un marco procesal", indicó monseñor
Hernández, para quien la relación con el gobierno isleño "a veces va
lento", otras "se acelera", hay elementos conflictuales y de coincidencia.
"Pienso que vamos caminando", reflexionó el prelado.
Algunos critican además a la Iglesia por haberse negado como institución
a respaldar a los grupos disidentes, poco conocidos en lo interno.
El argumento de la alta jerarquía llegó contundente y fue su rechazo a
tomar partido en una comunidad donde revolucionarios —como el ilustre
intelectual Cintio Vitier— y opositores —como el activista Oswaldo Payá—
suelen ser feligreses por igual.
Las tensiones entre los religiosos y las autoridades comenzaron después
del triunfo de la revolución en 1959, cuando en la isla se profundizó el
modelo comunista y la Iglesia se identificó con las clases ricas
desplazadas del poder.
Al punto que bajo tutela eclesial se llevó a la práctica la "Operación
Peter Pan", un plan de la inteligencia estadounidense por el cual
cientos de niños fueron sacados de Cuba —mediante sacerdotes católicos—
pues se corrió el falso rumor de que el nuevo gobierno cancelaría la
patria potestad y los enviaría a la Unión Soviética. Muchos de los
menores jamás volvieron a ver a sus padres.
Pero fue hacia finales de los años 80 y los 90 cuando una apertura del
gobierno permitió los primeros sólidos acercamientos.
Hernández lo explicó así: "Desde el Encuentro Nacional Eclesial cubano
(1986) dejó de ser una Iglesia atrincherada, en esa relación
Iglesia-Estado pasamos por años difíciles... [pero] nos dimos cuenta de
que la Iglesia no puede vivir defendiéndose sin anunciar el Evangelio".
Paralelamente, en todas estas décadas, nunca se rompieron las relaciones
diplomáticas con el Vaticano.
Pese a las distancias, las autoridades cubanas mantienen actualmente un
discurso que a veces se emparenta con el de los sacerdotes, sobre todo
en torno a la necesidad de fortalecer los valores morales de las
personas para enfrentar un mundo lleno de consumismo y las
desequilibrantes tentaciones de los tiempos de la globalización.
Pero la Iglesia tuvo que estar atenta a otro frente: el crecimiento de
los evangélicos y el tradicional culto afrocaribeño de la santería,
sumamente popular en la isla.
"No se puede enfrentar una realidad luchando contra ella; se acoge a
esas personas con esa fe, llamémosla así, rudimentaria", comentó
Hernández. "Y tratamos de ir promoviendo que encuentren la verdadera fe
que hace crecer a la persona".
En todo caso la estrategia del Plan Pastoral cubano es fortalecer la
formación y la conciencia de los católicos, el "discipulazgo", por el
cual el creyente viva "con coherencia aquello que predica", señaló el
prelado. Una visión realista que pone énfasis más a la calidad que a la
cantidad de fieles.
http://www.laopinion.com/latinoamerica/?rkey=00000000000002096610
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