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Tuesday, March 27, 2007

PERESTROIKANDO: DÍAS DE LUZ

PERESTROIKANDO: DÍAS DE LUZ
2007-03-27.
Pedro Álvarez Peña

Fuimos un grupo de estudiantes cubanos con una suerte inmensa o, será
otra cosa. A pesar de todo lo que traíamos en las mochilas castristas,
tuvimos la dicha de vivir los tiempos de la Perestroika y el Glasnost en
la antigua Unión Soviética. Este aire democrático cambiaría para siempre
nuestras vidas. Tanto fue así, que de nuestro grupo de siete
estudiantes, ninguno regresó a Cuba.

*************

Llegamos a Leningrado, hoy Sant Petersburgo. Al borde del golfo de
Finlandia, bañada por las aguas del Mar Báltico y penetrada por el
Nieva, desde su delta, se yergue la ex capital rusa. Construida hace
trescientos años con ese propósito por Pedro El Grande, temido Zar del
que nos contarían muchas historias.

Arribó el tren a la Estación de Vitebsky. Muy Grande y con varios
andenes. Parecía una estación de las películas de principios de siglo.
Algo que llamó mucho mi atención fue que en Leningrado se conservaban
todas las estaciones de trenes con un aire diferente a lo demás:
Varshavsky, Moskovsky, Finlandsky y Vitebsky eran las estaciones
principales donde se combinaban trenes de distancia con los regionales.

Para sorpresa de todos nos esperaba un estudiante cubano de la misma
especialidad nuestra. Él era un año mayor que nosotros. Nos dio la
bienvenida y tras un corto intercambio de palabras nos vimos sumergidos
por primera vez en el Metro. Por cierto se dice que es uno de los más
profundos del planeta y ya lo notamos al bajar por las largas escaleras
automáticas unos treinta o cuarenta metros bajo tierra. Tuvimos la
suerte de encontrarnos con las estaciones más bellas del trayecto de un
golpe. La estación Pushkinskaya, con el nombre en honor al gran Poeta
ruso – Pushkin, era una de la más vieja del metro de Leningrado y por
supuesto de las más bonitas pues cuando se construyeron las primeras
estaciones en la etapa de la posguerra, se puso mucho empeño en las
decoraciones y el acabado de las mismas. Para gran contraste con las
últimas de los años ochenta que solo tenían unos azulejos en las paredes.

"Dveri sakribayusa", se cierran las puertas, escuchamos en nuestros
oidos al entrar en el tren, si era un tren como otro común lo que bajo
tierra. La limpieza era impecable, no había un cartelito, un pintadito,
nada, todo bastante seco y rígido pero muy limpio y claro. El tren
desarrollaba gran velocidad y se oía el rechinar de los rieles, sobre
todo en las curvas. El túnel era oscuro y con muchos cables, fue una de
las primeras cosas que observé. Eran como las dos de la tarde. No había
muchas personas en el tren.

Tras una media hora de viaje llegamos a La plaza Muzhestva (Plaza de la
Valentía), salimos a la avenida de "Niepakarognix" (Los invencibles).
Que ya íbamos entrando en materia. El albergue o residencia estudiantil,
que suena más bonito, quedaba a unos cinco minutos de la estación del
metro en esa avenida aunque algo hacia dentro. Era un edificio bastante
nuevo en forma de herradura. El muchacho cubano nos dijo que esperáramos
que él fuera a ver como hacer para resolver nuestros cuartos y eso.

Los siguientes minutos han sido los más silenciosos de mi vida. Entramos
a una sala de estar en la entrada de la residencia y cerraron la puerta.
Allí estábamos los siete cansados del viaje. Nos tumbamos en unas sillas
y escuchamos el silencio. Parece que el cansancio mató nuestras lenguas
que permanecieron inertes por unos minutos. Sentí como un ruido que no
lo era, sino un vació llenaba mis orejas de aire pues no había sonido.
Cosa rara que experimentamos todos pues al rato lo comentamos. Claro era
la primera vez que estábamos en una habitación herméticamente cerrada,
no entraba ruido de ninguna parte y en realidad afuera no había el
bullicio al que estábamos acostumbrados, muchos menos decibeles en estas
latitudes.

Al rato vino nuestro compañero y decidimos como nos íbamos a dividir.
Problema número uno: éramos siete y las habitaciones estaban de a tres
personas, por lo que uno de nosotros quedaba fuera. Se solucionó de tal
forma que "el salvaje", si así le llamaríamos un tiempo después y espero
no se ofenda hoy, fue a vivir con un cubano del año mayor que vivía con
un ruso. Para suerte de él y del cubano, el ruso nunca estaba ahí.

Entonces nos fuimos nosotros tres, el negro, el matemático y yo para el
cuarto 525, del cuarto piso, ala derecha de la herradura. Los otros tres
peludos quedaron en el segundo piso del compartimiento central y el
salvaje colindaba con el cuarto de ellos del otro lado.

Mi amigo me dijo vamos a bañarnos y después vamos a comer. Segundo
problema: en el baño no había ducha, no era un baño sino solo un
servicio y un lavamanos; ¿y lo otro qué? Nos preguntamos. Supimos que
habían muy pocas duchas en el complejo, pues había un baño grande en el
sótano con las duchas pero como era verano estaba cerrado. "Que extraño"
me dijo mi amigo. Claro no tenía que ver con la estación del año sino
con que la mayoría de los estudiantes estaban de vacaciones y por
consiguiente no hacía falta duchas. Los cubanos recién llegados querían
agua, así que fuimos a buscarla. Apareció una ducha del otro lado, es
decir en el ala izquierda en el tercer piso. Para allá fuimos los tres
en chancletas y toallas.

El día era muy bonito y con mucho sol. Las latitudes nos jugaron
entonces la primera mala jugada. El negro me dijo bueno iremos a comer
pero no hay apuro. Yo le insistía pero el decía mira lo claro que está.
Al fin miramos el reloj. Eran las ocho y media de la noche pero afuera
eran como las cuatro de la tarde aunque en Cuba, aquí eran las noches
blancas y atardecía como a las diez de la noche. Solabaya, salimos
corriendo para la calle a buscar comida y sí que estábamos atrasados
pues todo estaba cerrado. Mi amigo me comentó que hasta la oficina del
partido está cerrada.

Si no fuera por los alumnos de segundo año no se que hubiera sido de
nosotros. Nos encontraron merodeando por las afuera del albergue y nos
llamaron. La gorda preparó unos sándwiches estupendos y tomamos jugo.
Estuvimos toda la noche haciendo cuentos del viaje y ellos contándonos
de las cosas allí y lo que teníamos que ir haciendo.

Debemos agradecer de por siempre a estos estudiantes que con tantas
cosas nos ayudaron en el principio. Más que nada por inculcarnos la idea
de prepararnos para todo lo que venía. Nos dijeron que reparáramos el
cuarto pues ahora teníamos tiempo. Las clases no empezarían hasta
septiembre, teníamos dos semanas donde solo daríamos un poco de ruso por
las mañanas.

Así que emprendimos los tres un gran proyecto de reparación. Pusimos
dinero entre todos para comprar materiales. Recorrimos gran parte de la
ciudad buscando pintura, yeso, cemento y otras cosas. El cuarto quedó
muy bonito. Hasta hicimos un mueble para poner los calderos que íbamos
comprando. Si estábamos empezando a cocinar y prepararnos nuestras
cosas. Teníamos un esquema para todo aunque la improvisación y
voluntariedad hicieron que duráramos mucho tiempo cocinando y
compartiendo juntos algo que muchos vaticinaron terminaría rápido. De
hecho los tres peludos no cocinaron por mucho tiempo juntos. El salvaje
estaba con nosotros, poníamos dinero los cuatro y cocinábamos,
comprábamos los mandados y a veces nos dábamos un lujito en forma de un
vino de Georgia o una botella de Vodka.

Fuimos al instituto por primera vez al segundo día. El compañero de
segundo año nos llevó y presentó al decanato donde cursaríamos estudios,
nos registraron, hicimos algunos papeles y nos indicaron que teníamos
que asistir a clases de ruso por las mañanas hasta que empezara el curso
escolar el primero de septiembre.

Fuimos a varias clases de ruso aunque no aprendimos mucho. Igual era
algo transitorio. Ya al comenzar el curso iríamos a la cátedra de idioma
ruso y allí las cosas tomarían otro cause.

Por ahora todo era observar y aprender, más bien a vivir en este nuevo
medio. Dábamos excursiones a diferentes partes de la ciudad. Estuvimos
en el Museo Ermitage y en el Museo Ruso. Viajamos un día al palacio de
verano de Pedro el Grande que tenía unos jardines muy bonitos con muchas
fuentes. Una de ellas con Sansón quebrándole las mandíbulas a un león
por la boca del cual salía una gran cortina de agua al cielo.

Fuimos un día a ver un partido de fútbol al estadio Kirov de Leningrado.
Jugaba el mejor equipo de la liga soviética. El dinamo de Kiev contra el
Zenit local. Por las tardes varias veces paseamos por las orillas del
Nieva al costado del Ermitage o caminamos por los puentes, o por las
anchas aceras de la Avenida de Nievky, arteria principal de la ciudad
que cruza el casco histórico desde la Plaza del Alzamiento (Bostanya)
hasta el Admiralteisbo, uno de los lugares más antiguos de la ciudad a
las orillas del Nieva.

Así pasamos los primeros días, alejados de los libros que pronto
perturbarían nuestras noches, curiosos de explorar la bonita ciudad de
puentes y cúpulas doradas e inocentes del torbellino político que
limpiaría nuestras mentes en aquel lugar.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=9507

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