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Sunday, September 03, 2006

Como un hospital de guerra

Como un hospital de guerra

Por Marcelo Jiménez Jiménez

Agencia Jóvenes sin Censura

Bitácora Cubana, 2 de septiembre de 2006 - La Habana

El hombre esta ahí, arrebujado en un destartalado sillón del hospital.
Ha viajado sin dormir desde la madrugada haciendo el periplo de Moisés
en el desierto para venir desde la ciudad de Sagua de Tánamo a
kilómetros de esta capital provincial. Su objetivo: conocer al hijo que
acaba de nacer. Lo ha intentado varias veces pero sin conseguirlo. Cada
vez que lo intenta, choca contra el contén de supervisores, guardias de
piso y salón, jefas de turno y cuanta autoridad tenga un solo carné
identificativo que lo acredite como parte del ejército de funcionarios
que están autorizados a eso: pedirle la identificación a los cientos de
personas que pululan por el antaño flamante Hospital General Vladimir
Ilich Lenin de esta ciudad.

En meses pasados, un vicedirector de ese centro hospitalario hacía
público que en periodos anteriores los lunes y los viernes eran los días
críticos del hospital, pero que en la actualidad, todos los días se
habían convertido en críticos. Esto se debe a la falta de personal
médico y paramédico, debido a la alta cuota de profesionales que Cuba
canjea a base de petróleo, dinero y otros insumos principalmente con
países latinoamericanos.

El deterioro de los servicios en esa instalación de asistencia médica
tiene su punto más caliente en la falta de higiene en áreas tan
delicadas como la sala de partos que cuenta con manchas en el piso y
abundancia de insectos como cucarachas, mosquitos y otros. De igual modo
se puede ver en los baños utilizados tanto por las pacientes como por
los acompañantes –los que logran el salvoconducto y los que saltan el
muro de contención de la burocracia al orden del día.

"A las once de la mañana, cuando llegué para conocer a mi hijo, me
comunicaron que habían cambiado el horario de visitas para los padres",
dice con el desconsuelo de un huérfano infantil. "Ahora tengo que
esperar a las siete de la noche. Ahí nos dan un pase de una hora y tengo
que resolver cómo regreso a Sagua o quedarme por algún rincón", añade.

Mientras caminamos hacia la cafetería, me comenta alguien, que "con algo
de dinero fuerte o un engañito, engañito que puede ir desde jabones, una
jaba con alimentos u otro artículo de valor, podría pasar a verlos entre
las cinco y las siete de la noche cuando la vigilancia se diezma un poco.

"En este país se le ablandan los sesos a cualquiera", asegura. Después
del calor de las tres de la tarde no hay guapería que se resista. Ahora
parece más animado y como el café está frío y sin el sabor prometido del
cartelito "café puro", nos disponemos a bajar al área de los vendedores
particulares.

En el área de urgencias médicas se aglomeran varias personas entre las
que indudablemente han necesitado de la atención con rapidez, pero que
vienen porque en sus policlínicas no hay médicos o están en curso de
maestría, especialidades, las consabidas vacaciones de este verano y
otras inclemencias que el viento se ha de llevar, o la eficacia si algún
día regresa.

Se aglomeran los necesitados. Los que vienen acompañados del personal
médico, pasan por encima de la enorme cola donde hay niños y ancianos y
donde indudablemente la mayoría de las personas son de lugares
intrincados como Mayarí, Frank País o Moa. "La obra de choque de la
juventud cubana", como rezaba la consigna a todo pancarta allá por los
años 80.

No hay nada más parecido a un hospital de campaña, en campaña de guerra
o paz, pero en una campaña feroz contra el tiempo o contra los pacientes
paradójicamente. Contra los que entren o requisando los bultos y
paquetes de los que salgan o los que parezcan sospechosos, todo con tal
de estar activos y alertas y trabajar o parecer que se trabaja, lo que
importa es que el tiempo pase parecen decir sus caras.

Yo dejo el mármol gris del majestuoso hospital y el hombre deambula
cerca del parqueo de bicicletas. Me vuelvo y está intentando telefonear,
pero desiste ante el aparato roto. Lo veo sentarse, se arrebuja en un
banco de los exteriores y pasa una ambulancia. Si él se va detrás de los
que se asoman a urgencias, la muchedumbre se lo traga.

Ahora pedaleo con más fuerza y no veo el hospital y estoy a punto de
olvidarme de este infeliz. A las siete de la noche conocerá a su hijo
cuando le den el pase reglamentario por una hora o tal vez sea alrededor
de las cinco de la tarde si un "engañito" lo hace "invisible".

http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=2828

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