Luis Cino
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Max Lesnik en su blog, nada 
menos que desde Miami, sale al paso a "la feroz campaña mediática 
internacional" que tanto aqueja a sus carnales del mandarinato. A Lesnik 
le consta, lo pudo constatar por televisión (¿Cubavisión 
Internacional?), que la represión contra las Damas de Blanco no fue para 
tanto. La policía  se las llevó  a rastras entre los gritos de 
fidelistas indignados. Más ruido que otra cosa. Tanto ruido como el de 
las amenazas telefónicas que recibe Max, o los petardos que le han 
puesto.  Y merecidos que se los tiene, por tanta mierda que habla, dirán 
algunos atorrantes. Bah, extremistas hay en todos los bandos. Max 
Lesnik, un periodista tan objetivo, debe comprender.
Que nadie le diga a Max Lesnik  que nueve Damas de Blanco fueron 
lesionadas por los sicarios. ¿Para qué perder el tiempo, para qué 
volvernos locos? Seguro que ya consultó con sus colegas de Granma y Mesa 
Redonda, y le aseguraron que son "patrañas de los mercenarios al 
servicio del imperio".
Cuando en el año 2007, en uno de sus tantos viajes a La Habana, recibió 
la más alta condecoración del periodismo oficial cubano, Max Lesnik 
reiteró que era un leal soldado de la revolución de Fidel Castro. El 
problema es que su trinchera está en Coral Gables y eso lo obliga a ver 
la revolución y la contrarrevolución (¡vaya términos anticuados que se 
encaprichan en usar ciertas gentes!) por televisión. Y ya se sabe que 
la pantalla distorsiona. Dígame usted si se trata de los corta y pega de 
los Servicios Informativos de la TV Cubana.
Pero, ¿quién convence a Max Lesnik cuando se le mete algo en la cabeza? 
¿Acaso no conspiró contra la revolución de su amigo Fidel, y luego puso 
pies en polvorosa cuando se asustó porque iba a morir con los comunistas 
del PSP y el monopartidismo que venía?
Max Lesnik se enorgullece de ser un disidente que no vive de su 
disidencia. ¿Acertijo, trabalenguas o rap? Supongo que su disenso dentro 
de la disidencia tenga que ver con el hecho de vivir en Miami. ¡Qué 
horror! ¡Qué lugar para tanta audacia! Es como irse a vivir a Jerusalén 
para dedicarse a pregonar allí que los nazis no eran tan malos.
¡Max Lesnik dice cada cosa! Da envidia su valentía  cuando uno se asusta 
tan sólo de pensar lo cerca que están los calabozos de Villa Maristas y 
las rejas del Combinado del Este. ¿Qué son los segurosos y los 
socotrocos y lombrosianos de las brigadas de respuesta rápida al lado de 
tanto viejito terrorista suelto por la calle de los que acechan a Max 
Lesnik en Little Havana?
A fin de cuentas, no hay que ir tan lejos y correr tanto riesgo para 
decir que nos  oponemos al embargo norteamericano.
¡Qué lástima que Max Lesnik no pueda, no quiera o no lo dejen porque 
allá es más útil, quién sabe, quedarse en Cuba! O al menos venir con más 
frecuencia. Para que eche el resto con sus amigos de la juventud. No 
importa si hay alguna discrepancia. Mejor aún. Así  comprobará que la 
disidencia interna no es tan rentable como le dijeron. Y que la sangre 
puede llegar al río. Antes que por televisión, es mejor verlo todo in 
situ. Aunque sea a través de los  cristales de las ventanas del Palacio 
de la Revolución. O a través de los barrotes de un calabozo, con un ojo 
aporreado.
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