Martes 30 de Marzo de 2010 08:45 Alberto Méndez Castelló, Las Tunas
Recurriendo a un profuso articulado del código de defensa social, el 24 
de marzo de 1952 cierto abogado con bufete en la calle Tejadillo número 
57, en La Habana, se dirigió al Tribunal de Urgencia porque "el señor 
Fulgencio Batista y Zaldívar ha incurrido en delitos cuya sanción lo 
hacen acreedor a más de 100 años de cárcel".
"La terrible realidad y la lógica me dicen que si existen tribunales, 
Batista debe ser castigado", decía el abogado, denunciando los cargos de 
los que el ciudadano Batista era amo: "presidente, primer ministro, 
senador, mayor general, jefe civil y militar, poder ejecutivo y 
legislativo", imputó el letrado.
Paradojas de la vida, antes de transcurrir siete años, toda dignidad, 
honores y funciones denunciados, aunque distribuidas en personerías, de 
facto, a lo Robespierre, estaban en poder del abogado denunciante; pero 
si el ciudadano Batista sólo las secuestró desde el 10 de marzo de 1952 
hasta el 31 de diciembre de 1958, el letrado litigante las mantiene 
hasta el día de hoy. Si bien es cierto que al enfermar de gravedad 
transfirió sus poderes a su segundo al mando, en este caso su hermano, 
todavía conserva el cargo de mayor pompa y poder en la nación, primer 
secretario del Partido Comunista.
Para llegar a tan alta investidura, incluso transitaría por la cárcel, 
un curso de verano comparada con las destinadas a sus adversarios.
"Arreglé mi celda el viernes. Baldeé el piso de granito con agua y jabón 
primero, polvo de mármol después, luego con Lavasol y, por último, agua 
con creolina. Arreglé mis cosas y reina aquí el más absoluto orden. Las 
habitaciones del Hotel Nacional no estarían tan limpias. Me voy a cenar 
espaguetis con calamares, bombones italianos de postre, café acabadito 
de colar, y después un Hupmann 4. ¿No me envidias? Cuando cojo el sol 
por la mañana en short y siento el aire del mar, me parece que estoy en 
una playa, luego un pequeño restaurante aquí. ¡Me van a hacer creer que 
estoy de vacaciones! ¿Qué diría Carlos Marx de semejante 
revolucionario?", escribió desde su celda en la prisión de Isla de Pinos 
el doctor Fidel Castro.
Cumplía 15 años de reclusión "como autor jefe máximo de un delito 
consumado contra los poderes del estado (…) cuidando que dicho 
sancionado se encuentre segregado de los demás que se hallan dentro de 
la prisión por delitos comunes", dice el acta de condena de la causa 37.
A las 7:15 de la madrugada del 26 de julio de 1953, al mando de poco más 
de cien hombres disfrazados de soldados, armados con escopetas y rifles 
de caza, el doctor Castro atacó el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, 
tomando el hospital militar, el civil y el Palacio de Justicia; 
simultáneamente, otros 26 hombres la emprendían contra el Cuartel de Bayamo.
A causa de esos hechos murieron 89 personas, nueve civiles inocentes 
entre ellos; algunos asaltantes prisioneros fueron asesinados, la 
revista Bohemia y el Diario de Cuba reportaron esos crímenes, los 
asaltantes acusaron al Ejército y el Juzgado de Instrucción de Santiago 
de Cuba y Bayamo radicaron por lo menos cinco causas por delitos de 
homicidio cometidos por los militares.
Robespierre y 'las cucarachas'
Al día siguiente del enterramiento de su hijo y en presencia del que 
esto escribe, a través de Rosa Meneses, del diario madrileño El Mundo, 
Reina Tamayo hizo público su deseo de exhumar el cadáver de Orlando 
Zapata, pues según ella, entre otras causas, las golpizas a que fue 
sometido condujeron al prisionero a la huelga de hambre que lo hizo perecer.
"Y todos estamos en peligro de muerte, esta gente no tiene compasión", 
dijo Reina Tamayo recordando las condiciones de represión desarrolladas 
durante los funerales de Zapata y la ulterior campaña de descrédito 
contra su hijo y contra ella misma. "Están regando por ahí que yo me voy 
a robar un niño como venganza, como si yo sintiera odio, como si yo no 
viviera por los niños", dijo.
"El aparato de propaganda y organización debe ser tal y tan poderoso que 
destruya implacablemente al que trate de crear tendencias, camarillas, 
cismas o alzarse contra el movimiento", escribió el doctor Fidel Castro 
a Luis Conte Agüero desde la prisión, el 14 de agosto de 1954, al día 
siguiente de su cumpleaños 28. ¿Sería acaso este el germen del 
tratamiento —según sus palabras, implacable— dado por el doctor Castro a 
los disidentes?
"Cabe preguntarse, cuántos de los compañeros de lucha desconocedores de 
este modo de pensar de Fidel durante y al triunfo de la revolución 
serían marginados o destruidos. Los ejemplos de marginación, 
orquestaciones judiciales, fusilamientos o largas condenas de cárcel, 
son evidentes en los períodos más o menos convulsos a lo largo de estos 
50 años; pero el misterio de los desaparecidos, algunos muertos en 
circunstancias sospechosas, planea cual buitre en el ocaso y hay que 
estar en guardia todo el tiempo, pues es vieja la historia de hablar de 
una forma y proceder de otra", dijo un intelectual, viejo luchador 
clandestino, separado del Movimiento 26 de Julio debido a sus sospechas 
de que algo andaba mal tras la desaparición de Camilo.
"Seguir la misma táctica que se siguió en el juicio: Defender nuestros 
puntos de vista sin levantar ronchas. Habrá tiempo de sobra para 
aplastar a todas las cucarachas juntas", orientó el doctor Fidel Castro 
a su colaboradora Melba Hernández el 12 de diciembre de 1953 desde la 
prisión de Isla de Pinos, a donde fue conducido el 17 de octubre de ese año.
Poco después, el 24 de mayo de 1954, al referirse a Robespierre 
escribía: "Eran necesarios unos meses de terror para acabar con el 
terror que había durado siglos. En Cuba hacen falta muchos Robespierre".
Muy alejadas estas palabras de las que por la incautación de dos libros, 
Stalin, de Trostky, y Técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte, 
escribió a uno de los ayudantes del supervisor de la prisión en abril de 
1954: "Cuando se estudian cuestiones económicas, sociales o filosóficas, 
es preciso contar con libros de los más variados criterios y autores. 
Materias religiosas o de doctrina política y social, no se concibe el 
estudio sin libertad de leer. Ya una vez se suscitó el problema con 
otros libros, el teniente Montesinos, a quien le expuse el problema, lo 
resolvió razonablemente. Ruego que se tenga en cuenta que soy un 
profesional, y que una limitación incomprensible en este asunto me 
resulta humillante y dura, porque interfiere en algo muy íntimo en el 
hombre, que es su deseo de saber. ¿Usted consultó el decomiso de esos 
libros con sus superiores? Le ruego que les exponga estas razones mías 
en la seguridad de que las atenderán", dijo el doctor Castro al censor.
Entendiendo las razones expuestas, los militares le devolvieron los 
libros y, conciliador, el cautivo escribió al oficial del dictador: "He 
tenido una ocasión más de apreciar cuan invariablemente amable es usted; 
no me arrepiento de haberle hecho una carta razonada y cordial, porque 
yo a usted no puedo dirigirme nunca de otro modo más que con la mayor 
consideración y cortesía. Se que cuando usted no resuelve algo es porque 
únicamente no puede. Recibí los libros con mucha alegría y eso me enseñó 
una vez más que las personas hablando se entienden, que entre los 
hombres lo que hace falta es buena voluntad".
¿Buena voluntad? Eso sería en abril de 1954, porque en marzo de 2003 y 
ahora mismo el ánimo y el arbitrio, la libertad y la merced, están 
signados por el odio y la intolerancia: "No se está en presencia de una 
biblioteca personal, la totalidad de esos materiales son publicados con 
la finalidad de brindar información sobre transiciones hacia la 
democracia, derechos humanos y economía de mercado, encaminados a 
provocar la subversión del orden interno del país", dice la sentencia 
contra Omar Moisés Rodríguez Hernández, condenado a 18 años de prisión 
por gestionar una biblioteca independiente, tres años más que el doctor 
Castro por concebir y dirigir una acción armada.
Condenados al silencio
José Miguel Martínez Hernández, por poseer libros, valga decir 
información y difundirla, fue condenado a 13 años de prisión, igual 
sanción que la impuesta al hoy general Raúl Castro, por tomar el Palacio 
de Justicia en Santiago de Cuba y desde él hacer fuego sobre el Cuartel 
Moncada.
Y qué decir de la sanción de Víctor Rolando Arroyo Carmona, 26 años de 
privación de libertad, algo así como asaltar dos veces el Palacio de 
Justicia. Blas Giraldo Reyes Rodríguez, 25 años, diez más que si hubiera 
comandado el asalto en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953.
Todos estos hombre y muchísimos más fueron condenados por lo que Fidel 
Castro definió en abril de 1954 al dirigirse al censor como la 
"humillante" y dura interferencia en "algo muy íntimo en el hombre, que 
es su deseo de saber".
"Lastra hoy a la sociedad cubana un contrasentido inaudito en un pueblo 
que se dice culto, llamar doble moral a la hipocresía. La nación debía 
asumir el delito del cuatrero como consecuencia de sus leyes; la voz 
contestataria abierta o los comentarios entre dientes como los escaños 
ausentes en una Asamblea que es más monólogo que Parlamento. ¿No se dice 
libre y soberana? ¿Por qué amordazar entonces la voz y castigar el 
pensamiento?", dijo un sociólogo que hace tiempo está observando las 
incongruencias de la sociedad cubana.
De 1902 a 1955, aquella defectuosa, pero viva República, promulgó 118 
leyes de amnistía. La del 6 de mayo de 1955, para perdonar al doctor 
Fidel Castro y a otros 28 asaltantes de la segunda unidad militar del 
país, la habían pedido cuatro madres, las de los asaltantes Juan 
Almeida, Pero Miret, Jesús Montané y Ernesto Tizol, recordaría un abogado.
"Pedimos una amnistía que comprenda al doctor Fidel Castro y sus 
compañeros y sus compañeros del Moncada, a los militares sancionados, a 
los exilados, a todos los presos políticos", pidieron aquellas buenas 
señoras, mientras poco después, en apelación pública, 35 intelectuales y 
políticos se pronunciaron como nunca más a ocurrido en esta nación.
Decía, "el problema cubano ha de plantearse en paridad de dignidad, 
honor y valor cívico. Mientras un grupo pretenda administrar los 
intereses de la mayoría, no gobernar, seguiremos sin paz, necesaria para 
resolver la angustiosa crisis nacional. La libertad de los presos 
políticos no es una consecuencia, es una causa para entrar en la paz". 
"Reflexionaron llamando a la concordia hombres de la talla del ensayista 
Jorge Mañach", dijo el abogado mostrando la revista Bohemia, donde en la 
página 62 de su edición del 27 de febrero de 1955 aparece el texto de la 
apelación pública.
"Estar preso es estar condenado al silencio forzoso, a escuchar y leer 
cuanto se habla y se escribe sin poder opinar, a soportar los ataques de 
los cobardes que se aprovechan de las circunstancias para combatir a 
quienes no pueden defenderse y hacen planteamientos que, de no 
encontrarnos imposibilitados materialmente, merecerían nuestra inmediata 
réplica. Se nos convierte en rehenes, se hace con nosotros lo mismo que 
los nazis en los países ocupados. Por eso somos hoy, más que presos 
políticos, los rehenes de la dictadura".
¿Quién escribió estas palabras? ¿Acaso alguno de los médicos, abogados, 
ingenieros o periodistas que guardaron prisión por poseer libros o 
escribir artículos? Por el férreo encarcelamiento que sufren parecen 
estas palabras obra de alguno de ellos, a quienes incluso se les prohíbe 
hablar por teléfono de las condiciones de reclusión. Pero no, las 
anteriores palabras forman parte de un texto de unas 2000 y las escribió 
Fidel Castro en su celda el 19 de marzo de 1955.
Estaban dirigidas al presidente Fulgencio Batista, rechazando sus 
condicionamientos para otorgar una ley de amnistía; fueron publicadas en 
la revista Bohemia bajo el título Carta sobre la amnistía, en las 
páginas 63 y 94, en su edición del 25 de marzo de 1955, a los seis días 
de ser escritas, como si el mensajero de la redacción estuviera 
esperando por ella al otro lado de la reja.
Luego no estaba condenado al silencio el doctor Castro, como tantos 
hombres hoy lo están, obligados a recurrir a medios en el extranjero 
para expresarse, expuestos a los epítetos de "mercenarios" y "apátridas" 
y al consabido presidio.
Medios al servicio… ¿de quién?
Se dice, incluso en la Constitución de la República, que los medios hoy 
están al servicio del pueblo. Cuando el doctor Castro utilizó a Bohemia 
para expresarse desde la prisión, la revista pertenecía a un empresario. 
¿Estaría hoy Bohemia dispuesta a publicar una carta del psicólogo y 
periodista Guillermo Fariñas como publicó la del prisionero Fidel 
Castro? Digamos que no sobre un asunto de fondo, como lo es una ley de 
perdón, convengamos en algo menos trascendental, pero de innegable valor 
humano, algo así como la excarcelación de un número similar de los 
asaltantes amnistiados en mayo de 1955; no en tan buen estado de salud 
como aquellos tras 21 meses y 15 días de prisión, desde luego, sino muy 
enfermos.
¿Publicaría al respecto Bohemia no 2000 palabras, basta con una notita? 
Evidentemente que no. Más que papel en Bohemia, a alguna pluma le falta 
la tinta que le sobró al dictador Fulgencio Batista.
Guillermo Fariñas está escribiendo, como lo hicieron Orlando Zapata, 
Pedro Luis Boitel y tantos otros, con las tripas sobre sus huesos.
Estamos de acuerdo con el abogado de Tejadillo, Batista debió ser 
condenado a 100 años de cárcel… pero no sólo Batista, sino también todos 
los dictadores. Ya lo dijo Fidel Castro, sin el 10 de marzo no hubiera 
existido el 26 de julio.
http://www.diariodecuba.net/cuba/81-cuba/953-cuba-ayer-y-hoy.html
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