TRIBUNA/ DERECHOS HUMANOS
El escritor ensalza la figura de Orlando Zapata Tamayo, preso político
cubano fallecido en huelga de hambre. Critica duramente a todos los
amigos y cómplices del régimen castrista, entre ellos el Gobierno español
RAÚL RIVERO
EXPERTO EN CALABOZOS y celdas de castigo, profesional del hambre y de la
sed, conocedor de todas las sombras del presidio, Orlando Zapata Tamayo
sabía -desde que empezó su huelga el 3 de diciembre pasado en la cárcel
de Kilo 8-, en Camagüey, que en el camastro de cemento donde tomó la
decisión podía comenzar su viaje definitivo hacia la tumba.
Tenía que saberlo porque este albañil y plomero, natural de Santiago de
Cuba, de 43 años, era ya en ese momento un preso político con siete años
de vida en cárceles de mayor rigor. En su experiencia estaba todo lo que
pudo pasar delante de sus ojos en ese tiempo. Y los testimonios (las
lecciones, la enseñanza) de centenares de hombres y mujeres que, en
medio siglo, pasaron jornadas de maltratos y privaciones en los mismos
rincones.
Zapata Tamayo era de la escuela de la rectitud, la decencia y el
respeto, reconocida en el duro y complejo mundo del presidio cubano.
Identificada por los delincuentes comunes y por los carceleros que se
saben de memoria los nombres de Mario Chanes de Armas, un hombre que
cumplió 30 años de cárcel en rebeldía y el de Pedro Luis Boitel, un
líder estudiantil, que en 1972, fue el primer prisionero del castrismo
en morir encerrado (a los 41 años) después de 53 días de una huelga de
hambre.
Él, que provenía de esa estirpe, estaba convencido que llevaría su
empeño hasta el final. Y por su conocimiento de la actuación y las
reacciones de los funcionarios de prisiones estaba persuadido también de
que ellos serían implacables. Así es que el prisionero asumió la huelga
de hambre y todos riesgos para reclamar un trato humanitario. Que se le
reconociera su condición de prisionero de conciencia y se le pusiera fin
a los abusos, golpizas y ensañamientos contra los presos políticos.
El activista había trabajado en varios grupos de la oposición pacífica,
fue uno de los organizadores de una peña de debate social en el Parque
Central de la Habana y, en la llamada Primavera Negra de 2003, durante
una ola represiva que llevó a prisión a 75 cubanos, Zapata Tamayo fue
sentenciado a tres años de cárcel.
En ese juicio inicial se le formularon cargos por desorden público,
desacato y desobediencia, pero después, durante sus estancias en el
centros penitenciarios habaneros, de Pinar del Río, Holguín y Camagüey,
por actos de protestas y desafíos a los carceleros, le elevaron la pena
a 36 años de cárcel. Esa era la condena que cumplía cuando murió.
Las exigencias del preso y su permanente trabajo de denuncia por los
malos tratos, por la falta de alimentos y la higiene en las celdas y
destacamentos, hicieron que los carceleros actuaran siempre con rigor y
violencia contra el activista.
En octubre de 2009, Zapata Tamayo recibió una paliza en la prisión
provincial de Holguín. Durante el episodio recibió un golpe que le
produjo una lesión grave en la cabeza y lo tuvieron que someter a una
cirugía de urgencia.
Su familia denunció que cuando comenzó su huelga en la cárcel de Kilo 8
en Camagüey, los militares decidieron negarle el agua para beber y la
medida le provocó una falla renal. Después, en el hospital a donde lo
trasladaron, ya con la salud muy deteriorada, lo dejaron casi desnudo
frente a un equipo de aire acondicionado y se le diagnosticó poco
después una neumonía.
Ahora, esta mañana de febrero, ya no está, y la cifra de presos
políticos cubanos se queda en un número redondo: 200. La perfección para
los informes y la incredulidad de la burocracia y el papeleo de los
políticos donde las vidas de estos hombres circulan o se ocultan como si
fueran siluetas sin cara, sin familia y sin nombres.
Los cubanos no quieren que vaya nadie a sacar los boniatos del fuego.
Allá no hay castañas. Lo que necesita la oposición pacífica es
visibilidad y reconocimiento, apoyos y solidaridad. Lo que quieren los
presos son reclamos de libertad y no declaraciones piadosas.
Los activistas de derechos humanos, los periodistas independientes, los
familiares de los presos (las Damas de Blanco), los jóvenes que quieren
espacios y libertades tienen muy pocos aliados y compañeros de viaje en
las estructuras de poder.
Es el régimen el que tiene grandes amigos, cómplices y proveedores en
aquella región. Es un retrato en familia en el que caben desde Hugo
Chávez y su combo de aspirantes a dictadores hasta demócratas de quita y
pon como Lula da Silva y Michelle Bachelet. O personajes encapotados y
aquiescentes representados por la figura del presidente de México Felipe
Calderón.
Ya saben los líderes de oposición y todos los cubanos que la huelga de
hambre y la muerte de Orlando Zapata Tamayo no perjudica que el Gobierno
español siga en su defensa de sustituir la actual posición común de la
Unión Europea por un acuerdo bilateral.
No creo que nadie en la isla tuviera esa esperanza.
En el 2003 el régimen fusiló a tres jóvenes inocentes que trataban de
escapar de la isla, y en el 2007 murió -sacado de la cárcel a toda
prisa- el preso político Miguel Valdés Tamayo. Ahora, este hombre que
estaba empeñado en que en una dictadura lo trataran como a un ser humano.
Las agendas políticas son más trascendentes, más imperecederas que la
vida de un hombre, siempre a un paso de la muerte, una simple
circunstancia que en las conciencias pragmáticas y graves sólo llega a
producir un poco de compasión, curiosidad o asombro pasajero.
Raúl Rivero, columnista de EL MUNDO, fue preso político en las cárceles
cubanas.
Noticias/Cuba Dar la vida no es perderla (26 February 2010)
http://www.cubanet.org/CNews/y2010/feb2010/25_O_2.html
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