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Wednesday, January 30, 2008

Choque de trenes

Publicado el miércoles 30 de enero del 2008

Choque de trenes
NICOLAS PEREZ DIEZ ARGÜELLES

Todos los ojos del mundo están puestos en las primarias para elegir a
los candidatos demócrata y republicano a la presidencia de Estados
Unidos, menos los ojos de los cubanos de Miami. Ellos se ríen de su
importancia y, con el complejo de superioridad que los caracteriza,
tienen puesta la atención en un choque de trenes que todavía demora pero
que ya se están alquilando balcones entre los dos políticos más
importantes de esta ciudad: Lincoln Díaz-Balart y Raúl Martínez.

Va a ser una campaña feroz, muy sucia. Ya se habla de que Lincoln es
primo hermano del hijo mayor de Fidel Castro y que Raúl es pariente de
un general castrista. Y aunque los dos saben que estas descalificaciones
son absurdas y nada tienen que ver con sus credenciales, permiten que
sus partidarios las usen. Y es que en época de elecciones todo vale,
hasta las infamias disfrazadas de medias verdades.

También el otro día Raúl dijo algo así como que Lincoln ha sido un
pésimo congresista, y eso es falso y malintencionado. El sabe
perfectamente que su adversario es miembro del importante Comité de
Reglamentos y el republicano de más alto rango del subcomité de
Presupuesto y Procedimientos Legislativos de la Cámara de
Representantes. En 1999 la publicación Congressional Quaterly lo nombró
uno de los 50 miembros del Congreso más eficaces y la revista Hispanic,
tras una encuesta a nivel nacional, concluyó que Lincoln estaba entre
los 10 hispanos más influyentes de los Estados Unidos.

Díaz-Balart también ataca a su contrario con falsedades. Es un secreto a
voces que la acusación de corrupción y pandillerismo, que con un
procedimiento cuestionable hizo el fiscal Dexter Lehtinen contra el ex
alcalde de Hialeah, y que parecía tener como objetivo dejarlo fuera de
combate en una elección contra su esposa Ileana Ros, terminó años
después, siendo desestimada tras una apelación, y otros dos juicios
acabaron también sin veredicto, hasta que por último un fiscal federal
retiró todos los cargos. Es decir, Raúl Martínez ante la Justicia
norteamericana, legalmente hablando, está más limpio de pecado que una
niña el día de su primera comunión.

En cuanto a Cuba, creo que por aquí es por donde la emotividad exiliada
marca las distancias. Es cierto que ninguno está de acuerdo en levantar
el inexistente embargo, no obstante, discrepan radicalmente, en que
Lincoln está de acuerdo con que los exiliados viajen a Cuba sólo cada
tres años y Martínez opina que no es correcto contribuir a la separación
familiar. En este tema, una de cal y otra de arena. El gobierno de los
Estados Unidos está en su derecho de prohibir a exiliados que al año y
un día de llegar a este país diciendo que son perseguidos políticos en
la isla tengan la desfachatez de regresar con la cara tan fresca a la
fiesta de 15 de Cachita, a bañarse en la playa de Varadero o a comprar
jineteras por un frasco de desodorante. Aunque desde otro punto de vista
se llega a una conclusión diferente, limitar las visitas cada tres años
es un error político. Todo aquél que viaja a la isla, tan sólo con
conversarle a su familia, contribuye un poco a democratizar a Cuba. La
interminable cantidad de tonterías que habla un exilado cubano en la
Calle 8 vale menos que nada, pero decir las mismas cosas dentro de Cuba
vale su peso en oro.

Una última impresión sobre el carácter de ambos. Raúl tiene fama de tipo
conflictivo. Hace años, ante todas las cámaras de televisión de este
pueblo agredió físicamente a un carnicero que estaba bloqueando el
tráfico en el Palmetto, protestando contra el Servicio Guardacostas. El
tipo era bajito y enclenque y el ex alcalde mide como seis pies y medio,
la verdad que fue un abuso. En cuanto a Lincoln tiene demasiada ira
contenida dentro. Cuando hace una declaración contra un enemigo con los
ojos inyectados en sangre, gesticulando con ambas manos, la boca torcida
por la indignación, en un desagradable tono de voz irónico e inflexivo,
es como si me mordiera el hígado, instintivamente me echo para atrás en
mi sillón porque me da la impresión que va a sacar la mano por la
pantalla del televisor y me va a dar un bofetón.

Por último llegamos a lo humano, sobre con quién prefiero darme unos
tragos en una barra. Creo que con Raúl, pienso que después del segundo
scotch dejaríamos de hablar de política y comentaríamos sobre un nuevo
estadio para los Florida Marlins. Con Lincoln no podría socializar, él
me da mucho miedo.

nicop32000@yahoo.com

http://www.elnuevoherald.com/opinion/story/151251.html

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