2007-01-04
Dra. Maritza Beato
Este 5 de enero se conmemora un aniversario más de la fundación, en 
1728, de la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo de La Habana 
por la Orden de Padres Dominicos, contando ya con 279 años de fecunda 
existencia.
Los religiosos habían ya intentado, en tres ocasiones entre 1670 y 1717, 
de crear en Cuba un centro de estudios similar al que ya tenían en Santo 
Domingo. Al fin, en 1717 el dominico Fray Bernardino de Membrive, 
Procurador General de la Orden de Predicadores, obtuvo la aprobación 
conjunta del Rey de España, Felipe V, y del Papa Inocencio XIII, 
concedida mediante un breve apostólico. La nueva institución fué situada 
en el viejo Convento de San Juan de Letrán.
Las primeras asignaturas cursadas con categoría de Facultad fueron las 
de Teología, Derecho Canónico, Derecho Civil (Leyes), Medicina, y Artes 
(Filosofía), y también existían cátedras de Matemáticas, Retórica y 
Gramática. Apenas con pocos años de inaugurada, ya se encontraban en su 
lista de graduados a nombres ilustres de la historia cubana: Tomás 
Romay, Felipe Poey, Félix Varela, José Antonio Saco y Francisco Arango y 
Parreño, entre otros.
Esta primera etapa, la Real y Pontificia terminó en 1842, fecha en la 
que la Universidad fué secularizada y transformada en la Real y 
Literaria Universidad de La Habana. Fué en esta segunda etapa que 
tuvieron lugar los sucesos más trascendentales de la lucha contra el 
gobierno español. Tras la invasión de Narciso López en 1851, los 
estudiantes colocaron en la puerta de la Biblioteca Central un dibujo de 
la que es hoy nuestra bandera, con la leyenda "¡Viva Narciso López!".
Al comenzar la guerra grande del '68, universitarios destrozaron un 
retrato de la Reina Isabel II de España que se exhibía en el Aula Magna. 
La Universidad tuvo sus primeros mártires en los ocho estudiantes de 
medicina fusilados en 1871, y durante la guerra del '95 fueron muchos 
estudiantes los que ofrendaron sus vidas al ideal independentista.
En 1902, con el advenimiento de la república, comenzó la tercera y 
brillante etapa, la de Universidad Nacional, estrenando un nuevo local 
con su traslado a la antigua Pirotécnica Militar, situada en el lado 
norte de la llamada Loma de Aróstegui, a la entrada del Vedado, siendo 
nuestro primer Presidente, don Tomás Estrada Palma, quien plantara con 
sus propias manos una ceiba como símbolo de la institución.
El magno edificio -con su histórica escalinata de 88 peldaños, en medio 
de la cual se alza la estatua del Alma Máter; sus Jardines de la Plaza 
Agramonte; el Patio de los Laureles, los tesoros de la Biblioteca 
Central; su Jardín de la Fama, y su magnífica Aula Magna, Acrópolis 
cubana edificada en 1910,- fué escenario y testigo de algunos de los 
sucesos más importantes de nuestra historia reciente, evocando la 
intensa vida académica, intelectual, cultural y científica, envidia de 
todo el mundo, que disfrutamos durante la era republicana.
La Constitución de 1940 estableció la autonomía universitaria y la 
obligación del Estado de su mantenimiento y de la gratuidad de la 
enseñanza, que quedó al alcance de todas las clases sociales. En su 
época de mayor esplendor, la Universidad llegó a tener más de 15 
facultades y varios centros de investigación especializados, reconocidos 
universalmente por su excelencia académica, siendo el orgullo de todos 
los cubanos.
Heredando una hermosa tradición de libertad y cultura que se acrecentó 
con el paso de los años, la casi tricentenaria Universidad fué la piedra 
fundamental sobre la cual se levantó la nación, conservando siempre un 
ojo vigilante sobre la gobernación del país, con sus avances y retrocesos.
La Federación Estudiantil Universitaria (FEU), creada en 1922, estuvo 
siempre a la vanguardia de las luchas políticas contra las dictaduras. 
Cuando la república retrocedió en manos del gobernante de turno, un 
nombre universitario -llámese Rafael Trejo o José Antonio Echevarría- 
encabezó siempre la lista de los mártires del momento.
A raíz del derrumbe castrista de 1959, las fuerzas del mal hicieron 
pronta presa de nuestro más alto centro docente. Se cambiaron cátedras, 
se expulsó a profesores, se encarceló a estudiantes, y el credo marxista 
destruyó de golpe a la conquista universitaria más inmarcesible: la 
libertad de pensamiento.
Más tarde comenzó un largo exilio que puso a prueba, con indiscutible 
éxito, la calidad de sus graduados. Y las fuerzas espirituales generadas 
por ella se mantienen hoy intactas, seguras del resultado final. Así, en 
la larga lucha por obtener la dignidad plena del cubano, estará siempre 
presente algún hijo de la Universidad de la Habana.
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