CUBA, EN SU HORA DECISIVA
Por Carlos Alberto Montaner
Libertad Digital
España
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Máximo Tomas
Dept. de Investigaciones
La Nueva Cuba
Enero 27, 2007
Carlos Alberto Montaner aborda aquí algunas de las preguntas que rondan
por la cabeza de todo aquél preocupado por el futuro de Cuba. Este
artículo se trata de un extracto de "¿Qué ocurrirá tras la muerte de
Castro?", el ensayo del presidente de la Unión Liberal Cubana que
publicará íntegro La Ilustración Liberal en su número de primavera.
¿Sobre qué bases reales se asienta el poder del general Raúl Castro?
Raúl, en gran medida, tiene el control del aparato policíaco-militar y
del Partido Comunista. Durante muchos años ha ido colocando a personas
de su entorno en puestos de importancia. Sin embargo, su peso en la
Asamblea Nacional del Poder Popular, en los sindicatos, en el aparato
cultural y en las otras organizaciones de masas es considerablemente
inferior.
¿Es indiscutible su liderazgo?
No. Raúl fue designado por su hermano como heredero, y nadie le niega
"méritos revolucionarios" (su destacada participación en la ya remota
lucha contra Batista), ni ciertas dotes como organizador, o su carácter
de buen padre de familia, dato desconcertante que carece de importancia
cuando recordamos que Adolfo Hitler era una persona cariñosa con sus
allegados; pero la percepción general es que es una persona mediocre y
sin ideas, aunque menos caótico que su hermano.
Raúl, no obstante, es un ser humano con cierto balance emocional que le
permite conjugar la dureza contra sus enemigos con una dosis afectiva
genuina por sus allegados, sin ese detestable narcisismo que caracteriza
al Máximo Líder. Naturalmente, no posee la fuerte personalidad ni el
carisma de Fidel. Además, a lo largo de casi medio siglo se ha granjeado
la antipatía y el rencor de muchos de los miembros del aparato que
fueron marginados de la cúpula en medio de las luchas burocráticas.
Nadie le discutía a Fidel el liderazgo político del país, o el derecho a
castigar o premiar a quien deseara sin dar explicaciones, pero hay
numerosos dirigentes que creen tener más méritos y talento que Raúl, y
que no aceptan sus decisiones sin que antes o después tenga que
justificarlas. Esa es la diferencia entre un caudillo indiscutible y un
mero jefe.
¿Qué mantiene unida a la clase dirigente?
El discurso oficial establece tres sofismas que se repiten hasta la
fatiga con el objeto de crear una suerte de legitimidad moral a la
dictadura, pero en los que ninguna persona sensata parece creer seriamente:
– Que las Fuerzas Armadas y, en general, los revolucionarios o
simpatizantes del sistema son los continuadores de la lucha de los
mambises del siglo XIX, quienes supuestamente fueron traicionados por
los políticos de la corrupta "república mediatizada".
– Que si los revolucionarios "se dividen", Estados Unidos, junto a los
cipayos exiliados en Miami, unos despreciables anexionistas,
establecerían en la Isla una colonia de los yanquis vendida a los
intereses capitalistas.
– Que el fin de la Revolución significaría el fin de las llamadas
"conquistas revolucionarias": la educación, la salud y ese cierto grado
de igualdad racial que hoy existe en la sociedad cubana.
Simultáneamente, una nube de codiciosos exiliados dominados por los
deseos de venganza descendería sobre la indefensa sociedad cubana para
apoderarse de las viviendas y recuperar los bienes confiscados tras el
triunfo de la revolución, convirtiendo a los cubanos de la Isla en
verdaderos cautivos de extranjeros y desterrados.
De acuerdo con estas falsas premisas, se monta una especie de silogismo:
Revolución, Patria, Nación, Partido Comunista forman parte de una misma
ecuación (en la que antes, por cierto, incluían al propio Fidel). Si el
Gobierno comunista (la Revolución) desaparece, también desaparecen la
Patria y la Nación, fagocitadas por la maldad de unos enemigos
siniestros que esclavizarían al pueblo, empobreciéndolo en el plano
material hasta niveles haitianos.
Pero ¿hay algo de verdad en estos planteamientos?
Ni una pizca. Esas son sólo las coartadas para mantenerse en el poder.
Es una obscenidad intelectual plantear que los revolucionarios de hoy,
unos señores que invocan el marxismo-leninismo como fuente de autoridad
ideológica y el Estado soviético como modelo de organización, son los
continuadores de la lucha de José Martí y los mambises. Aquellos
cubanos, como no podía ser de otra manera, eran unos liberales del siglo
XIX, que aspiraban a crear una república clásica, democrática y con
respeto por la propiedad privada, y que nada tenían que ver con los
experimentos totalitarios puestos en marcha en la Rusia de 1917.
Estados Unidos, a principios del siglo XXI, no tiene el menor interés en
anexionarse Cuba. Por el contrario, su principal objetivo es que en la
Isla se establezca un sistema democrático y próspero para que los
cubanos no emigren clandestinamente a territorio norteamericano. Tampoco
es relevante la cuestión económica. Para una economía como la
norteamericana, que se acerca a los 13 billones de dólares, el
paupérrimo mercado cubano carece totalmente de importancia. Por el
contrario, Estados Unidos, que cuenta en su seno con una notable minoría
cubano-americana, a la que debe tener en cuenta, volcaría todo su peso
económico sobre la Isla, e invitaría a Europa y a Japón a que hicieran
lo mismo, con el objeto de mejorar intensa y rápidamente la calidad de
vida de los cubanos y así evitar una crisis migratoria.
Los cubanos exiliados, según las encuestas más solventes, no van a
regresar masivamente como residentes (si las condiciones son favorables,
lo hará un 10%), ni van a desalojar a nadie de unas casas miserables que
se están cayendo a pedazos por culpa de la incuria socialista. No
obstante, si hay garantías jurídicas, sí acudirán masivamente como
turistas e inversionistas, y se convertirán en una fuente de desarrollo
y prosperidad para beneficio de todos, poniendo fin a una hostilidad
artificialmente alimentada por el Gobierno. En cierto modo, la diáspora
sería la provincia más rica de Cuba, y la que más contribuiría a la
prosperidad de los cubanos.
¿Hay alguna razón oculta que explique el inmovilismo de la clase
dirigente cubana?
Temen perder el poder, y los privilegios que comporta. La nomenclatura
es víctima de la natural incertidumbre que le provoca el riesgo de ver
reducida su importancia social y laboral. Quienes pueden tomar
decisiones temen por la suerte de sus hijos y el destino de la familia.
Sienten miedo al cambio, y el miedo, a veces, es un fuerte cohesivo,
pero un pésimo consejero.
¿Y qué sucede con las convicciones ideológicas?
Parece que son muy débiles. El testimonio confidencial de los hijos y
parientes de numerosos dirigentes no deja lugar a dudas: en la intimidad
se reniega del sistema y se admite el total desastre en que vive el
país. El derrumbe del socialismo real y el cambio de signo del modelo
chino, sumados a la experiencia de casi cincuenta años de colectivismo
en suelo cubano, han convencido a la clase dirigente de que ese sistema
no es capaz de generar riqueza y bienestar para el pueblo.
El Gobierno cubano, o al menos una parte, no parece creer que sea
inevitable la transición hacia la democracia y la economía de mercado.
Fidel Castro deja como herencia la tarea de continuar la revolución de
la mano de Hugo Chávez, para construir lo que el venezolano llama "la
revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI".
Es cierto. Pero ¿en qué consiste esa propuesta? Pues en conquistar
políticamente a los países de América Latina para enfrentarlos con
Estados Unidos y el Primer Mundo, mientras se desarrolla alguna variante
del colectivismo en las sociedades que consigan reclutar para esta
peligrosa aventura.
Felipe Pérez Roque lo explicó en un discurso pronunciado en Caracas en
diciembre de 2005. Vino a decir que La Habana y Caracas habían asumido
la responsabilidad de dirigir la revolución en el mundo. Poco antes,
Carlos Lage afirmó que Cuba tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo
Chávez. Sin embargo, no parece probable que Raúl Castro se empeñe
seriamente en esa tarea.
¿Por qué rechazaría Raúl esa tarea, legada por su hermano y mentor?
Porque el pueblo cubano y, muy especialmente, la clase dirigente saben
que el país ya perdió cuarenta años inútilmente, "haciendo la
revolución" y persiguiendo utopías inalcanzables.
La búsqueda del hombre nuevo condujo a sembrar la sociedad de ciudadanos
hipócritas escondidos tras una doble moral. Los cementerios cubanos en
África no sirvieron para nada. Las guerrillas en Sudamérica y todos los
esfuerzos subversivos sólo contribuyeron a empobrecer a los cubanos. Se
tergiversa la historia de la guerra en Angola o de la independencia de
Namibia (y se silencia la aventura en Somalia) para justificar los
absurdos sacrificios impuestos al pueblo cubano, pero nadie ignora que
esos son los pretextos de Castro para ocultar su napoleonismo caribeño y
su voluntad de clavarse en la historia a cualquier precio. Los
experimentos económicos destruyeron los fundamentos de la producción
nacional, incluida la centenaria industria azucarera.
¿Quién en sus cabales puede reeditar esas pesadillas, de la mano nada
menos que de Hugo Chávez, medio siglo más tarde? Raúl, que ya pasó la
rubeola ideológica, aunque no tiene el menor instinto democrático: está
más cerca de la cínica madurez de los chinos y los vietnamitas,
decididos a globalizarse, a privatizar (dentro de ciertos límites) y a
hacer buenos negocios con Estados Unidos y el Primer Mundo, que del
infantilismo pendenciero del chavismo.
¿En qué se parecen o se diferencian el socialismo de los soviéticos y el
castro-chavismo bolivariano?
En primer lugar, en el método para llegar al poder. Los "bolivarianos"
abandonan la lucha de clases, las protestas obreras y la convocatoria a
la huelga general definitiva con que soñaban los marxistas-leninistas
(que no sucedió en ninguna parte, por cierto). También renuncian a las
guerrillas campesinas a lo Mao o, en alguna medida, a lo Castro. El
método chavista, deducido de la experiencia venezolana y hoy elevado a
estrategia universal, es recurrir a las elecciones, plantear una
Constituyente que concentre el poder en las manos del Ejecutivo,
fomentar el clientelismo de los más pobres mediante medidas populistas
efectivas pero de alcance real limitado y, luego, comenzar a desmantelar
el Estado de Derecho y la economía de mercado, imponiendo, finalmente,
una suerte de dictadura dirigista.
¿Y qué ocurre en el plano internacional?
Como especulaba Lenin en el 17 (tras el análisis de Trotski), o Castro
desde el 59 hasta nuestros días, Chávez está convencido de que "el
socialismo del siglo XXI" que se propone implantar en Venezuela sólo
puede sobrevivir si crea una vasta red de complicidad internacional,
para enfrentarla a lo que llama "el imperialismo", y muy especialmente a
Estados Unidos.
Aunque los métodos para tomar el poder son diferentes a los empleados
por los soviéticos, los objetivos son los mismos: destruir el Primer
Mundo capitalista y reemplazarlo por una sociedad igualitaria y
solidaria en la que ni siquiera sea necesario el uso del dinero, porque
los trueques y los impulsos filantrópicos reemplazarían al dinero y al
individualismo egoísta. Chávez, como Castro, son dos utópicos armados
con pistola.
¿Cuál es el modelo chino?
¡Es que no existe ese supuesto modelo chino! Tras la muerte de Mao, que
era, como Fidel, un visionario terco totalmente indiferente a la
realidad, los reformistas chinos, que conocían los "milagros" económicos
de Taiwán, Hong Kong y Singapur, protagonizados por chinos como ellos,
entendieron que debían poner fin a la locura colectivista, permitir y
estimular la empresa privada, sacar paulatinamente al Estado de las
actividades económicas y vincularse intensamente al mundo desarrollado.
En último término, eso era lo que habían hecho los Tigres Asiáticos.
Ellos –la China continental– podían convertirse en el mayor tigre
asiático, pero tenían que abandonar las supersticiones del marxismo.
¿Hasta dónde llegaría Raúl Castro, si se decidiera a tomar el camino chino?
Insisto: el camino chino no tiene fin. Es un camino, no una meta. Una
vez que se entra en un proceso de reformas como el emprendido por los
chinos, los resultados y las coyunturas van ampliando los horizontes, lo
que, a su vez, precipita a los dirigentes a improvisar sobre la marcha.
Son procesos abiertos. En todo caso, la distancia cultural, demográfica,
geográfica e histórica entre China y Cuba es abismal. Raúl puede tomar
la decisión de abrir sustancialmente la economía cubana, y todos lo
aplaudirían, pero los resultados, aunque alivien la miserable forma de
vida de los cubanos, no serían semejantes a los de China.
Si la vía bolivariana conduce al fracaso, la china es un espejismo y el
modelo cubano de joint ventures demostró sus limitaciones y se agotó,
¿qué opciones reales le quedan a la Cuba que hereda Raúl Castro a los 75
años?
Una opción, por supuesto, es no hacer nada. Poner más policías en las
calles, intimidar con mayor saña a la población, contemplar cómo la base
material y moral del país se degrada progresivamente, mientras los
cubanos se vuelven más desilusionados y cínicos, sin otra esperanza que
"sacarse el bombo", construir una balsa o seducir a un o una turista
para escapar de Cuba, como han hecho los hijos y familiares de tantos
dirigentes, hasta que algún día estalle una ola de violencia como
consecuencia de las penurias y la insatisfacción general.
Otra opción, la más madura, sería abrir los cauces de participación de
la sociedad para, entre todos, buscar una salida consensuada a la
situación en que se encuentra el país. Ni siquiera hay que elegir
expresamente el camino del cambio: por donde hay que empezar es por
reconocer que existen otras voces diferentes a la del Partido Comunista
(que en medio siglo no ha conseguido solucionar los problemas más
elementales de la población) y disponerse a escucharlas.
¿Se refiere usted al diálogo entre el Gobierno y la oposición?
Sí, pero no sólo a eso. Desde 1989, una persona tan respetable como el
desaparecido Gustavo Arcos, entonces al frente del Comité Cubano de
Derechos Humanos, propuso crear una mesa abierta de discusión entre el
Gobierno y la oposición, y la respuesta fue el acoso político y el
encarcelamiento de miembros de su grupo y de su familia.
Una verdadera apertura comienza por admitir que los cubanos creen
legalmente asociaciones políticas o de cualquier tipo y puedan reunirse
entre ellos para discutir en total libertad. En España, antes de la
muerte de Franco, cuando las autoridades comprendieron que era imposible
seguir sosteniendo la ficción de que "el Movimiento" representaba a la
totalidad de la sociedad, se aprobó una ley de asociaciones, y las
agrupaciones políticas comenzaron a surgir, dando sentido y forma a
diferentes corrientes de opinión.
Organizaciones como las Damas de Blanco, personas como Oswaldo Payá,
Vladimiro Roca, Héctor Palacios, Elizardo Sánchez, Martha Beatriz Roque,
Laura Pollán, Óscar Espinosa, Gisela Delgado, Dagoberto Valdés, Juan
Carlos González Leiva, Julia Cecilia Delgado, León Padrón, Miriam Leiva,
Luis Cino, y tantos otros, son cubanos inteligentes e instruidos que
dirigen grupos que tienen mucho que aportar para solucionar los graves
problemas que afectan al país.
¿Cómo se pasa de la apertura al cambio?
Una forma sencilla es preguntar al pueblo si desea cambios. De alguna
manera, es lo que sucedió en Chile con el referéndum que abrió el camino
a las elecciones generales, y lo que ha propuesto el ingeniero Oswaldo
Payá con el Proyecto Varela, con el respaldo de miles de firmas. En
España las cosas sucedieron de otro modo: el Gobierno llevó a cabo una
suerte de discreto diálogo con la oposición, y luego el Parlamento
modificó las leyes y dio paso al multipartidismo. En Polonia, el
Gobierno convocó unas elecciones parlamentarias en las que la oposición
podía optar por un número limitado de diputados, pero el respaldo a los
demócratas fue de tal naturaleza que el régimen comunista se desplomó.
¿Por qué los comunistas cubanos tolerarían un cambio de esa naturaleza?
Porque no son muy diferentes a los checos, los polacos o los alemanes.
Ellos comprenden que también saldrán ganando, en la medida en que
cambien una manera de actuar que ha resultado contraproducente. Los
comunistas cubanos saben que en el país hay una profunda inconformidad
con el sistema.
Una parte sustancial de los ex comunistas polacos, rusos, rumanos y
eslovenos se transformaron en socialdemócratas o se integraron en otras
corrientes ideológicas, y eventualmente lograron volver el poder. Los
sandinistas consiguieron ganar las elecciones y regresar al Gobierno
dentro de las reglas del juego democrático. La verdadera democracia no
cierra las puertas a nadie. Los comunistas cubanos saben que hay vida
más allá de la derrota política.
El Gobierno dice que, si el capitalismo se introduce en Cuba, a los
cubanos les espera un destino haitiano...
En realidad, es con el colectivismo autoritario con lo que Cuba se
desliza hacia un destino haitiano. Tras Honduras y Nicaragua, ya es el
tercer país más pobre de Hispanoamérica. Antes de la revolución era el
tercer país más rico, tras Argentina y Uruguay.
Una Cuba libre en el terreno político y económico daría muy rápidamente
un salto tremendo hacia la modernidad y el progreso. Cuba tiene un
capital humano extraordinario –cientos de miles de graduados
universitarios–, y lo que necesita es inversiones y libertad para
producir. Todos los países que han realizado el "milagro" del desarrollo
sostenido lo han hecho en el curso de una generación: España, Corea del
Sur, Irlanda, Chile. En Cuba debe suceder lo mismo.
¿Cuáles son las posibilidades de desarrollo con que cuenta Cuba?
Paradójicamente, en principio, las que identificó el Gobierno cubano
cuando comenzó el llamado "periodo especial": turismo masivo,
inversiones extranjeras, biotecnología, azúcar y etanol, servicios
médicos, cibernética, transporte marítimo y aéreo, entre otra docena de
campos de acción. Pero para que estas actividades dieran resultado no
podían llevarse a cabo en el ámbito oficial y con el criterio paranoico
y sectario con que se desarrollaron. Tenían que emprenderse en el campo
privado, con los cubanos como empresarios junto a los inversionistas
extranjeros.
No hay que olvidar que la clave del desarrollo en las sociedades
prósperas está en que los Estados edificados por ellas se limitan a
crear reglas abstractas que permiten todo lo que no está expresamente
prohibido. La miseria del socialismo dictatorial proviene de que
reglamenta todas las actividades y prohíbe y persigue todo lo que no
está reglamentado.
¿Cuándo pueden comenzar los cambios?
No lo sabemos, pero cuanto más rápido se inicien, menos va a sufrir la
sociedad cubana. Para Cuba, "ya es hora".
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