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Monday, March 28, 2016

Fidel Castro, la estrella de rock

Fidel Castro, la estrella de rock
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles | 27/03/2016

Metido en el último surco de un boniatal en lo profundo de la campiña
cubana, un estudiante de primer año de preuniversitario escuchaba la
Dóbliu ( W). Era el fin del año 1973 y la estación de radio extranjera
transmitía el Hit Parade. Era la voz aterciopelada de Casey Kasem en el
boniatal. Era la escuela al campo en la Cuba de sus Majestades
Satánicas, los Castro Brothers.

El muchacho trajinaba con la antena de alambre. Estaciones de lugares
tan remotos como Barquisimeto, Fort Lauderdale y Little Rock ( Beaker
Street, KAAY, Underground Rock) entraban a su viejo radio portátil. Lo
que captaba era la vida de los otros, y el estudiante era un espía. Si
lo sorprendían escuchando lo que pasaba al otro lado del muro, sería
expulsado del pre.

No habrá mandarria que derribe jamás el muro que separa a Cuba del resto
del mundo. Es un Muro de los Lamentos y el Berliner Mauer enrollados en
una sola tapia, pero sin cabilla, cantera o cemento. El océano es un mar
de lágrimas y una barrera natural: la "maldita circunstancia", cuyo
límite está en todas partes y cuyo centro, blah, blah. . . Habrá que
inventar una música acuática, una misa lacrimosa y un Bidet de Paulina
que conmemoren y maldigan ese aislamiento metafísico. Un tarea para los
ingenieros hidráulicos del próximo siglo.

Allá afuera, allende el boniatal, parecía estar pasando algo grande. El
receptor soviético recogía mensajes en clave, de los que el joven espía
solo descifraba algunas frases sueltas: There's a new sensation / A
fabulous creation / A danceable solution / A teenage revolution. . .

Los Beatles habían quedado atrás, eran cosa de los primos mayores. Lo
suyo era el rock psicodélico. Sus ídolos fueron Robert Plant y Jimmy
Page, de Led Zeppelin, y Brian Ferry y Brian Eno, de Roxy Music: Tired
of the tango / fed up with fandango!

Enloqueció con Led Zeppelin desde que, cuatro años antes, Leandro Soto
lo llevara a su casa de Punta Gorda a oír clandestinamente un 45 rpm que
había traído de afuera su hermano, el marino mercante: A Whole Lotta
Love en la cara A; y el piñazo de Communication Breakdown en la cara B.

La "Revolución" era, para él, solo 33 "revoluciones por minuto", y el 59
quedaba en la remota antigüedad.

Una vez, un diplomático jamaiquino le regaló una cajetilla de Dunhill a
la que le quedaban dos cigarros, y un número reciente de la revista
Circus donde chocó por primera vez con Bowie. Un estudiante de
Ámsterdam, de paso por La Habana, le había dado a escoger entre Good
Bye Cream, de Eric Clapton, y el primer disco de Pink Floyd que escuchó
en su vida, Ummagumma, una música que lo trastornó y que no entendió.

Se quedó con Cream. Bailó The Sunshine of Your Love con una mulata
flaca en la sala de un apartamento en la calle Aguacate, concebido para
una familia de cinco, donde cupieron cuarenta bailadores apilados.

Vivió como hippie en el cuarto de Eliades y Colchón, en la calle
Lamparilla. Salió a jinetear a los puertos, y regresó con Exile on Main
Street, de los Rolling bajo el brazo. Aprendió a chapurrear portugués
con marineros chipriotas. Sus correligionarios eran iniciados en los
misterios del rock: Benigno el hijo de Digna, Pedro el Fabuloso,
Alejandro el Pelú, Tony el Alemán, Silverio, Cocacola y el Foca.

Una noche vio en la oscuridad de La Zorra y el Cuervo a Los Flores
Plásticas. De un apartamento donde celebraban los quince a una
desconocida lo sacaron a patadas por haberse colado. Adentro tocaban Los
Kent.

En la saleta de Manuel Antonio Ureña, que había recibido en la valija
diplomática de su tía el último álbum de King Crimson, tomó té negro y
pidió permiso para ir al baño. Aquel día habían cortado el agua, y lo
expulsaron de esa fiesta también, y lo humillaron y se rieron de él
desde el balcón, mientras bajaba cabizbajo por la calle B.

Un fin de año, en la residencia de Raúl Chaveco, en el Prado –esa casa
que en el 71 fue más importante para la cultura cubana que la del vecino
de la calle Trocadero– pudo ver en vivo a Los Almas Vertiginosas.

En la esquina de San Lázaro y Genios discutió interminablemente con
Julito Buendía, el bajista de Nueva Generación, sobre la relativa
importancia de Slade. Una madrugada, en compañía de Pedrito Campos y
Carlos el Gago, fue asaltado por un delincuente que pretendía
arrebatarle una casetera portátil, mientras escuchaban por milésima vez
la versión larga de Inna-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly.

Y, sin embargo, Fidel Castro era, ya en aquel entonces, la auténtica
estrella de rock. Su escenario satánico fueron las ruinas de Cuba, una
Habana convertida en Dresde que sirvió de trasfondo a su Apocalipsis
unipersonal. La cultura que creó la música que oíamos en un remoto
boniatal villaclareño, se originó en Cuba, así como la idea de lo
revolucionario que subyace en el ímpetu iconoclasta del rocanrol.

Hoy sabemos que las barbas y las melenas de los rebeldes dieron origen
al hipismo. ¡Pero, ay, nuestro héroe en camuflaje de Flogar y gafas
Dorticós terminó engullendo a sus propios epígonos! Como un camaleónico
David Bowie, Fidel Castro cambió, mutó, arrojó el traje verde de
extraterrestre con que había bajado de la montaña y asumió el disfraz
heavy metal de Gran Dictador.

Bowie ha dicho que Hitler fue la primera estrella de rock. En sucesivas
transmutaciones, Fidel Castro llegaría a ser Fiscal, Torturador, Poeta,
Padre de la Historia y Médico Mundial. Devendría luego Creyente,
Déspota, Deportista y Judas Convaleciente. Todavía existe, por mediación
de sus dobles: su estrella invertida asoma en el falso travestismo de
Mariela, en el brutalismo de Raulín, en las barbas radioactivas de su
semilla del Diablo.

Lo adivinamos incluso en Armando Roblán y en Armando Pérez Roura, en las
banderas negras de ISIS, en el álbum Sandinista!, de The Clash, en
Bananas de Woody Allen, en el estalaje del penúltimo Michael Jackson, y
hasta en en los caprichos de El hombre más interesante del mundo ("En
su tarjeta de donación de órganos también está registrada su barba").

Y quizás debiéramos admitir, por fin, que disfrutamos el rocanrol en las
condiciones ideales de terror y persecución en que debió escucharse esa
música revolucionaria. Tal vez solo nosotros, de entre todos los
rockeros del mundo, lo entendimos realmente. La canción de los Rolling
que descubre a Satanás en cada momento de horror de la historia
universal es una oda secreta a Fidel Castro. Si lo entendiéramos así,
quién sabe si alguna vez lleguemos a sentir simpatía por el Diablo.

Source: Fidel Castro, la estrella de rock -
http://www.14ymedio.com/blogs/cajon_de_sastre/Fidel-Castro-estrella-rock_7_1969673014.html

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