Fidel Castro, la estrella de rock
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS, Los Ángeles | 27/03/2016
Metido en el último surco de un boniatal en lo profundo de la campiña 
cubana, un estudiante de primer año de preuniversitario escuchaba la 
Dóbliu ( W). Era el fin del año 1973 y la estación de radio extranjera 
transmitía el  Hit Parade. Era la voz aterciopelada de Casey Kasem en el 
boniatal. Era la escuela al campo en la Cuba de sus Majestades 
Satánicas, los Castro Brothers.
El muchacho trajinaba con la antena de alambre. Estaciones de lugares 
tan remotos como Barquisimeto, Fort Lauderdale y Little Rock ( Beaker 
Street, KAAY,  Underground Rock) entraban a su viejo radio portátil. Lo 
que captaba era  la vida de los otros, y el estudiante era un espía. Si 
lo sorprendían escuchando lo que pasaba al otro lado del muro, sería 
expulsado del pre.
No habrá mandarria que derribe jamás el muro que separa a Cuba del resto 
del mundo. Es un Muro de los Lamentos y el  Berliner Mauer enrollados en 
una sola tapia, pero sin cabilla, cantera o cemento. El océano es un mar 
de lágrimas y una barrera natural: la "maldita circunstancia", cuyo 
límite está en todas partes y cuyo centro, blah, blah. . . Habrá que 
inventar una música acuática, una misa lacrimosa y un Bidet de Paulina 
que conmemoren y maldigan ese aislamiento metafísico. Un tarea para los 
ingenieros hidráulicos del próximo siglo.
Allá afuera, allende el boniatal, parecía estar pasando algo grande. El 
receptor soviético recogía mensajes en clave, de los que el joven espía 
solo descifraba algunas frases sueltas:  There's a new sensation / A 
fabulous creation / A danceable solution / A teenage revolution. . .
Los Beatles habían quedado atrás, eran cosa de los primos mayores. Lo 
suyo era el rock psicodélico. Sus ídolos fueron Robert Plant y Jimmy 
Page, de Led Zeppelin, y Brian Ferry y Brian Eno, de Roxy Music:  Tired 
of the tango / fed up with fandango!
Enloqueció con Led Zeppelin desde que, cuatro años antes, Leandro Soto 
lo llevara a su casa de Punta Gorda a oír clandestinamente un 45 rpm que 
había traído de afuera su hermano, el marino mercante:  A Whole Lotta 
Love en la cara A; y el piñazo de  Communication Breakdown en la cara B.
La "Revolución" era, para él, solo 33 "revoluciones por minuto", y el 59 
quedaba en la remota antigüedad.
Una vez, un diplomático jamaiquino le regaló una cajetilla de Dunhill a 
la que le quedaban dos cigarros, y un número reciente de la revista  
Circus donde chocó por primera vez con Bowie. Un estudiante de 
Ámsterdam, de paso por La Habana, le había dado a escoger entre  Good 
Bye Cream, de Eric Clapton, y el primer disco de Pink Floyd que escuchó 
en su vida,  Ummagumma, una música que lo trastornó y que no entendió.
Se quedó con  Cream. Bailó  The Sunshine of Your Love con una mulata 
flaca en la sala de un apartamento en la calle Aguacate, concebido para 
una familia de cinco, donde cupieron cuarenta bailadores apilados.
Vivió como  hippie en el cuarto de Eliades y Colchón, en la calle 
Lamparilla. Salió a jinetear a los puertos, y regresó con  Exile on Main 
Street, de los Rolling bajo el brazo. Aprendió a chapurrear portugués 
con marineros chipriotas. Sus correligionarios eran iniciados en los 
misterios del rock: Benigno el hijo de Digna, Pedro el Fabuloso, 
Alejandro el Pelú, Tony el Alemán, Silverio, Cocacola y el Foca.
Una noche vio en la oscuridad de La Zorra y el Cuervo a Los Flores 
Plásticas. De un apartamento donde celebraban los quince a una 
desconocida lo sacaron a patadas por haberse colado. Adentro tocaban Los 
Kent.
En la saleta de Manuel Antonio Ureña, que había recibido en la valija 
diplomática de su tía el último álbum de King Crimson, tomó té negro y 
pidió permiso para ir al baño. Aquel día habían cortado el agua, y lo 
expulsaron de esa fiesta también, y lo humillaron y se rieron de él 
desde el balcón, mientras bajaba cabizbajo por la calle B.
Un fin de año, en la residencia de Raúl Chaveco, en el Prado –esa casa 
que en el 71 fue más importante para la cultura cubana que la del vecino 
de la calle Trocadero– pudo ver en vivo a Los Almas Vertiginosas.
En la esquina de San Lázaro y Genios discutió interminablemente con 
Julito Buendía, el bajista de Nueva Generación, sobre la relativa 
importancia de Slade. Una madrugada, en compañía de Pedrito Campos y 
Carlos el Gago, fue asaltado por un delincuente que pretendía 
arrebatarle una casetera portátil, mientras escuchaban por milésima vez 
la versión larga de Inna-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly.
Y, sin embargo, Fidel Castro era, ya en aquel entonces, la auténtica 
estrella de rock. Su escenario satánico fueron las ruinas de Cuba, una 
Habana convertida en Dresde que sirvió de trasfondo a su Apocalipsis 
unipersonal. La cultura que creó la música que oíamos en un remoto 
boniatal villaclareño, se originó en Cuba, así como la idea de lo 
revolucionario que subyace en el ímpetu iconoclasta del rocanrol.
Hoy sabemos que las barbas y las melenas de los rebeldes dieron origen 
al hipismo. ¡Pero, ay, nuestro héroe en camuflaje de Flogar y gafas 
Dorticós terminó engullendo a sus propios epígonos! Como un camaleónico 
David Bowie, Fidel Castro cambió, mutó, arrojó el traje verde de 
extraterrestre con que había bajado de la montaña y asumió el disfraz  
heavy metal de Gran Dictador.
Bowie ha dicho que Hitler fue la primera estrella de rock. En sucesivas 
transmutaciones, Fidel Castro llegaría a ser Fiscal, Torturador, Poeta, 
Padre de la Historia y Médico Mundial. Devendría luego Creyente, 
Déspota, Deportista y Judas Convaleciente. Todavía existe, por mediación 
de sus dobles: su estrella invertida asoma en el falso travestismo de 
Mariela, en el brutalismo de Raulín, en las barbas radioactivas de su 
semilla del Diablo.
Lo adivinamos incluso en Armando Roblán y en Armando Pérez Roura, en las 
banderas negras de ISIS, en el álbum Sandinista!, de The Clash, en  
Bananas de Woody Allen, en el estalaje del penúltimo Michael Jackson, y 
hasta en en los caprichos de  El hombre más interesante del mundo ("En 
su tarjeta de donación de órganos también está registrada su barba").
Y quizás debiéramos admitir, por fin, que disfrutamos el rocanrol en las 
condiciones ideales de terror y persecución en que debió escucharse esa 
música revolucionaria. Tal vez solo nosotros, de entre todos los 
rockeros del mundo, lo entendimos realmente. La canción de los Rolling 
que descubre a Satanás en cada momento de horror de la historia 
universal es una oda secreta a Fidel Castro. Si lo entendiéramos así, 
quién sabe si alguna vez lleguemos a sentir simpatía por el Diablo.
Source: Fidel Castro, la estrella de rock - 
http://www.14ymedio.com/blogs/cajon_de_sastre/Fidel-Castro-estrella-rock_7_1969673014.html
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