Dos monedas, dos mundos: una vida
En La Habana compiten y sobreviven la venta de lujosos productos
importados con la oferta de artesanías de humilde factura, que reflejan
una época revolucionaria cada vez más lejana
Rui Ferreira, La Habana | 30/12/2015 1:51 pm
Caminando el extranjero por la calle Obispo tiene la sensación de que la
ciudad ha cambiado. Es La Habana. Pero una Habana que en el siglo 21
intenta adaptarse a los tiempos nuevos, sin grandes recursos pero con
muchas necesidades. Y en esta arteria emblemática de la ciudad conviven,
o intentan sobrevivir, dos economías hasta no hace mucho antagónicas, la
de mercado y la socializada, en una relación bastante asimétrica.
Es así como la calle Obispo surge hoy como una especie de mercado persa
donde frente a frente conviven los más lujosos productos del mundo con
la artesanía manual que vende la imagen de la revolución. Una enorme
fotografía publicitaria de la cantante Jennifer López, a través de su
perfume, aparece en una vitrina a un lado de la calle mientras que al
frente una mujer intenta vender una camiseta del Che Guevara o una gorra
con la bandera cubana. Al lado, detrás de otra vidriera, el simpático
muñeco M&M sonríe al cliente con la esperanza de que quiera entrar en
esta tienda de chocolates, algo impensable hace algunos años y donde
todo se vende en moneda convertible. En este caso, el embargo económico
estadounidense parece ser un detalle del cual poco o nada se habla.
Todo esto se mezcla con decenas de pequeños negocios de donde salen los
más disímiles olores y sonidos, desde restaurantes a puestos callejeros
de churros, venta de café o uno que otro bar donde, como en el resto de
la arteria "luchan" el peso cubano (CUP) y el peso convertible (CUC),
con una cotización favorable a este último. "Aquí usted puede consumir
lo que quiera y paga en la moneda que quiera", explica Carlos, un joven
santiaguero que sirve de promotor del restaurante ante los potenciales
clientes. Dentro, se puede consumir una buena langosta, un bistec
aceptable, sándwiches de todos tipos y una generosa colección de
cervezas, nacionales e importadas. ¿La diferencia? Para el visitante, si
paga en CUC, la comida sale mucho más barata, a veces no excede los 10
CUC, quizá 15, por persona, nada malo teniendo en cuenta que el servicio
suele estar acompañado por un grupo musical que, de vez en cuando, y en
la medida que la clientela se va renovando, pasa el cepillo por las
mesas porque de eso viven, de las propinas de los comensales.
Para los que solo pueden consumir en pesos nacionales, el asunto se
vuelve mucho más caro. Concretamente, hay que multiplicar la cuenta por
25, porque ese es el valor de cambio entre las dos monedas, y con un
salario promedio de 300 pesos cubanos, no todos los nacionales tienen
esa oportunidad. "Hay una contradicción obvia. Aquí, como en el resto de
la ciudad, conviven las dos monedas. Pero lo interesante es que los
negocios van sobreviviendo. Se logran mantener más que menos y el
Gobierno no parece muy preocupado en cómo estos empresarios, por
llamarlos de algún modo, logran mantener las puertas abiertas", explica
el profesor universitario Enrique López Oliva.
De hecho, el Estado es partícipe en la mayoría de ellos, porque gran
parte de estos negocios —sean restaurantes, bares, peluquerías, tiendas
de recuerdos, librerías o establecimientos que reparan computadoras,
celulares o electrodomésticos— se encuentran dentro de la iniciativa
privada aprobada hace algunos años, o son cooperativas. Es el caso de
algunos restaurantes, cuyo inmueble pertenece al Estado, pero es
administrado por un grupo de cocineros, meseros y administradores, que
pagan un alquiler por el espacio y abonan sus impuestos.
"La cifra de negocios de la calle es muy difícil de calcular. De momento
lo importante es que sirven para abrir espacios que antes no había, dan
otro color a la ciudad, y aunque eso no mejore la calidad de vida,
también sirven para atraer al turista que es, todavía, una fuente
importante de ingresos", amplia López Oliva.
Marta, por ejemplo, es otro caso. Ella ha acomodado la sala de su casa,
tiene un mostrador en el portal y oferta dulces, frituras y refrescos.
"Todo son productos frescos. Es un negocio bueno aunque también hay
tiempo muerto. No siempre es así, ahora en tiempos de Navidad la cosa va
mejor", explica al revelar que la mayoría de sus clientes son niños a
quienes sus padres intentan satisfacer con una que otra golosina, cuando
pagan 20 pesos cubanos por un sándwich y 10 por un refresco.
Los cubanos están descubriendo la economía de mercado, intentando
desarrollarla sin poder dejar al Estado de lado y muchas veces, de una
forma poco ortodoxa. Por ejemplo, la venta de pizzas, que es un negocio
común, popular, tiene sus particularidades.
En un pequeño restaurante privado ubicado en las inmediaciones de la
Plaza de Armas, Carlos oferta pizzas a 30,00 pesos cubanos cada una. Son
de queso, solo de queso, sin nada más, pero si el cliente quiere otro
ingrediente tiene que pagar aparte. Si desea que la pizza tenga bonito
tiene que pagar otros 30,00 pesos cubanos (el equivalente a 1,20 CUC).
"Es un agregado", explica, y por eso lo cobra aparte.
"Ay, mi amigo, aquí el problema no es inventar. El problema son los
salarios que son muy bajos. Por eso esto le puede parecer caro. Pero así
es nuestro mercado", agrega. Y explica que su mayor problema son los
abastecimientos, porque si una lata de bonito solo se encuentra en 2,50
CUC, la única forma de que rinda en pesos nacionales es trasformar el
ingrediente en un "agregado" y cobrar la ración a 25 veces su valor.
Aunque esto posiblemente sucede solo en Cuba, lo cierto es que así están
descubriendo una forma de "levantar cabeza".
"Este es el dilema de la dos monedas. No impide que esta calle tenga una
nueva vida comercial pero enmascara todo el esfuerzo que hay detrás de
ella para mantenerla viva, para hacerla rendir porque, como siempre, la
calle no está fácil", remata el profesor universitario López Oliva.
El periodista Rui Ferreira visitó Cuba hace apenas dos semanas. Las
impresiones sobre su viaje irán apareciendo en CUBAENCUENTRO.
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