'Persona non grata'
ALEJANDRO GONZÁLEZ ACOSTA | Ciudad de México | 29 Nov 2015 - 3:52 pm.
La canónica colección Letras Hispánicas de la editorial española Cátedra
acaba de publicar la que no dudo en calificar como la edición más
cercana a la definitiva de la polémica novela-testimonial de Jorge
Edwards, preparada por los especialistas Ángel Esteban y Yannelys Aparicio.
Provisto de una documentada introducción, donde se recogen y comentan
distintas propuestas teóricas sobre el llamado género testimonial, los
editores han esclarecido con oportunas notas propias, y otras necesarias
acotaciones personales del autor, este texto fundamental en la
literatura hispanoamericana del siglo XX, el cual es una muestra de ese
"testimonio otro", que ha sido negado por algunas visiones afectas a
mirar solo con un ojo, el izquierdo de preferencia, que pretenden
apropiarse con exclusividad del género. Precisamente por esto, con sana
ironía, los editores abren su "Introducción" con el acápite "El mundo
(narrativo) es ancho y ajeno", que reseña distintas opiniones críticas y
fija conceptos teóricos necesarios.
Desde 1973, cuando fue publicada por vez primera en Barcelona por
Carlos Barral, han aparecido sucesivas ediciones, pero es en esta donde,
por primera vez, el escritor y diplomático chileno Jorge Edwards
(Santiago de Chile, 1931) devela todas las interrogantes que por
diversos motivos —entre ellos, de modo principal, evitarle problemas con
la represión a sus testimoniantes— decidió asumir al dar a conocer
originalmente este documento literario inscrito por derecho propio como
un clásico de la literatura hispanoamericana contemporánea.
Las enigmáticas letras que aparecían en las anteriores impresiones,
sustituyendo los nombres de personas con el prudente anonimato, ahora
son finalmente resueltas, y ya con eso bastaría para poder afirmar que
esta edición constituye, dentro de los méritos de una obra especial, una
edición especialísima. Pero sobran razones para apoyar esta aseveración.
Su autor, ahora con 84 años de edad, da cuenta de sus tres y medio
apasionantes —y conflictivos— meses (7 de diciembre de 1970 al 22 de
marzo de 1971) en la Cuba de Castro, cumpliendo la delicada misión de
ser el Encargado de Negocios enviado por el presidente chileno Salvador
Allende a la Isla para reanudar las relaciones entre ambos países, como
paso previo al intercambio de embajadores entre ambos países.
Edwards contaba con un viaje anterior a la Isla, en 1968, como jurado
del Premio Casa de las Américas, y una amistad que supuso le abriría
puertas con los comunistas cubanos: la de Pablo Neruda. Pero ocurrió
todo lo contrario. Sin buscarlo, con confesa candidez, se vio sumergido
hasta el cuello en las intrigas culturales y políticas de Cuba, para su
pesar.
En el caso de Edwards, le corresponde una privilegiada situación como
"testimoniante": miembro de la clase alta chilena, siente desde temprano
simpatías por las causas de mejoramiento popular que se simplifican con
la cómoda etiqueta "de izquierda" y es, de alguna forma, "la oveja
negra" de su poderosa familia "de derechas". Además, para colmo, es
desde muy joven escritor y amigo cercano de personajes tan
contradictorios como Pablo Neruda. Es, pues, un ser predestinado al
conflicto.
La decisión del presidente Allende de enviarlo a La Habana lo convierte,
sin buscarlo, en un "cronista del poder", ubicado en las entrañas del
impenetrable régimen cubano y bajo condiciones hasta un cierto punto
privilegiadas, pero también comprometedoras: así dará cuenta de lo que
vive, ve y escucha desde la cocina del sistema.
Es, evidentemente, un escritor infiltrado en el poder, un espía curioso
y asombrado, aunque ligeramente ingenuo para sus ya 40 años de movida
vida. La Cuba de esa época, épica y voluntariosa, con un líder aún
juvenil y atarantado, era todavía un espectáculo grandioso y motivador,
pero repleto de asechanzas y trampas. El carácter engañosamente ligero,
despreocupado y risueño que falsamente proyecta el cubano en su primera
impresión, escondía muchas motivaciones inconfesadas y grandes abismos,
a los que Edwards sucumbe tan gozosa como irresponsablemente, pagando
con puntualidad las consecuencias.
El gran valor literario y documental de esta obra es que retrata desde
muy adentro los entresijos del poder, pero también incorpora la visión
de la calle, al nivel de la acera, del ambiente cubano en las semanas
anteriores al apresamiento del poeta Heberto Padilla, hasta ese momento
un "consentido" del Gobierno, y la confesión —más del régimen que del
propio encarcelado— de un cambio sustantivo en la forma descarnada en
que el poder se relacionaría con el saber de entonces en adelante, y que
llega hasta nuestros días, con leves matices de diferencia acordados
tácitamente entre las partes actuantes. El libro es la crónica
desconcertada del fin de la luna de miel entre los intelectuales
—cubanos y extranjeros— con la "revolución" cubana.
La Casa de las Américas en esa época era la trinchera cultural por
excelencia del régimen (mucho más por su proyección internacional que la
UNEAC, aldeana, "espesa y municipal"), y algo así como un Ministerio de
RelacionesExteriores en paralelo con el oficial. Allí se incuba, germina
y se sustenta teóricamente el llamado género testimonial, tan
consustancial a la revolución cubana y latinoamericana, como "lo real
maravilloso" a la teoría literaria y artística continental, ambas
devenidas casi en una política cultural de Estado.
Con su Alfita (así le decía cariñosamente al coche que le facilitaron,
el Alfa Romeo que marcaba una situación de status superior en la Cuba de
la época[1]), Edwards disfrutó —y padeció— breve pero intensamente unas
vivencias que lo marcaron para el resto de su vida. Además de su trato
cercano en varias ocasiones con Fidel Castro hubo dos personajes con los
cuales tropezó insistentemente: Manuel Piñeiro Losada, "Barbarroja",
quien fue el temido creador del aparato de espionaje cubano y preparador
de los guerrilleros de muchas nacionalidades que se entrenaban en Cuba
para después ser enviados a sus países con la misión de "crear dos,
tres, muchos Viet Nam" (como exigía el mensaje guevariano a la
Tricontinental), y "Meléndez", quien en realidad era Ernesto Meléndez
Bachs, poderoso Jefe de Protocolo del Ministerio de Relaciones
Exteriores cubano en la época de Raúl Roa. Ambos personajes resultarían
claves en la estancia cubana de Edwards.
Piñeiro, casado durante muchos años con Marta Harnecker —y con quien
procreó una hija— era el "estratega designado" por "El Comandante" para
su campaña guerrillera transnacional. Su esposa de entonces, titulada
como "teórica marxista", fue mucho más que eso y resultó una formidable
activista y movilizadora, pasando "de la teoría a la praxis", y eso
continúa haciendo hoy en la Venezuela de Maduro. Fue, por así decirlo,
una pareja de pares...
Teniendo en cuenta su formación y compulsando sus circunstancias, el
empeño de Edwards en la Cuba vitalista de los años 70, es la crónica de
un fracaso anunciado. Lo interesante y trascendente es la forma en que
el testimonialista reúne los trozos de su recuerdo y los va enhebrando
para brindar un documento vívido y ágil, donde se percibe siempre una
latente y opresiva atmósfera de temor y sospechas.
Además de testimonio, la obra de Edward ha sido calificada de muchos
modos, pero especialmente perceptiva es la opinión de Christopher
Domínguez Michael, quien con buen olfato la denomina como "el arte de la
casi novela", por su indefinición entre el ensayo y la narración, de
tal suerte que además de ser una "página de historia" y el "fragmento de
un diario íntimo", logra también "pasar por ser una novela".[2]
Es igualmente, supongo, un informe diplomático en tono casi
confidencial, escrito por un literato en la antigua tradición de
Talleyrand y Metternich. Los editores del volumen resumen el punto
afirmando que "podría definirse como novela sin ficción, pero el término
'novela testimonial' parece mucho más adecuado".
Es una expresión de valiente justicia crítica de Ediciones Cátedra
incluir en su colección más canónica esta obra tan vapuleada por los
exquisitos críticos de la "academia imperante". Como valor agregado,
además de ser la primera en contar con un estudio crítico y la
corrección completa de variantes y erratas, así como las notas
académicas al pie de página que se entrelazan con las del autor, incluye
el nuevo prólogo titulado "Cuarenta y tantos años", donde el autor hace
el balance de los sucesos a la distancia del tiempo, lo que padeció y la
repercusión que tuvo esta aventura en su vida, y lo actualiza hasta la
alusión al encuentro de Barack Obama y Raúl Castro en la ciudad de
Panamá en abril de este 2015.
También incluye esta edición la carta, hasta ahora inédita, que
Guillermo Cabrera Infante le dirige a Jorge Edwards ya desde su exilio
londinense, fechada el 4 de febrero de 1974, donde simpáticamente
confiesa que al leerlo ha "caído presa de un ataque de paranoia aguda;
ya casi se me había olvidado la técnica castrista para curarla: no hay
posible delirio de persecución allí donde la persecución es un delirio..."
Lamentablemente, y contra todo posible intento edulcorante de la
realidad cubana actual, siguen siendo justas y apropiadas estas palabras
a más de 40 años, de lo que pueden "dar testimonio" los valientes
opositores disidentes quienes padecen hoy, en las calles y en sus mismas
casas, la opresión de un régimen condenado hace rato por la historia.
Además de la de Cabrera Infante, se incluyen cartas al autor de Arthur
Miller, Graham Greene y Carlos Prats. De la de Miller, firmada el 23 de
junio de 1988, escojo y traduzco unos párrafos:
"I found your book fascinating, especially the picture of Fidel. I must
confess that the very idea of one man being the sole of overwhelming
authority for everything seems so out-dated, so slightly laughable in
its presumptuousness that I felt I was reading some ancient text at
times. And that the self-proclaimed architects of the future should
support such a nonsense is really awesome at this date. And I guess it
makes me angrier than when the Fascists do the same because it is done
in the name of human values, the future, science, etc. It is a bit like
when the Jews act badly, they who are supposed to be carrying the most
ancient of the flames..."
"Its hard to understand why your book found no US publisher, although by
this time I suposse it must be too late. I hope it wasn't due to
reverence for F among the editors here."
"Encontré fascinante su libro, especialmente el retrato de Fidel. Debo
confesar que la simple idea de que un solo hombre reúna la exclusiva y
apabullante autoridad sobre cualquier asunto, me parece tan anticuada y
es tan despreciablemente ridícula en su presuntuosidad, que sentí que
estaba leyendo algún texto de épocas remotas. Y que los autoproclamados
arquitectos del futuro deban aceptar esa estupidez es realmente
asombroso en estos tiempos. Y supongo que esto me molesta más porque los
fascistas hicieron lo mismo en el nombre de los valores humanos, el
futuro, la ciencia, etc... Esto es un poco como los judíos que actuaron
mal, pues aceptaron enviar los más viejos a las llamas... Es difícil
entender por qué su libro no ha encontrado editor en EEUU, aunque
supongo que ahora quizá ya sea demasiado tarde. Espero que no se deba a
la reverencia hacia 'F' [¿Fidel?] entre los editores aquí..."
La ironía final de Miller es muy elocuente. Arthur Miller, sin duda,
nunca creyó en los cantos de sirenas provenientes de una soleada islita
tropical...
Edwards cierra su prólogo de 2015, declarando: "Me hicieron toda suerte
de advertencias en los días de su salida. Me auguraron desgracias que
caerían sobre mi casa, sobre mi cabeza y hasta sobre mi sombra. No
faltaron los oprobios, sin duda, pero miro las cosas, hoy, y llego a la
conclusión de que no me arrepiento de haberlo escrito, y de haberlo
publicado a su debido destiempo".
Es algo para agradecer —literaria e históricamente— que Edwards se haya
sobrepuesto a su natural temor. Persona non grata es, sin duda, uno de
los documentos fundamentales del siglo XX para nuestro universo referencial.
Ya saliendo de estas cuartillas desbordadas, quizá debo ofrecer un leve
aporte testimonial y una mínima precisión para este libro. Menciona
Edwards, al reseñar la importante y simbólica visita del buque insignia
de la Armada chilena "Esmeralda" a La Habana: "En el despacho del
alcalde también nos hablarían de historia, aunque de una etapa menos
reciente que la expedición del Granma. Junto al alcalde se hallaba el
joven historiador de la ciudad, que lo sabía todo y que despertó gran
simpatía en Jobet, en quien apreció la manía histórica común a gran
parte de la burguesía y de la pequeña burguesía chilenas...".
El "joven historiador que lo sabía todo", se llamaba Eusebio Leal
Spengler. Y el encuentro no fue en el "despacho" de Óscar Fernández
Mell, entonces "alcalde" de La Habana, sino en el cascarón semivacío del
antiguo Palacio de los Capitanes Generales, que aún no era el museo que
es hoy, y no fue de día, sino en la tarde. El testimonio de estas
precisiones proviene de una joven pareja de enamorados —estudiantes de
una vecina escuela en la Plaza de Armas— quienes se asomaron a la
abierta puerta del edificio, y con la curiosidad temeraria que
justifican los escasos 17 años, entraron y encontraron al grupo de
oficiales chilenos, rodeando al "joven historiador", que los invitó
gentilmente para incorporarse al grupo, en un invernal febrero habanero
de 1971, perfumado con todo el aroma salobre de la bahía vecina.
Los jóvenes enamorados tuvieron así, tangencial y fugazmente, un ligero
roce con la historia de Persona non grata, sin saberlo. Muy lejos estaba
de suponer en aquel momento el entonces muchacho de la pareja, que 44
años después estaría escribiendo esta página.
[1] La mayor parte de estos autos fueron comprados por el Gobierno
cubano gracias a la mediación de una exmillonaria residente en la Isla,
Laura "Chini" Gómez Tarafa, a cuyo nombre se pusieron las acciones de la
firma italiana que en realidad compró el Estado cubano dirigido por
Castro. Como parte de un surrealismo tropical en franca expansión, los
autos policiales cubanos —así como los de los más altos dirigentes
comunistas— eran refinados Alfa Romeo de lujo. Y dos personajes muy
destacados de la cultura nacional, recibieron el "obsequio personal del
Comandante" en su versión deportiva (con dos plazas): Manolo Ortega (el
locutor oficial de los discursos de Fidel Castro) y Enrique González
Mantici (director de la Orquesta Sinfónica Nacional). Estos dos autos
de modelos deportivos eran los únicos en toda la Isla de esa marca
italiana. Edwards menciona en su testimonio el de Manolo Ortega y sus
veloces travesías por la Quinta Avenida de Miramar.
[2] Christopher Domínguez Michael, "Jorge Edwards o el arte de la casi
novela", Letras Libres, Ciudad de México, junio de 2012.
Jorge Edwards, Persona non grata (edición de Ángel Esteban y Yannelys
Aparicio, Cátedra, Madrid, 2015).
Source: 'Persona non grata' | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/de-leer/1448676857_18439.html
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