El hombre al que le gustaba matar
El afán por la aventura atrapó al Che, como la droga a un enfermo mental
martes, octubre 27, 2015 | Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba – Es bien conocido que, con el fin de alimentar el mito
de Ernesto Che Guevara, en numerosas ocasiones el gobierno cubano ha
invertido mucho dinero. Muchas veces proveniente del pueblo cubano, uno
de los más necesitados del mundo.
¿Cuánto habrá costado, por ejemplo, la investigación sobre la muerte del
guerrillero en Bolivia? Un monumento a su figura, valorado en 180 mil
euros, fue erigido en el pueblo natal de la antigua familia española de
los Castro, además de muchas otras grandes sumas gastadas en propaganda.
Como si se tratara de un genio, de un gran descubridor o de un ser
sobrenatural al que se le atribuyen poderes mágicos, se utiliza al Che
Guevara, mediocre hasta los tuétanos, para engañar a los tontos de este
mundo.
En los remotos caseríos de Vallegrande, en Bolivia, lo tienen en altares
que le rezan, le piden milagros y lo llaman San Ernesto, o San Che,
convertido así en el nuevo Cristo para muchos de los pobres
latinoamericanos.
En La Habana, el año pasado, cientos de colaboradores de Mariela Castro,
hija del gobernante cubano, se manifestaron en las avenidas más
importantes, portando una gran foto del Che muerto, rodeada de plumas,
que coreaban a toda voz: "Socialismo si, homofobia no".
Pero, ¿quiénes son los que conocen bien qué representa el mito del Che
Guevara? ¿Los que lo consideran un santo o un Cristo, o aquellos que por
el mes de mayo de 2009 le rompieron su nariz en bronce con un aparato
eléctrico y le pusieron una placa que decía "Che terrorista" a su busto
en la ciudad de Viena?
¿Lo conocen acaso los niños cubanos, obligados todos a decir cada mañana
"Seremos como el Che"?
Ni siquiera sus hijos y su antigua esposa conocieron realmente al hombre
al que le gustaba matar.
Para que su verdadera personalidad no se descubra, el gobierno cubano
jamás ha editado su epistolario. Aun así, muchas de sus cartas,
reveladoras de su ser más íntimo, han podido divulgarse fuera de Cuba.
En carta a su padre, se refiere a la ejecución del guía campesino
Eutimio Guerra el 18 de febrero de 1957, acusado este de pasar
información al enemigo. Cuando nadie se atrevía a matarlo, él lo mató:
"Acabé el problema dándole un tiro en la sien. Boqueó un rato y quedó
muerto. Ejecutar a un ser humano es algo feo, pero ejemplarizante. De
ahora en adelante aquí nadie me va a decir saca muelas de la guerrilla.
Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí realmente que me
gusta matar".
También a su madre le había escrito algo parecido: "Soy todo lo
contrario de un Cristo. Lucho por las cosas en las que creo (…) y trato
de dejar muerto al otro para que no me claven en ninguna cruz".
O a su primera esposa, Hilda Gadea, desde la Sierra Maestra, el 28 de
enero de 1957: "Aquí en la selva cubana vivo sediento de matar, escribo
estas ardientes líneas inspiradas en Martí".
¿¡En nuestro José Martí!?
También reveló su sadismo en la ONU, en diciembre de 1964, ante un grupo
de periodistas extranjeros, cuando le preguntaron si en Cuba se seguía
fusilando: "Sí, estamos fusilando y seguiremos fusilando a todos los que
se opongan a la Revolución".
Mucho antes, en agosto de 1952, lo deja dicho todo por lo claro, en una
carta a su primera novia, María del Carmen Chichina Ferreyra: "no puedo
sacrificar mi libertad interior por vos; sería sacrificarme a mí y yo
soy lo más importante que hay en el mundo, ya te lo he dicho".
No había nacido para vivir en familia. Mucho menos un enamorado de su
trabajo. El afán por la aventura lo atrapó hasta la muerte, como la
droga al débil de carácter o al enfermo mental.
Source: El hombre al que le gustaba matar | Cubanet -
https://www.cubanet.org/destacados/el-hombre-al-que-le-gustaba-matar/
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