La nación de los mendigos
MIRIAM CELAYA, La Habana | Agosto 28, 2015
Se acaba de dar a conocer un nuevo plan que acabará con el hambre en
Cuba. Auspiciado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la
Organización de Naciones Unidas (ONU) y con un monto de 18 millones de
dólares, se desarrollará entre 2015 y 2018 en siete de las 15 provincias
del país –Pinar del Río, Matanzas, Las Tunas, Holguín, Granma, Santiago
de Cuba y Guantánamo–, prestando especial atención a mujeres
embarazadas, mayores de 65 años y niños.
El programa trabaja con fondos donados por varios países,
fundamentalmente por Estados Unidos y la Unión Europea, y en el caso
cubano colaborará con las autoridades para reforzar y hacer más
sostenible y efectivo el sistema de protección social ya existente.
Para esos fines, brindará asistencia alimentaria y otras relacionadas
con los comedores de escuelas primarias y centros de salud, e igualmente
desarrollará un plan de prevención y control de la anemia para niños de
hasta dos años, mujeres gestantes y madres lactantes. Este prevé la
entrega de micronutrientes en polvos y un alimento fortificado con base
de arroz. Por otra parte, la logística incluye la capacitación y
equipamiento para los productores y el personal de las instituciones
estatales vinculadas a la gestión de alimentos.
La información puede resultar halagüeña para muchos, en especial cuando
el país está atravesando una severa sequía que afecta prácticamente a
todo el territorio nacional, y después de haber quedado demostrado el
fracaso del experimento agrícola raulista de cooperativas y productores
individuales (arrendatarios), que transcurrido más de un quinquenio no
ha sido capaz de satisfacer la demanda de alimentos de la población.
Sin embargo, dejando a un lado lo controversial que resulta la
aplicación de un programa de "lucha contra el hambre" en un país donde
supuestamente se eliminó ese mal hace 56 años, donde el discurso oficial
sostiene que nadie está desamparado y existe una cartilla que garantiza
una canasta básica para cada cubano, esta nueva donación para paliar el
efecto (la escasez y penurias alimentarias) y no la causa (un poder
político fracasado que impuso un sistema económico centralizado,
ineficaz y obsoleto), trae a la memoria otros planes de producción
milagrosos promovidos desde el voluntarismo gubernamental y numerosas
donaciones de países y organizaciones solidarias que antecedieron a la
que ahora nos ocupa, sin que se haya superado jamás el estado de
necesidad –casi calamidad– alimentaria que ha venido sufriendo la
población cubana por décadas.
Un recuento incompleto de los macro-proyectos nacionales acometidos para
el desarrollo y autosuficiencia en la producción de alimentos incluye
espejismos tales como el Cordón de La Habana, que garantizaría la
producción de café en los alrededores de la capital; los planes
genéticos Rosafé y Niña Bonita, que multiplicarían exponencialmente la
masa ganadera, con la subsiguiente producción de carne, leche y sus
derivados; las millonarias zafras azucareras; los planes citrícolas en
la provincia de Matanzas y en el municipio especial Isla de la Juventud;
los planes arroceros en las extensas sabanas del sur de Camagüey; las
cooperativas estatales para la producción de viandas y hortalizas en las
actuales provincias de Artemisa y Mayabeque; las cooperativas pesqueras;
las granjas avícolas, y otros que tuvieron una existencia efímera y
jamás produjeron lo suficiente como para permitirnos prescindir de la
cartilla de racionamiento.
Por su parte, las donaciones de disímiles alimentos recibidas a lo largo
de estos años de carencias resultan incalculables. Baste citar las más
conspicuas, como lo fueron en los años 70 algunos productos exóticos,
entre ellos unos potes plásticos de manteca animal procedentes de Libia,
generosamente donados por un joven Muamar el Gadafi tras llegar al
poder, revolución mediante, y nacionalizar las empresas privadas. Esos
potes fueron distribuidos en La Habana a razón de uno por núcleo familiar.
También son conocidas las donaciones de arroz vietnamita de baja
calidad, que arriban a los puertos por toneladas de vez en vez desde los
años 90, y que casi siempre se utilizan para cubrir la distribución
asignada por la cartilla.
Esto, para no recordar los detalles del fabuloso Plan Alimentario, fruto
de los delirios del expresidente Fidel Castro, que en plena crisis
económica, tras la desaparición del bloque socialista de Europa, estaba
destinado a convertir los campos arrasados en vergeles que llenarían las
mesas de las hambreadas familias cubanas.
Para ello fueron movilizados decenas de miles de trabajadores, mientras
otros tantos eran destinados a la construcción de los "túneles
populares". Porque era inminente un ataque del imperialismo –ese que
ahora es un aliado imprescindible– e íbamos a librar "la guerra de todo
el pueblo" para defender con nuestros raquíticos brazos a la misma
Revolución que nos había convertido en un pueblo de limosneros.
De hecho, la alimentación de los que asistían a trabajar en los
programas priorizados de defensa procedía de las donaciones, que nunca
llegaron a las escuelas primarias ni a los hospitales y círculos
infantiles. Miles de cubanos iban a cavar los túneles de la fantasía de
Castro para garantizar la comida del día.
Otras donaciones de alimentos de disímiles envergaduras, o de productos
destinados a apoyar la industria alimentaria han arribado a la Isla por
aire y mar: desde leche en polvo, carne y pescado en conservas, harina
de trigo, harina de maíz, aceites y frijoles, hasta abonos y
plaguicidas. Pero las carencias, con sus secuelas de neuritis,
malnutrición y desnutrición, se mantienen pertinaces entre los cubanos
como si de una epidemia endémica se tratase.
Basados en la experiencia de décadas, no existen razones para creer que
esta vez vaya a ocurrir algún milagro y el PMA logre impulsar la gestión
alimentaria en Cuba. Al menos no de manera permanente. Una vez que hayan
transcurrido los tres años de implementación del programa y se haya
gastado hasta el último centavo de estos 18 millones de dólares, los
cubanos seguirán tan pobres y hambreados como hasta ahora. Porque la
raíz del hambre y de las necesidades de este país se encuentran en el
monopolio que el Estado-Partido-Gobierno ejerce sobre la economía,
incluyendo la propiedad y el control de la producción de alimentos y su
comercialización.
Mientras el país no se abra a la economía de mercado, previo
restablecimiento de la propiedad privada sobre la tierra, el hambre
ocupará un sitio de privilegio en las mesas cubanas. Este es un
principio que rige desde los orígenes mismos de las sociedades
complejas, y no habrá limosna alguna, ni de instituciones
internacionales ni de fundaciones o gobiernos solidarios, capaces de
solucionar el problema.
La única riqueza de Cuba estriba en la capacidad y el talento de los
cubanos. Terminen las donaciones, libérese a los esclavos, estimúlese el
trabajo basado en los derechos, y Cuba dejará de ser un pueblo de
mendigos para recuperar la prosperidad que le fue arrebatada más de
medio siglo atrás.
Source: La nación de los mendigos -
http://www.14ymedio.com/opinion/nacion-mendigos_0_1842415741.html
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