Revolución de casonas y cajones
Los que habitamos en los suburbios o en la ciudad del hacinamiento y los
puntales, nos sentimos intrusos, casi como cucarachas, al deambular por
ciertas zonas de Miramar
lunes, junio 29, 2015 | Luis Cino Álvarez
LA HABANA, Cuba. – Luego de Guantanamera, una de las canciones más
conocidas del repertorio de Pete Seeger fue Little Boxes (Los
cajoncitos). La compuso Malvina Reynolds en 1963, inspirada en las
interminables filas de casitas idénticas, como pequeños cajones, en los
suburbios de San Francisco.
Sobre la canción, explicaba Pete Seeger: "La maquinaria nos dice a
todos, capitalistas o comunistas, que si queremos casas baratas, las
tenemos que aceptar como ellos las hacen, rectangulares, como cajoncitos".
En la Unión Soviética, a mediados de los 60, fue muy popular su versión
en ruso, "Dachki, dachki".
En Cuba fue muy conocida, a inicios de los años 70, la versión del
cantautor chileno Víctor Jara, titulada "Las casitas del barrio alto",
una irónica crónica sobre la vida en los barrios aristocráticos de
Santiago de Chile en los tiempos que precedieron al golpe militar contra
el gobierno de Allende.
Se me ocurre que en Cuba también podría haber versiones de Little Boxes.
Pudiera estar inspirada en los edificios-cajones de cinco pisos en
Alamar, San Agustín, el Reparto Eléctrico y otras decenas de feos e
incómodos barrios de micro-brigadas repartidos por todo el país. Los
mismos edificios de tosca arquitectura estalinista que florecieron bajo
el socialismo real en Moscú, Varsovia o Bucarest, para que se hacinara
en ellos el proletariado.
Los moradores de los edificios de microbrigadas tuvieron que esperar
años -en algunos casos más de 10-, trabajando como esclavos, doce horas
diarias y dos domingos al mes, amén de las horas voluntarias, para que
el gobierno, tras una asamblea de análisis, chantaje, chivatería y
sacadera de trapos sucios, les concediera la gracia de habitarlas. Ahora
son acosados por los inspectores, con multas y amenazas, para que
demuelan las ampliaciones y demás modificaciones que se vieron obligados
a hacer cuando crecieron las familias y los apartamentos les resultaron
pequeños para albergarlos.
Otra versión podría titularse "Las casitas congeladitas" y aludir a las
mansiones de Miramar, Cubanacán, Biltmore, las llamadas zonas
congeladas, los barrios altos de la elite castrista, que no tendrá buen
gusto ni clase, pero sí dinero, ínfulas y apego al poder.
Las casonas fueron arrebatadas a la burguesía derrotada. Amplias y con
jardines bien cuidados, protegidas por sofisticados sistemas de
seguridad, feroces perros, alimentados con carne y no con fideos y
boniato, como los nuestros, elevadas cercas y arbustos espinosos, para
que nadie atisbe en sus vidas privilegiadas y con aire acondicionado.
A la élite no le gusta codearse con el proletariado si no es al son de
las consignas, en la Plaza de la Revolución o en las votaciones para
delegados del Poder Popular.
Las zonas congeladas contrastan con el resto de la ciudad que se
derrumba y apesta. En Biltmore y Miramar no se acumula la basura, no hay
baches ni salideros de aguas albañales, el césped es atendido y las
fachadas siempre están recién pintadas.
Por sus calles circulan carros modernos, la gente viste ropas de marca y
su piel no es cetrina, qué va a serlo, si se alimentan bien, y para
ejercitarse, trotan cada mañana por Quinta Avenida.
En algunas casas de Miramar o Nuevo Vedado (Biltmore y Cubanacán son
totalmente inaccesibles) viven elementos extraños. Se nota en el
deterioro de sus viviendas, en la falta de pintura. Las habitan
rezagados del pasado, venidos a menos y otros advenedizos. Son las
moscas en el vaso de leche, cuidadosamente vigiladas por la PNR (Policía
Nacional Revolucionaria), Seguridad del Estado y sus chivatos, para que
no cometan indisciplinas sociales u otras conductas impropias de las que
tanto disgustan a la nueva clase.
Los que habitamos en los suburbios o en la ciudad del hacinamiento y los
puntales, nos sentimos intrusos, casi como cucarachas, al deambular por
ciertas zonas de Miramar o entrar en algunas de sus bien surtidas y
carísimas tiendas, y ver el recelo y el desprecio con que nos miran los
de la castro-burguesía.
La élite se apresta a negociar su reconversión al capitalismo, siempre
que sea a su manera. Si no fuese así, está dispuesta a hundirnos en el
mar, como dijo cierto cantautor millonario, por "la gloria que se ha
vivido". Sus casonas y privilegios, su modo de vida, son parte de esa
gloria y no la menos importante.
luicino2012@gmail.com
Source: Revolución de casonas y cajones | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/revolucion-de-casonas-y-cajones/
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