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Wednesday, November 26, 2014

Cuba 1958 - ¿el eslabón más débil? (I)

Cuba 1958: ¿el eslabón más débil? (I)
Este artículo se publica en dos partes. La segunda parte aparecerá en la
edición del miércoles
Alejandro G. Acosta, México DF | 25/11/2014 4:10 pm

El saludable intercambio de opiniones sobre el tema de la salud en Cuba
entre Félix Luis Viera y Julio M. Shiling durante estos días, creo ha
rebasado el objeto mismo de su origen y en mi opinión ha topado con una
interrogante definitoria: ¿era Cuba en 1958 "el eslabón más débil" que
propiciara una revolución en la cadena de países con economía de mercado?
En su más reciente argumentación, creo que el profesor Shiling acumula
suficientes argumentos para tenerse muy en cuenta, pero no menciona que
además, al suprimir la práctica privada de la medicina (como la de
cualquier otra actividad de iniciativa individual), Castro no solo
golpeó brutalmente la economía de una clase media profesionista bastante
extendida en Cuba para 1958, sino que afectó la capacidad de oferta y la
libertad de elección de la población en general y, aún peor, echó
exclusivamente sobre los hombros del Estado —como "un principio
irrenunciable e innegociable"— el monstruoso "elefante blanco" del
monopolio de la salud de todo el país. No podemos olvidar que lo mismo
pasó con el resto de las actividades (industriales, campesinas, de
servicios…) y desechó, como un dogma de fe, el sistema paralelo que
existía entre todos los sectores; en especial, en el caso de la
salubridad, la coexistencia y complementariedad entre un sistema público
de salud general y un sistema privado que no era único, sino doble: uno
para la elite económica socialmente minoritaria (la medicina privada y
hasta la posibilidad de la atención médica en el extranjero); y el otro,
para la generalidad promedio de la población mayoritaria, mediante el
alabado y eficiente sistema mutualista, inspirado en el modelo italiano,
que no solo facilitaba y extendía los beneficios de la atención médica a
un sector poblacional muy nutrido, sino el acceso inclusive a los
medicamentos con precios preferenciales y más atractivos, y el benéfico
impacto consiguiente para las economías particulares.
Aparte de lo anterior, hay que coincidir con lo sugerido por Shiling que
la enorme masa popular no suele hacer una revolución por falta de
hospitales o de escuelas, porque, entre otras motivaciones, la gente no
se encuentra todo el tiempo enferma o estudiando. Hay otros motores más
efectivos y poderosos, que incluso rebasan lo objetivo y medible, y se
pueden concentrar en impulsos no tangibles e inconscientes, como muy
bien lo explicaran dos Pepes admirables: José Ortega y Gasset en La
rebelión de las masas (1929) y José Ingenieros en El hombre mediocre
(1913), ambos lecturas muy frecuentadas en la época de la que estamos
tratando.
Y tampoco se trata de que "antes todo era mejor… hasta la nostalgia",
sino que, en efecto, nos han vendido —y hemos comprado— un espejismo
distorsionado de nuestro propio pasado: "la pseudorepública", "el atraso
cubano", "la neocolonia", "el burdel de los yanquis", "la injerencia
imperialista", "los 20 mil mártires de la Revolución"… y así hasta el
día de hoy. Necesitamos con urgencia una revisión puntual de toda la
historiografía sobre Cuba en más de un siglo, empeño que ya ocupa, por
fortuna, a algunos señalados especialistas.
El concepto de "eslabón más débil" como detonante de las revoluciones
proletarias, fue un "aporte" revisionista de Lenin (en contra de Marx y
en abierta oposición con Engels, sobre todo del "segundo Engels", más
socialdemócrata y liberado de la influencia directa de su admirado amigo
ya fallecido), para exponer la posibilidad y necesidad de que fuera
Rusia antes de cualquier otro país con una economía de mercado más
desarrollado —tesis original de Marx y del "primer Engels"— quien
encabezara la revolución mundial. Este fue el argumento sustantivo de
los "bolcheviques" (recordemos que era un concepto que significa
"mayoritario" cuando realmente eran la minoría) en contra de los
"mencheviques" (denominación que expresaba la condición de
"minoritarios" aunque en realidad eran la mayoría) en el Segundo
Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (1903). En realidad, el
capitalismo en Rusia aún estaba en ciernes, apenas brotando de un
régimen semifeudal servilista.
Por cierto, se olvida con demasiada frecuencia que las revoluciones
comunistas de Rusia y China en realidad no derrocaron a los regímenes
feudales anteriores, sino a democracias recién instauradas y aún
débiles: Lenin no destronó al Zar Nicolás II, sino a Kerensky; y Mao Tse
Tung no desplazó al emperador Pu Yi sino a Chiang Kai Shek, continuador
de la obra del Doctor Sun Yat Sen. Ambas revoluciones comunistas echaron
por tierra la esperanza de construir proyectos democráticos que sí se
habían enfrentado, con un gran saldo de sacrificios, a los regímenes
absolutistas que los antecedieron, y que aunque adolecían de lógicas
limitaciones iniciales pretendían darle soluciones paulatinas a los
problemas nacionales: no se les concedió tiempo.
¿Qué detona una revolución? Según algunos, las contradicciones
socioeconómicas insolubles; según otros, el asunto es más complejo pues
además de incluir los factores anteriores, considera también otros
aspectos de índole muy diversa —ambientales, personales, fortuitos…—- No
hay que pensar que la causa de la Revolución Francesa, como lo hace
Stefan Zweig en su maravillosa novela María Antonieta, fuera que Luis
XVI padecía una limitación física que los abuelos solían llamar con el
delicioso eufemismo de "caballero cubierto", y no ejerciera en el
momento adecuado su cometido de varón con la joven, inquieta y ardiente
esposa. Pero también se ha distorsionado del otro lado la
responsabilidad del matrimonio real, como parte de una campaña que
provenía de mucho antes del 14 de julio de 1789: contrario a lo que se
afirmó en su momento, la reina no compró el famoso collar de la novela
de Dumas y tampoco lo pidió, ni fue tampoco quien dijo la frase por la
cual se le recuerda cuando según los mitógrafos le dijeron que los
pobres no tenían pan para alimentarse: "Que coman pasteles". Mucho menos
real fue la terrible acusación que horrorizó hasta sus más implacables
jueces y que quedó en su proceso secreto. Luis XVI distaba mucho de ser
el tirano sangriento que pintaron, y su carácter pacífico y conciliador
resultaba lo opuesto del de su tataratataraabuelo el Rey Sol. Fue más
bien un burgués de buen apetito que detestaba los modos cortesanos y se
sentía feliz arreglando relojes y cerraduras. Puede deducirse de la
historia que los mitos se construyen desde antes, sobre la marcha y aún
después de los sucesos. Y un ejemplo perfecto de esto es la imagen que
ha prevalecido de la famosa "Toma de la Bastilla", donde no se liberó a
centenares de pobres plebeyos presos torturados, pues en la fortaleza en
ese momento solo había unos pocos infelices (siete) detenidos por
deudas, y un aristócrata depravado por ofensas a la moral. Esos fueron
los liberados por la "revolución", pero la estampa que ha quedado en el
imaginario popular es muy diferente.
Si tenemos presente lo anterior, podemos entender que muchas veces en
los acontecimientos históricos han incidido y en ocasiones, decidido,
elementos de poco relieve, y hasta ínfimos. El "clima de la opinión",
manipulable y voluble, ha sido más decisivo que otros de constitución
económica. Es lo que los estrategas leninistas (y trotskistas también)
llamaron "crear el momento revolucionario", para aplicar en el instante
oportuno la "técnica del golpe de Estado". Esto puede tomar mucho tiempo
e involucrar factores diversos, pero resulta efectivo como puede verse
en muchas revoluciones. El descrédito de las cortes francesa —la
"disoluta" María Antonieta— y rusa —el "diabólico" Rasputín— brindó un
clima favorable para los estallidos revolucionarios, en un contexto de
pobreza y crisis, junto con otros elementos ambientales como plagas,
epidemias, inviernos prolongados, sequías, pérdida de cosechas y más
calamidades.
Llámese fascinación, hipnosis o catarsis colectiva, anagnórisis
purificadora, autoflagelación, misticismo revolucionario… son muchos los
rostros que pueden adornar una misma voluntad decidida y hábil de
manipulación para lograr el objetivo supremo: el poder.
Implícitamente, las opiniones confrontadas de Viera y Shiling han
debatido el punto central si la salud pública y otros medidores
económicos de la Cuba de 1958, reunían los rasgos necesarios que
hubieran permitido considerarlos como el detonante o la causa de lo que
culminó en 1959, y que para utilizar los propios términos leninistas me
permito calificar como "el eslabón más débil de la cadena." Según es
bien sabido, existía un gobierno autoritario —el de Batista— pero que
promovía el desarrollo económico de la Isla, fortaleciendo
paulatinamente una burguesía y una creciente clase media nacional, la
cual iba desplazando progresivamente con su empuje las inversiones
—fundamentalmente estadunidenses— extranjeras, y al mismo tiempo
estableciendo acuerdos con los sectores obreros y campesinos para
mejorar su situación. Por un lado las Escuelas Cívico Rurales,
promovidas por Batista desde 1936, y que fueran consideradas en su
momento por algunos como "embriones comunistas" (las cuales entre sus
prestaciones incluían los servicios de atención médica de primera
instancia o de urgencia), en el sector rural, y la creciente red de una
medicina mutualista privada con costos muy accesibles, paralela con el
sistema público gratuito de salud (que sumaba hospitales, clínicas y
dispensarios, algunos de estos con patronato privado y también
gratuito), iban dando respuesta paulatina a las crecientes necesidades
de la población con menos recursos. Esto no impide —como en cualquier
otro país del mundo, antes y ahora, incluidas las economías más
poderosas— que existieran problemas de cobertura y protección amplia.
Pero existía la disposición y la voluntad —desinteresada o no— de
solucionarlos en un ambiente de democracia (aunque solo fuera por
obtener votos, si se quiere, lo cual me parece legítimo en una
competencia política entre partidos, y hasta socialmente beneficioso).
Pero hay otros factores, ambientales y hasta de comportamientos
individuales, que complejizan mucho más este panorama anterior,
necesariamente sintético. Y aquí nos enfrentamos con el papel del
individuo en la historia y cómo su desempeño en uno u otro sentido puede
desencadenar importantes acontecimientos. La propia doctrina marxista al
enfrentarse con este asunto, ha tenido que realizar espectaculares
malabarismos ideológicos, pues debe poner en un segundo plano la teoría
oficialista de las relaciones de las fuerzas productivas como el "motor
de la historia". Evoco las piruetas que en sus —toda una paradoja—
ladrillescos manuales (que seguramente muchos de mi edad recordarán como
parte de su experiencia escolar en la Isla), tanto Konstantinov como
Afanasiev, más funcionarios que filósofos y además en las condiciones
del "muy real socialismo" de Stalin, hacían en sus textos para manipular
este tema del "papel del individuo en la historia".
Sea verdadera o no la famosa carta de despedida de Miguel Ángel Quevedo
tan ampliamente conocida, es una muestra eficiente del estado de opinión
que pudo existir en aquella época en la isla caribeña, pues lo cierto es
que en los años que preceden al parteaguas de 1959, se gestó y reventó
como pus un profundo sentimiento de frustración el cual permeó todos los
niveles de la sociedad cubana, destacadamente entre los intelectuales de
diversísimo pelaje ideológico, en eso que convencionalmente hemos
aceptado denominar, a falta de un término más preciso, "derechas e
izquierdas". Esto ilustra que el movimiento cívico y militar inicial
contra Batista no brotó de las clases humildes y ni siquiera de los más
pobres entre los pobres, sino que fue una actitud fundamentalmente de la
clase media (y de sus hijos, estudiantes) con notables apoyos de algunas
de las familias más poderosas de la isla. Los líderes de este movimiento
eran, con muy pocas excepciones, pertenecientes a esa clase media
urbana, agrupados en principio alrededor de los estudiantes
universitarios y del sector de profesionistas ya establecidos, quienes
adoptaron como dirigentes a figuras simbólicas consolidadas provenientes
de períodos anteriores de la convulsa historia insular, como el caso de
Chibás. En este espeso caldo de cultivo (donde intervienen hasta
ingredientes raciales, como la "imperdonable negritud" del golpista
Batista) brota la figura de un joven abogado procedente de la clase de
los medianos propietarios rurales blancos: Fidel Castro Ruz.

Source: Cuba 1958: ¿el eslabón más débil? (I) - Artículos - Cuba - Cuba
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