Cuba y las democracias en América Latina
¿Cree alguien de verdad que la Kirchner, o los Lula, Correa, Morales, 
Ortega y Maduro son demócratas? Los ejemplos democráticos a seguir no se 
encuentran en el poder, sino en la sociedad. ¿Hacia dónde dirigirnos los 
demócratas cubanos dentro de este escenario? No parece que podamos 
trabajar con gobiernos supuestamente democráticos
lunes, abril 28, 2014 | Manuel Cuesta Morúa
LA HABANA, Cuba, abril -Cuba es el signo de que en América Latina las 
democracias son todavía débiles. En varios sentidos. Si bien no hay 
dudas de que en nuestro hemisferio sur, contando dentro de él a las 
islas del Caribe, la democracia es el referente fundamental tanto del 
Estado como de los ciudadanos y de las instituciones, es más cierto aún 
que las dinámicas políticas, diplomáticas y geopolíticas condicionan las 
posibilidades de que los comportamientos públicos respondan a los 
conceptos referenciales. Aquí no actúan las instituciones sino los 
intereses.
El clientelismo político de las elites, el populismo de los Estados y de 
significativos grupos sociales, más el antinorteamericanismo histórico 
de la región se combinan para posponer la defensa íntegra de los valores 
democráticos en el hemisferio. De modo que la prueba de la debilidad 
democrática no está en las fallas institucionales y en su precariedad 
social y cultural, lo que algunos llaman la adolescencia de la 
democracia latinoamericana, sino en la incapacidad regional para hacer 
prevalecer los valores en todo el hemisferio. Es interesante porque 
América Latina es el único espacio de valores donde se manifiesta una 
tensión permanente entre los fundamentos que la constituyen y el 
compromiso público con las instituciones que le dan cuerpo. En África no 
hay ambivalencias. Las dictaduras son dictaduras sin rodeos verbales.
Habría la tendencia de culpar a la izquierda latinoamericana, tanto la 
social como la política—esta última en sus dos niveles más importantes: 
el intelectual y de Estado—, de la falta de compromiso hemisférico hacia 
la democratización de Cuba.
Esta tendencia tiene un denso expediente. Desde su surgimiento las 
izquierdas revolucionaria y cristiana en nuestra región han sido, si 
acaso, democráticas por impotencia. Tuvieron que sufrir la violación 
brutal de sus derechos a manos de las dictaduras de derecha para que el 
tema de los derechos humanos entrara siquiera débilmente en sus 
respectivos ADNs ideológicos. El apego de ellas a los valores asociados 
a las libertades individuales ha sido por tanto más negativo que 
positivo. Ellos se han esgrimido como las herramientas imprescindibles 
para llegar a sociedades en las que los derechos fundamentales no 
formarían parte prioritaria, sin embargo, de la agenda pública. Así para 
estos sectores de la izquierda las libertades básicas no están en la 
base de la estructura de convivencia social dentro de su modelo de 
modernidad; son más bien la herencia instrumental desechable una vez que 
se instauren supuestas sociedades justas y revolucionarias en una 
competencia cooperativa entre la Cidade de Deus y la Ciudad de Marx. 
Para ellos, Cuba fue el futuro y continúa siéndolo. Y deberíamos 
entender que el asunto nada tiene que ver con el modelo económico cubano 
que todo el mundo sabe que es un desastre, sino con el modelo político y 
social que se supone es viable con ciertas correcciones de su populismo 
rígido.
La democracia es, frente a las izquierdas revolucionaria y cristiana, 
más una imposición de la realidad que un proyecto político. Su histórica 
tensión con el liberalismo político solo se explica porque recela 
profundamente de las libertades en el contexto de fuertes estados de 
derecho institucionalizados.Y estas izquierdas han hegemonizado por 
sobre la izquierda democrática, la que asocia libertades individuales y 
equidad social. Esta última es minoritaria y rara vez ha logrado el 
poder del Estado a excepción de Costa Rica. En todo caso ha vivido bajo 
un permanente complejo por no ser lo suficientemente revolucionaria 
—como si la revolución, esa fase inmadura de las sociedades, fuera la 
condición natural de la política latinoamericana— y para evitar su 
vinculación retórica con los Estados Unidos.
Si estas izquierdas borbónicas han evolucionado dentro de determinados 
países, su concepto no ha sufrido una misma evolución a nivel 
hemisférico. El partido socialista chileno, un partido serio donde los 
hay, tuvo un itinerario revolucionario fuerte que lo vinculó al partido 
comunista cubano, itinerario que se modera a golpe de tortura después 
del paso del pinochetismo y le lleva, en el caso de Cuba, a esbozar una 
crítica interrupta a la falta de libertades. Pero hay una rotación del 
mito cubano, que se fortalece en los países democráticamente débiles. 
Después de Chile, Brasil. A este le sigue Venezuela montada sobre la 
misma estela mítica en la que viven la izquierda social e intelectual 
de, por ejemplo, Argentina y Uruguay.
Lo interesante aquí es que las expresiones críticas al gobierno cubano 
desde la izquierda se producen en países de mayor solidez democrática o 
que se dirigen a un modelo de democracia fuerte. Allí donde la 
democracia es débil, como en los países del ALBA o semi débil, como en 
Colombia, Guatemala y El Salvador, la crítica a la falta de libertades 
en Cuba es nula o escurridiza.
El tema parece más relacionado con la profundidad de la democracia en 
los distintos países que con la ideología de los distintos sectores 
políticos, pese a que esto es fundamental. El Brasil del poder, 
singularmente arrogante, es un ejemplo de cierta importancia. Ni Lula ni 
Rouseff tienen compromiso alguno con la democracia en Cuba, pero tampoco 
lo tenían los gobiernos de Sarney o Cardoso. Esto es precisamente así 
porque Brasil es todavía un país en transición que va saliendo de un 
modelo de democracia débil, pese a todos sus experimentos.
Pero la importancia de Brasil, el país simpático, reside en su 
centralidad como nación y como modelo dual. Parece un proyecto de 
izquierda imitable y parece un modelo de desarrollo alternativo. Ambas 
cosas están siendo contestadas por los ciudadanos brasileños y reflejan, 
en lo que toca a Cuba, cómo la falta de compromiso de los gobiernos 
latinoamericanos con la democracia hacia mi país traduce las debilidades 
de los comportamientos democráticos con sus propias sociedades.Si el 
Brasil social sorprende al Brasil de Estado que dice gestionar una 
agenda de izquierdas es porque la izquierda brasileña en el poder 
reproduce la lógica imperial de las izquierdas revolucionarias, en un 
país con un pasado y una pretensión imperialistas difícilmente 
enmascarables detrás del progresismo: en este desarrollo el pueblo es 
como un cliente que va dejando atrás el hambre con la ayuda del Estado, 
y a quien, en el momento de mayor desesperación por los cuestionamientos 
raigales al poder, hay que escuchar.
Sin embargo, ¿escuchar al "pueblo" es una relación estrictamente 
democrática y de izquierdas entre el Estado y la ciudadanía? Los Estados 
latinoamericanos, casi todos, se han encargado de pervertir el vínculo 
moderno entre el soberano constitucional, "el pueblo" y el Estado. Quien 
elige, luego tendrá solo la posibilidad de ser escuchado. ¿No habíamos 
quedado en que la legitimidad reside en el ciudadano y en que el 
gobierno es solo su representación temporal elegida? ¿A quién entonces 
hay que escuchar? Si algo queda claro después de las protestas en Brasil 
es que los partidos necesitan una refundación ciudadana que supere esa 
herencia borbónica según la cual la legitimidad del poder reside en el 
poder, de donde se deriva que los de abajo serán escuchados… a su debido 
tiempo. Un punto que Michelle Bachelet, de nuevo presidenta de Chile, ha 
alumbrado claramente desde la altura de su prestigio y visibilidad.
Y me enfoco en Brasil porque es la nación líder en América Latina, 
después de despejadas todas las dudas con el mediocre proyecto 
putativamente bolivariano de Venezuela y con la incompetencia de Nicolás 
Maduro, fundador del madurismo: un nuevo sustantivo que está sirviendo 
ya como paradigma escolar para denotar lo que no es el liderazgo político.
Para Brasil, entonces, la América del Sur, que era el límite de su 
diplomacia política, se extiende ahora hasta al Caribe siguiendo dos 
lógicas en apariencia contradictorias: la de subpotencia económica y la 
geopotencia política. Ninguna de las dos contempla los valores de la 
democracia más que como soluciones verbales dentro de la retórica 
modernamente correcta.
¿Hacia dónde dirigirnos los demócratas cubanos dentro de este escenario? 
No parece que podamos trabajar con gobiernos supuestamente democráticos. 
Mi tesis es que los gobiernos en América Latina no han captado los 
conceptos de democracia fuerte que miran a los gobernados como 
ciudadanos originarios de la legitimidad política. Mientras las 
sociedades se abren y la ciudadanía crece en sus formas múltiples, los 
gobiernos latinoamericanos, con solo dos o tres excepciones, se cierran 
como grupos corporativos tras el telón tradicional del populismo. Su 
problema con la prensa es una señal insustituible para advertir esta 
incapacidad de adoptar y estimular esos conceptos fuertes de democracia. 
El progresismo ideológico de algunos de ellos se me aparece como una 
movida de ciertas elites para adelantarse desde el Estado, cooptándola,a 
la auto emancipación ciudadana que sobre todo potencian las redes y la 
mayor movilidad sociales. Ese progresismo no es sino un nuevo 
conservadurismo social con serias dificultades para convivir plenamente 
con las libertades. Ningún demócrata culturalmente serio se ofende, por 
ejemplo, con la real o supuesta difamación de la prensa.
Mi opinión final es entonces la siguiente: los demócratas cubanos 
debemos conectarnos con la rica pluralidad de la sociedad civil en 
América Latina que está vigorizando los derechos y las libertades. 
Cierta visión estatista nos hace ver que el punto final de nuestro curso 
y recurso políticos termina en un buen contacto con los representantes 
del Estado. Eso puede ser el caso con las democracias que privilegian a 
los ciudadanos, pero no en las democracias que solo tienen por sujeto al 
"pueblo". En estas últimas, los ejemplos democráticos a seguir no se 
encuentran en el poder; solo están en la sociedad. ¿Cree alguien de 
verdad que la Kirchner, o los Lula, Correa, Morales, Ortega y Maduro son 
demócratas?
Source: Cuba y las democracias en América Latina | Cubanet - 
http://www.cubanet.org/opiniones/cuba-y-las-democracias-en-america-latina/
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