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Thursday, March 28, 2013

El legado de la intransigencia

El legado de la intransigencia
Miriam Celaya | La Habana | 27 Mar 2013 - 11:56 pm.

'Salir al paso', combatir la 'blandenguería', la 'tendencia al
individualismo', la homosexualidad, las creencias religiosas, las
'desviaciones pequeño burguesas'… ¿Cuánto daño hizo (o hace) a la nación
la loada 'intransigencia revolucionaria'?

Digamos que desde hacía tiempo no escuchaba en los medios oficiales la
frase maldita, (aunque debo admitir que no soy exactamente una seguidora
de dichos medios). De cualquier manera, también los discursos la han
estado omitiendo, evitándola con disimulo, como quien elige soslayar en
lo posible las expresiones duras del período estalinista anterior a
1989. Sin embargo, hace pocos días, durante la transmisión de un
noticiero, una joven y elegante locutora la mencionó y sentí que cayó en
mis oídos con la fuerza de una bofetada: "quedó demostrada en la
actividad la 'intransigencia revolucionaria' que caracteriza a nuestro
pueblo".

Intransigencia revolucionaria, dijo la muchacha, y su rostro, lejos de
mostrarse ceñudo y fiero, lucía el entusiasmo feliz de quien alude a un
mérito invaluable.

Es sobrecogedora la carga negativa de la palabreja y de algunos de sus
sinónimos –intolerancia, fanatismo, obstinación, testarudez,
pertinacia–, pero comprendo que ninguna palabra es mala en sí misma. De
hecho, casi todos nos negamos a transigir en algunas cuestiones
esenciales o de principios, sin que ello suponga dañar a los demás y sin
que tal actitud encierre una deliberada, insuperable rigidez de
espíritu. Sin embargo, el contexto marca las diferencias. En lo
personal, me enferma el recuerdo de toda la pesadilla que trajo consigo
la práctica de la intransigencia revolucionaria como vehículo de terror
y de control social en tiempos que, quizás ingenuamente, preferimos
asumir como pasado.

Repasemos brevemente algunas formas de expresión de esa estrategia
oficial llamada intransigencia, que signó la vida de todos en la Cuba de
los Castro y en virtud de la cual cada cubano debía delatar al compañero
ante la menor sospecha de que aquel no apreciara suficientemente el
proceso y a sus líderes o no mostrara el celo o entusiasmo (también
revolucionarios) adecuados en cada circunstancia:

"Salir al paso", incluso a las mínimas manifestaciones de crítica
–aunque fuesen veladas o moderadas, que éstas solían ser las más
"peligrosas"–, ya fueran dirigidas al gobierno, a las disposiciones
oficiales, a un simple militante del PCC, etc.; combatir la
"blandenguería", la "tendencia al individualismo" y ciertas
"aberraciones" como la homosexualidad, o azotes tan enraizados y dañinos
como las creencias religiosas de cualquier denominación; demostrar
claramente el rechazo a las "desviaciones pequeño burguesas" tales como
el gusto por los artículos, las modas, la música, etc., de los países
capitalistas, en especial de EE UU (pecados que clasificaban como
"diversionismo ideológico" y entre los cuales el uso de jeans, escuchar
la música rock y tener la melena larga se contaban entre los más
graves); y muchas más. Ni qué decir de reconocer algún tipo de opinión
política diferente de la línea cuidadosamente monitoreada desde Moscú.

El daño pasado y presente

Debido a la aplicación de la intransigencia como estrategia al servicio
del poder, en la Isla se han producido crímenes como los paredones de
fusilamiento, las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP),
las Escuelas al Campo, la discriminación y hostigamiento a individuos y
grupos por motivos de credo religioso o por sus preferencias sexuales,
los mítines de repudio en cualquiera de sus diferentes gradaciones –que
aún persisten–, la anulación de la sociedad civil independiente y de la
prensa libre, y muchas otras variantes diabólicas destinadas a encerrar
en el puño de hierro del totalitarismo hasta el menor atisbo de voluntad
ciudadana.

La intransigencia ha sido la madre de la censura en la literatura, el
cine y otras manifestaciones del arte y la cultura, e igualmente ha
amordazado la creación y la iniciativa en todas las esferas de la vida
nacional. No por casualidad Ernesto Guevara es considerado el paradigma
de la intransigencia y de lo que debía ser el "hombre nuevo".

Podríamos hablar de otros eventos desastrosos que nos ha legado la
intransigencia a lo largo de nuestra historia, incluyendo ejemplos de
todas las etapas anteriores a 1959, pero me temo que el recuento se
haría demasiado extenso. Si prefiero referirme a la etapa llamada
"revolucionaria" es porque fue después de aquel engañosamente luminoso
enero cuando ser intransigente se generalizó al establecerse como
política y se convirtió en un rasgo de decoro y de reconocimiento
social. Muchos lo aceptaron, otros tantos callaron y todos,
absolutamente todos, temieron. Por eso pudo hacer tanto daño.

Es así que quedé perpleja cuando una sonriente locutora de apenas
treintitantos años de edad pronunció el vocablo maligno, y me estremecí
ante el poder regenerativo de la perversidad del sistema que trata de
perpetuarse como una costra en la psiquis de ciertos individuos de
nuevas generaciones.

¿Sabrá esta muchacha cuánto dolor ha producido a la nación el
revolucionario intransigente? Desde entonces y en lo adelante, combatir
la intransigencia revolucionaria se ha convertido en un punto permanente
de mi agenda personal.

Perdonen los lectores si tal decisión me hace parecer un tanto
intransigente.

http://www.diariodecuba.com/cuba/1364424996_2377.html

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