Yoani Sánchez / Ámbito Financiero
Lunes, 3 de octubre de 2011
La disyuntiva de los corresponsales extranjeros se expresa entre
defender el espacio alcanzado haciendo concesiones informativas o
lanzarse a narrar la realidad y exponerse a la expulsión
CORRESPONSALES SE DEBATEN ENTRE EL DEBER Y SU POSIBLE EXPULSIÓN
El barman le hizo un guiño al reportero, antes de decirle casi en un
susurro «no vayas a escribir que esto te lo conté yo». Y el periodista,
creyéndose sagaz, se limitó a citar que el dato se lo había dado un
graduado de Economía que preparaba daiquiris en un hotel de Varadero.
Semanas después aquel corresponsal de una agencia extranjera acreditada
en Cuba supo que su informante había sido despedido por sospechas de
colaborar con el «enemigo». Entre los colegas que siguen despachando
cócteles en aquel bar la lección ha quedado aprendida para siempre: dar
una opinión es delatarse. La próxima vez que vuelva algún curioso a
preguntar, le dirán que todos está bien y que «la revolución avanza
indeteniblemente».
Para las autoridades cubanas cualquier periodista extranjero,
especialmente si procede de un país capitalista desarrollado, es
potencialmente un adversario. Esto ha sido así desde siempre, pero a
partir de los acontecimientos en el norte de África las sospechas han
recrudecido. Un complicado entramado de autorizaciones y regaños atan de
pies y manos a quienes informar desde el interior del país con una
credencial en la solapa. El temido Centro de Prensa Internacional (CPI)
se erige como el organismo encargado de poner los límites y dar el
correspondiente tirón de orejas cuando el reportero cruza la línea de la
crítica. En juego está desde su visa para permanecer en territorio
nacional, hasta detalles en apariencia baladíes como la posibilidad de
importar un auto nuevo o adquirir una consola de aire acondicionado para
su casa.
El CPI es voluble y se molesta con casi todo, de manera que tiene
permanentemente en jaque a todos su subordinados. Lo mismo puede
reprenderlos por alejarse de la posición oficial que por acercarse
demasiado a ella. Hace unos años el corresponsal de una importante
agencia internacional fue requerido por haber escrito en una nota la
frase «Cuba, la isla comunista». Molesto, un funcionario con evidentes
ademanes de policía político, increpó al joven periodista por elegir un
«adjetivo con tanta carga peyorativa» para describir el sistema político
de la nación caribeña. El corresponsal extranjero salió más confundido
de aquella entrevista. Le costó largos meses y la escritura de notas
bastante cándidas para poder ganarse que lo recibieran nuevamente en las
oficinas del CPI.
La disyuntiva de los corresponsales extranjeros se expresa entre
defender el espacio alcanzado haciendo concesiones informativas o
lanzarse a narrar la realidad y exponerse a la expulsión. Los grandes
medios internacionales quieren estar aquí cuando llegue el tan esperado
«día cero». Desde hace años están tratando de mantener sus posiciones
para lograr ese reportaje que todos imaginan con fotos a dos páginas,
testimonios de gente emocionada y banderas de colores batiendo por todos
lados. Pero el escurridizo día se demora y se demora. Mientras tanto,
las mismas agencias que refirieron los sucesos de la Plaza de Tahrir o
los combates en Libia, disminuyen aquí el impacto de determinados
fenómenos o simplemente se callan para conservar su permiso de
residencia en el país. La mordaza se hace más dramática entre aquellos
periodistas foráneos con familia en la isla que deberán separarse de
ella o llevársela si les revocan la acreditación. Los torvos
funcionarios del CPI sí que conocen bien los finos hilos del chantaje
emocional y los tensan una y otra vez.
Sin embargo, hay veces que estos mecanismos de control y coacción dejan
de funcionar, o el propio Gobierno quiere dar un escarmiento a la prensa
extranjera por ciertos atrevimientos. El caso más reciente ha sido el de
Mauricio Vicent, corresponsal del diario español El País, a quien han
suspendido la licencia para trabajar en Cuba. Las autoridades argumentan
que después de veinte años de trabajo como periodista acreditado, Vicent
se había parcializado y trasmitía una imagen distorsionada de nuestra
realidad. La caída en desgracia de este importante reportero es una
señal enviada también al resto de sus colegas.
Para el Gobierno, el tema del control de la información se ha vuelto
cada día más estratégico. Después de la llamada «primavera árabe, las
autoridades son conscientes del importante papel que juega el flujo
noticioso en preparar a la opinión pública internacional ante la caída
de un régimen. Los analistas oficiales advierten que los reportajes
críticos sobre la situación cubana podrían alimentar una condena en
Naciones Unidas e incluso una invasión armada extranjera. Hace unos
meses un editorial de Granma hablaba de que se «están fabricando
pretextos» para que las bombas caigan sobre La Habana como lo hicieron
sobre Trípoli. Ante este tópico de la «información como traición», es
muy difícil mantener la profesionalidad periodística.
Para colmo, los opositores están más inquietos que nunca y no pasa una
semana sin que ocurran incidentes donde pequeños grupos de disconformes
organizan una protesta pacífica. Estos acontecimientos y los actos
represivos que les siguen, salen a la luz pública porque cada día hay
más periodistas independientes que los reportan y porque los propios
protagonistas han ido aprendiendo a narrarse a sí mismos usando los
trucos más creativos que uno pueda imaginarse, para conectarse a las
redes sociales, especialmente a Twitter.
La nueva avalancha informativa que sale de manos ciudadanas ha empujado
también a los corresponsales extranjeros a abordar ciertos temas que
hasta entonces evitaban. Tienen ahora mayor presión, una disyuntiva más
imperiosa, entre preservar su lugar aquí a la espera de ese gran
reportaje del cambio o contar lo que sucede a riesgo de que los echen
del país. Están atrapados ante el dilema de atreverse a relatar la
realidad o ver cómo los «advenedizos» de la información logran desde un
teléfono celular describirle al mundo lo que ocurre.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/5596749.asp
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