Rogelio Fabio Hurtado
altMarianao, La Habana, 29 de septiembre de 2011, (PD) De entrada aclaro 
que no considero al sistema imperante en Cuba desde 1961 como 
socialismo. Obviamente, la adopción de esa etiqueta política resultó 
obligatoria, porque aparecerse en aquel momento de clímax de la Guerra 
Fría con cualquier otra era impensable. De paso, también dejaré claro 
que no le veo futuro de ningún tipo al estatismo totalitario de hoy.
Aquí ese modelo fue adoptado por el Líder después de arribar al poder. 
Con los años, ha ido perfeccionando sus defectos, siempre a favor de la 
voluntad circunstancial del Líder. Después del derrumbe del supuesto 
Socialismo Real y la desaparición inmediata del llamado bloque 
socialista, apenas sobrevivieron los pequeños países periféricos y, por 
supuesto, la China continental. Tanto estos como Vietnam, han logrado 
injertar una economía de mercado a la vez que conservan el control 
político en manos del partido único. Algo parecido comienza tardía y 
tímidamente a intentarse en Cuba. La diferencia radica en que los 
asiáticos están haciéndolo después de restablecer vínculos comerciales y 
políticos con los Estados Unidos, mientras Cuba está intentándolo sin 
liberarse de ese lastre.
Se lo jugaron todo al futuro, que parecía ser propiedad exclusiva de la 
hermana Unión Soviética. Las supuestamente científicas leyes de la 
historia resultaron equivocadas. Mientras el estatismo se empantanó en 
su propio fanguero, fue el condenado capitalismo quien se transformó y 
salió adelante. Sin embargo, el liderazgo criollo, tan habituado al 
voluntarismo y al fervor irracional, aspira a ignorar tamaña catástrofe 
y se aferra al status de plaza sitiada: no admite renunciar a la guerra 
declarada personalmente desde la Sierra Maestra contra el imperialismo 
yanqui.
Tan imprescindible ha sido ese gran enemigo para sustentar el 
nacionalismo del modelo cubano que en vez de maniobrar para favorecer un 
acercamiento, año tras año protestan en las Naciones Unidas contra "el 
criminal bloqueo" para anotarse una estridente victoria pírrica. 
Presentan estadísticas que prueban el daño económico que esta 
restricción impuesta por los malditos yanquis les ha causado, pero no 
mueven un dedo para propiciar el cambio. Efectivamente, el pueblo padece 
los efectos de esta agresión, pero la élite siempre dispone de recursos 
para burlar el bloqueo, y fortalecen el aparato represivo y de control 
interno para que la insatisfacción popular no se traduzca en protestas 
públicas contra esa situación, que los dirigentes vitalicios resultan 
absolutamente incapaces de resolver.
El único sendero hacia la prosperidad real de Cuba en el mundo actual 
pasa por la reconciliación plena con los Estados Unidos, aliado natural 
de la pequeña isla tan cercana a su costa. El reto es cómo hacerlo sin 
lacerar la soberanía. Proseguir la presente discordia es dejarse llevar 
por la inercia y renunciar al protagonismo del verdadero cambio, que es 
hoy y será mañana, lo realmente novedoso y revolucionario.
Es cierto que el actual equipo de gobierno, por su edad y 
anquilosamiento en las poltronas del poder, no está en condiciones para 
concebir y aplicar un nuevo rumbo. Entretanto, el costo de la vida sigue 
elevándose, pues la economía no se remedia con retóricas, el poder 
adquisitivo del peso sigue bajando y la credibilidad del actual 
Presidente se desinfla.
Una vez dijo que él no había sido designado para liquidar al socialismo. 
Creo que tenía toda la razón, porque al momento de su nombramiento ya el 
mal estaba hecho. Él simplemente está ocupándose de que el entierro sea 
lo más prolongado posible.
El reciente agravio a su hasta hace poco amigo Bill Richardson lo 
evidencia. ¿Qué ganan con mantener tras las rejas al contratista Alan 
Gross, cuyo "delito" sería considerado una obra de caridad en cualquier 
otro país? En vez de proseguir por el camino del diálogo, con todos los 
cubanos y no sólo con dos personeros de la Iglesia católica, vuelven a 
insistir en el grosero ejercicio de la violencia amedrentadora.
El equipo de gobierno parece temer que otra novena, fresca y despojada 
del fardo retórico que ellos arrastran, pueda alguna vez demostrar que 
la palabra socialismo y el sustantivo miseria no son sinónimos, que la 
soberanía y el hambre tampoco lo son.
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