Wednesday, May 4, 2011 | Por Moises Leonardo Rodriguez
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) – En diciembre de 1980 almorcé
con mi madre en el restaurante Castillo de Jagua, en el Vedado. No he
olvidado ese día, no precisamente por la comida, sino por el testimonio
del capitán del salón.
Cuando le comenté mi añoranza por las deliciosas croquetas de pollo que
se comían antes en ese restaurante, me contó que era él quien las
preparaba, en su casa. Cuando la esposa le servía pollo enlatado, el
aprovechaba el aceite que traían las latas para preparar la salsa
bechamel para hacer las croquetas. De ahí su exquisito sabor.
Desde la ofensiva revolucionaria de 1968, cuando fueron eliminadas las
pequeñas empresas privadas que aún quedaban, el Estado se hizo cargo de
toda la actividad económica y comercial, incluyendo la elaboración de
croquetas.
Ya en la década de los setenta, las abominables croquetas que elaboraba
y vendía el Estado se hicieron célebres, históricas. Las elaboraban en
grandes combinados de producción de alimentos en los que se aprovechaba
hasta el pellejo de puercos y aves, les echaban lo que apareciera.
La gente comenzó a llamarlas croquetas explosivas, pues muchos cubanos
sufrieron quemaduras cuando se arriesgaban a freírlas, debido a que
frecuentemente explotaban al entrar contacto con el aceite caliente.
También las llamaron croquetas Apollo, como las naves espaciales
norteamericanas, porque al comerlas, la asquerosa masa iba directo al
cielo (de la boca) de donde era casi imposible despegarla.
Durante la terrible crisis de los noventa, las croquetas de "ave", no
porque fueran de pollo sino porque había que "averiguar" de qué eran, se
convirtieron en socorrido paliativo para el hambre que nos azotaba.
Hoy, en 2011, cuando reaparecen tímidamente las improvisadas cafeterías
privadas de comida rápida, resurgen, para satisfacción de los cubanos,
después de cuarenta años de ausencia, las invencibles croquetas de
verdad, que no explotan y saben a lo que deben saber.
Definitivamente, ha sido una gran idea del Estado abandonar el monopolio
de las croquetas y poner en manos de nuestro humilde pueblo la
delicadísima y estratégica tarea de elaborarlas. Esperemos que, si les
mejoran las cosas, no se arrepientan los jefes y nos prohíban de nuevo
hacer croquetas.
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