Viernes 02 de Abril de 2010 10:10 Ana Julia Faya, Ingleside
Si en algo llevan razón los intelectuales de la isla que se han referido
al tema, es en que los cambios en Cuba saldrán de adentro, de su sociedad.
Los tiempos han cambiado, y la mentalidad de los cubanos también. En la
isla, cada vez son más quienes asumen la realidad de forma crítica y con
menos compromiso hacia un régimen que ha demostrado serias
ineficiencias, lo mismo a la hora de articular un consenso en su favor
que un sistema económico rentable, al tiempo que recurre a métodos déjà
vu en su represión, propaganda, política exterior, y hasta en las
maneras de reformar una economía en plena crisis.
El nivel de frustración y disenso actual alcanza altas gradaciones si se
le compara incluso con momentos en los que el grado de insatisfacción de
la ciudadanía se hizo evidente, como sucedió cuando el Mariel, el
maleconazo, o durante el proceso de análisis de los problemas nacionales
convocado por el propio Raúl Castro hace un par de años.
De la frustración de la ciudadanía ante la ausencia de soluciones dan fe
las recientes discusiones sostenidas por campesinos de la ANAP con altos
jerarcas del gobierno; las opiniones vertidas por destacados artistas e
intelectuales —como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez—; las discusiones
de jóvenes agrupados bajo la sombrilla de proyectos socioculturales
—Observatorio Crítico, Proyecto Esquife—; los intentos de someter a
análisis público ideas sobre el socialismo cubano —propuestas
presentadas por individualidades en espacios de la izquierda como Kaos
en la Red—; las agrupaciones formadas para debatir y enfrentar el
problema del racismo fuera de instituciones oficiales —Color Cubano,
primero, y la Cofradía de la Negritud, luego de que Color fuera
disuelto—; el fenómeno de la naciente oposición que utiliza las nuevas
tecnologías de la información —como Generación Y—; o las desenfadadas
expresiones de descontento vertidas en colas o paradas de ómnibus.
Jaque de la oposición
La oposición organizada en múltiples movimientos o partidos, todos
ilegales, sin ningún acceso a los medios, con el baldón a cuestas de
efectivas infiltraciones de los órganos de la Seguridad, y reducida por
la propaganda gubernamental a simples peones del "enemigo imperialista",
recurre a manifestaciones pacíficas, como las marchas de las Damas de
Blanco, o a medidas extremas, como las huelgas de hambre. Con ello, no
sólo le plantan exigencias al régimen, sino llaman la atención mundial
acerca de las violaciones de derechos humanos, del inhumano sistema
carcelario y, sobre todo, del empecinamiento de las autoridades a no
dialogar con quien se le oponga, aun cuando se pierdan vidas humanas.
Con ello impactan también a la sociedad cubana —más allá de debatibles
opiniones sobre la historia de sus protagonistas—, como se aprecia en
los malabarismos a que han tenido que recurrir algunos fieles del
socialismo que se han referido públicamente a la dramática muerte de
Zapata Tamayo y a la huelga de Fariñas. Las acciones de la oposición
ponen al régimen a la defensiva y hacen dudar a muchos acerca de la
autoproclamada integridad ética de sus dirigentes, cuando prefieren la
muerte de cubanos antes que ceder en sus posiciones, como demostró la
tozudez de la Crisis de Octubre o la muerte de Zapata en una cárcel de
Camagüey 48 años más tarde.
Cómo y cuándo
Si en algo llevan razón algunos intelectuales socialistas, es en que los
cambios no surgirán en Cuba a partir de políticas de gobiernos y de
opiniones de personalidades extranjeras que buscan una transición a la
democracia mediante el uso de viejos instrumentos como el embargo o las
sanciones, más allá de las simpatías o el desagrado que podamos sentir
hacia esas medidas. No aciertan tampoco quienes imaginan esquemas de
subversión como los aplicados en Praga o en Gdansk en tiempos del Pacto
de Varsovia. Los cincuenta años de castrismo, más allá de los
estalinistas métodos de represión, tienen poco que ver con el socialismo
europeo, sea en sus orígenes, en el conflicto con Estados Unidos, en sus
alianzas tercermundistas o en la escisión de la sociedad cubana con su
comunidad de exiliados.
Por otra parte, los sucesos de los últimos cuatro años —posposición del
Congreso del PCC incluida— indican que las reformas del sistema no serán
promovidas por el actual general en el poder, como vaticinaron algunos
expertos a raíz de la enfermedad de Fidel Castro; mucho menos llevará a
cabo dicho general transformaciones hacia una sociedad democrática e
inclusiva de todas las opiniones políticas.
Nadie puede predecir cómo y en qué momento, impulsados por qué mecanismo
o hecho más o menos trascendente, se iniciará un proceso de
enfrentamiento al régimen de buena parte de la sociedad que todavía lo
apoya directa o indirectamente. Es difícil prever qué proyectos podrán
surgir en alianza con sectores del exilio, cuán efectiva puede resultar
la oposición, qué papel desempeñará el ejército, cuál será el del
empresariado militar, cuál el de las instituciones y organizaciones
actuales.
Lo cierto es que el inmovilismo obra a favor de las rupturas. Y que a
partir de la grave situación económica actual, y del alto descontento
que se aprecia en todos los sectores de la sociedad —mientras las
acciones de la oposición atizan con eficacia las contradicciones del
régimen—, se percibe una aguda crisis del sistema, sin que la haya
provocado una intervención de la 82 División Aerotransportada ni el
exilio de Miami.
Si del futuro se trata, hace mucho tiempo que una inmensa mayoría de
jóvenes —sus legítimos herederos— no lo perciben con amarras. Al
constatarlo, hace cinco años en la Universidad de La Habana, Fidel
Castro admitió la reversibilidad del sistema: "¿Es que las revoluciones
están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las
revoluciones se derrumben?", se preguntaba. Por aquellos días, su
entonces fiel ministro de Exteriores no tenía "garantías" de que "el
futuro fuera victorioso por sí solo" y vio como un gran reto para la
preservación del sistema la ausencia de "convicciones revolucionarias"
en la población.
De entonces acá, muy poco ha cambiado, excepto en el aumento de
expectativas de cambios y en la subjetividad de una población cada día
más insatisfecha. Quizás estemos más cerca de ese vuelco previsto en
noviembre de 2005, aun sin la desaparición física de los Castro. Ellos
mismos lo previeron: son los cubanos quienes pueden hacer que todo se
derrumbe.
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/1010-cambios-desde-adentro.html
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