JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA 01/03/2010
La muerte de Orlando Zapata pone en evidencia el completo agotamiento y
la extrema fragilidad del régimen cubano. Que después de más de 50 años
de control de todos los resortes de poder (político, económico y
cultural), un régimen tenga que reprimir tan brutalmente a un albañil
cuya única forma de resistencia ha sido pacífica y de palabra sólo
significa una cosa: que el régimen cubano tiene tanto miedo a sus
ciudadanos como ellos al régimen, o incluso más.
El régimen cubano tiene tanto miedo a sus ciudadanos como ellos al
régimen, o incluso más
Las intuiciones no suelen ser buenas consejeras, ya que a menudo son
simples formas de confundir la realidad con nuestros deseos. Pero a la
luz de lo ocurrido con otros regímenes de corte totalitario (piénsese en
la Rumania de Ceausescu), un colapso repentino del régimen cubano
debería ser mucho más probable de lo que pudiera parecer a primera
vista. Si como nos dice el Gobierno cubano, 65 personas (presos de
conciencia, según Amnistía Internacional) pueden subvertir sólo con sus
palabras un régimen que presume de ser una revolución popular, lo que en
realidad nos están diciendo los Castro es que son perfectamente
conscientes de que los 50 años de revolución apenas durarían 50 horas si
el régimen renunciara a la coacción física.
A estas alturas es poco discutible que la revolución cubana ha
desembocado en una tiranía sostenida simplemente por la fuerza bruta.
Pero para quienes todavía tengan sus dudas, el caso de Orlando Zapata
nos ofrece un detallado estudio de caso de cómo los totalitarismos
doblegan la voluntad de las personas. Primero, tres meses de prisión por
quejarse públicamente "de lo mala que estaba la cosa"; luego, tres años
de condena por participar en un ayuno opositor; y, finalmente, una vez
en prisión, condenas sucesivas de hasta 36 años y continuas palizas y
malos tratos por negarse a ser tratado como un preso común. Es por eso
que la lucha entre Orlando Zapata y el régimen cubano ha sido a muerte:
ambos sabían que cuando alguien se resiste de la manera que lo ha hecho
Orlando (pacíficamente y hasta el final), no hay régimen que aguante.
Es cierto que 50 años de confrontación con el régimen cubano sólo han
contribuido a reforzar al régimen. Pero al diálogo sin condiciones con
el régimen, que es la otra opción (favorecida, entre otros, por España),
tampoco parece haberle ido mucho mejor: si las cosas marchan bien, hay
que dialogar mucho, pero si las cosas van mal (como ahora), mucha más
razón para dialogar más intensamente todavía. Y lo mismo, pero al revés,
respecto al diálogo con la oposición cubana: si las cosas van bien y hay
señales de voluntad de cambio dentro del régimen, no vamos a estropearlo
hablando con la oposición; y si las cosas van mal, qué vamos a ganar
hablando con la oposición, ¿poner aún más nervioso al régimen y
endurecer aún más la represión?
Como politólogo, es difícil aceptar que un proceder así constituya una
"política". Más bien, al contrario, si entendemos la política como la
aplicación de medios para lograr fines (y el sucesivo ajuste de esos
medios a la luz de los resultados obtenidos), este proceder representa
la negación de la política: se sabe lo que se quiere (un cambio pacífico
hacia una democracia), pero no cómo lograrlo. Que España carezca de una
política hacia Cuba digna de ese nombre se debe a varias razones: en
primer lugar, España está tan enredada histórica y emocionalmente en
Cuba que difícilmente puede partir de cero y examinar los méritos
relativos de todas las opciones sin prejuicios; en segundo lugar, la
falta de consenso interno en España sobre el tema (compárese el caso
Zapata con el caso Haidar) debilita de antemano la eficacia de cualquier
política hacia Cuba; y, en tercer lugar, incluso aunque España tuviera
una política hacia Cuba, su margen de influencia sobre los
acontecimientos internos sería pequeño mientras Brasil, Venezuela y
muchos otros sigan creyendo, como Gaspar Llamazares, que se puede ser a
la vez "amigo del régimen y de los cubanos" pese a la evidencia de que
régimen y cubanos hace tiempo que han dejado de ser amigos entre ellos.
Todo ello explica que la (no) política de España hacia Cuba consista
simplemente en mantener abiertos los canales de diálogo con el régimen
para poder detectar una eventual voluntad de cambio con antelación,
interceder ocasionalmente a favor de algún disidente (pero a cambio huir
de los contactos a alto nivel con la oposición) y, por último, ofrecer
al régimen cuantas oportunidades de apertura y desarrollo económico sean
posibles (incluido un acuerdo de cooperación con la UE que no incluya
condicionalidad política). No es nada descabellado, pero no llamemos
política a lo que simplemente es la suma de algunas esperanzas
débilmente hiladas entre sí. Ellos, como dice Raúl Rivero, sin pan ni
palabras; nosotros, instalados en la impotencia.
Réquiem por Orlando · ELPAÍS.com (1 March 2010)
http://www.elpais.com/articulo/internacional/Requiem/Orlando/elpepiint/20100301elpepiint_8/Tes
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