Dos revoluciones en pugna
RAFAEL ROJAS
El 16 de abril de 1961, cuando Fidel Castro declaró ''el carácter 
socialista'' de su gobierno, frente al cementerio Colón, otra revolución 
triunfó en Cuba: la revolución comunista. A diferencia de la que triunfó 
en enero del 59, esta revolución no se había producido contra, sino 
desde, el poder. A fines de 1960, la economía cubana comenzaba a estar 
en manos del Estado, los medios de comunicación también, las libertades 
públicas eran restringidas y casi toda la clase política respetaba un 
código de lealtad al máximo líder. Sólo faltaba una pieza, el partido 
único, que comenzaría a formarse en la primavera del 61 con la 
``integración de las organizaciones revolucionarias''.
Entonces el gobierno era muy distinto al que, dos años atrás, había 
sucedido a Batista. La política financiera y económica estaba en manos 
de un comunista nuevo, el Che Guevara, el poder militar controlado por 
otro comunista nuevo, Raúl Castro, los sindicatos eran dirigidos por un 
viejo comunista, Lázaro Peña, y la política exterior era conducida por 
el propio Fidel Castro con un eficaz instrumento: el veterano 
intelectual marxista Raúl Roa García. Muy pronto, otras áreas 
importantes como las ORI, el INRA, la cultura y la ideología serían 
encabezadas, también, por comunistas profesionales: Aníbal Escalante, 
Carlos Rafael Rodríguez, Edith García Buchaca y Lionel Soto.
En abril de 1961, cuando Castro pronunció aquel discurso en el entierro 
de las víctimas de un bombardeo previo al desembarco de la Brigada 2506 
por Playa Girón, ya Cuba tenía relaciones diplomáticas y comerciales con 
la URSS, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, China, Corea del 
Norte y Viet Nam. Antonio Núñez Jiménez, Raúl Castro y el Che Guevara 
habían hecho varios viajes, desde principios del 60, por esos países y 
el 6 de diciembre de ese año, unos días después de que Fidel Castro 
declarara que ''siempre había sido marxista'', 81 partidos comunistas de 
todo el mundo, reunidos en Moscú, dieron la bienvenida a Cuba al campo 
socialista.
La transición al comunismo --''socialismo'' es el nombre diplomático-- 
se produjo, en esencia, entre el verano y el invierno de 1960. A partir 
de los primeros meses de 1961 comenzaría la construcción del nuevo 
régimen y su acomodo geopolítico a la confrontación con Washington. Los 
comunistas cubanos sabían que Estados Unidos, que había apoyado la 
primera revolución, tendría que oponerse a la segunda: ese diferendo era 
un componente básico del nuevo proyecto. Para entonces unos 1,500 
cubanos, entre batistianos y opositores, habían sido fusilados y en los 
primeros meses del 61 varios cientos más serían ejecutados y decenas de 
miles encarcelados. En el verano, desatada ya la guerra civil y el 
exilio, y a dos años de gobierno de Fidel Castro, habían muerto más 
anticastristas que antibatistianos en los seis años de la dictadura.
¿Quiénes eran los opositores a ese giro comunista? En su mayoría, 
defensores y protagonistas de la primera revolución, la que triunfó en 
enero de 1959, que rechazaban el abandono de los principios liberales y 
democráticos de la Constitución del 40. Fusilados, como Humberto Sorí 
Marín y Rogelio González Corzo, encarcelados, como Húber Matos y David 
Salvador, exiliados, como Urrutia, Miró, Ray, Chibás, Pazos, Mederos, 
Agramonte, López-Fresquet o Llerena, pertenecían a la misma clase media 
de los nuevos gobernantes de Cuba y sostenían las ideas plasmadas en 
todos los programas y pactos de la insurrección contra Batista. La 
''contrarrevolución'' no era más que una resistencia de la primera 
contra la segunda revolución.
Toda revolución comunista atiza el conflicto de clases desde el poder. 
Pero, ¿eran esos políticos simples representantes de la burguesía 
cubana? ¿No habían sido todos ellos partidarios de la reforma agraria, 
de la erradicación del latifundio y el monocultivo, de la 
alfabetización, de la recuperación de bienes malversados, del castigo a 
los criminales, de la ampliación de la seguridad social y de la 
nacionalización, incluso, de algunas compañías norteamericanas? Si ese 
era el programa de la burguesía, entonces la vieja historiografía 
marxista tenía razón: la del Moncada, el Granma y la Sierra fue una 
revolución burguesa.
Uno de enero de 1959 y 16 de abril de 1961 no son efemérides 
políticamente asimilables. Durante medio siglo la historia oficial ha 
intentado resolver la dramática discontinuidad entre el primero y el 
segundo proyecto nacional. La tesis de que no hubo dos, sino una y la 
misma revolución, ya no desde 1959 o 1953, ¡sino desde 1868!, se 
estableció como un mito central de la simbología totalitaria en Cuba. 
Muchos intelectuales ''socialistas'', como sabemos, contribuyeron y aún 
contribuyen al afianzamiento de ese mito, a pesar de que sea una burda 
negación de cualquier modalidad del materialismo histórico. Poco importa 
la congruencia intelectual cuando se trata de legitimar un orden 
totalitario.
Pero la historiografía marxista, con el maniqueísmo de clases, tampoco 
logró explicar plenamente la ruptura de 1961. Con su desinterés por las 
instituciones y los sujetos políticos, el marxismo fue incapaz de 
valorar el carácter republicano y democrático de la primera revolución. 
El comunismo no fue, como argumentó esa historiografía, una demanda 
popular, de obreros, campesinos o soldados, ni una respuesta al ataque 
imperialista: fue la decisión inconsulta de un pequeño grupo de nuevos y 
viejos comunistas. Los viejos, por lo menos, fueron congruentes y nunca 
negaron la ruptura. Los nuevos, en cambio, provenientes en su mayoría de 
la tradición populista, camuflaron el comunismo bajo símbolos democráticos.
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