Oscar Espinosa Chepe
La HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - La historia universal muestra 
figuras que habiendo participado activamente en la lucha por la 
independencia y la libertad de sus pueblos, tiempo después de alcanzado 
el triunfo supieron renunciar al poder con gran desinterés y retirarse a 
un merecido descanso para dejar un legado digno y respetable. Son los 
casos de personalidades como George Washington, Máximo Gómez, Julius 
Nyerere y Nelson Mandela, ejemplos imperecederos de modestia y lealtad a 
la confianza y  afecto depositados en ellos por sus conciudadanos.
Sin embargo, no han sido pocos los que llenos de gloria en las luchas 
por la independencia o la libertad de sus naciones, y con el inicial 
apoyo masivo de los pueblos liberados de la opresión, durante su 
permanencia prolongada en el poder se convirtieron en azotes de sus 
contemporáneos con una sola mira: mantener el poder a ultranza, 
disfrutar de todos los privilegios posibles y amasar inmensas fortunas. 
Muchas veces lo han realizado bajo el manto de discursos populistas e 
hipócritas consignas para disimular sus enfermizas ambiciones de gloria 
personal a expensas de los sufrimientos de sus compatriotas.
En América Latina, la lista de esos personajes es bastante larga. Baste 
recordar al venezolano José Antonio Páez o al mexicano Porfirio Díaz, 
indiscutibles héroes que luego se convirtieron en sanguinarios 
dictadores. En Cuba también hemos tenido esos casos, cuyo nefasto 
ejemplo fue el general de la guerra de independencia Gerardo Machado, 
así como individuos distinguidos en la lucha contra  dictaduras 
padecidas en el  Siglo XX, convertidos luego en victimarios del pueblo 
bajo múltiples disfraces.
Hace años, Robert Mugabe, de símbolo de la lucha por la liberación de la 
antigua Rhodesia, se convirtió en  tirano  de los ciudadanos del país, 
posteriormente rebautizado como  Zimbabwe, y por su adicción al poder se 
niega  a alejarse de la presidencia para facilitar los cambios 
urgentemente requeridos por esa nación africana.
Uno de los países relativamente más ricos del continente, conocido como 
el Granero de África, se ha convertido en uno de los más atrasados y 
pobres. Si la esperanza de vida al nacer era de 60 años a inicios de los 
años 1980, actualmente es de 35, con un 20 por ciento de la población 
infectada de Suda. El paro laboral es del 80 y la inflación de más del 
160, 000%, según fuentes oficiales. El hambre imperante y el terror 
desatado por el régimen han provocado que más del 20 por ciento de la 
población haya emigrado a  países vecinos, con miles de prisioneros 
políticos hacinados en las cárceles.
A pesar de esa catástrofe, el incremento de la oposición interna, las 
críticas provenientes de naciones y líderes mundiales -particularmente 
africanos como Nelson Mandela-, los reclamos de las Naciones Unidas y su 
Consejo de Seguridad, así como de organizaciones no gubernamentales de 
derechos humanos, Robert Mugabe se niega a alejarse del poder, 
burlándose del cariño y respeto que una vez sus conciudadanos le 
dispensaron.
A los 84 años ha realizado elecciones fraudulentas el pasado 27 de junio 
y se declaró presidente nuevamente. En la primera vuelta del proceso, 
bajo la supervisión de miles de observadores, Morgan Tsvangirai, 
dirigente del Movimiento para el Cambio Democrático  ganó con el 47,9 % 
de los votos, pero tuvo que retirarse días antes de la nueva ronda, por 
la represión y los asesinatos de sus seguidores por parte del régimen. 
Incluso debió asilarse en la Embajada de los Países Bajos en Harare. La 
frase lapidaria de Mugabe fue: ¨Sólo Díos me sacará del poder¨.
Lamentablemente, la experiencia de Zimbabwe reitera que los pueblos 
tienen que estar muy alertas ante los posibles ¨salvadores¨, que 
entronizados en el poder suelen ser males peores que la enfermedad.
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