Pages

Sunday, July 06, 2008

CUBA: LA TRANSICIÓN O EL DESASTRE

7 de julio de 2008

CUBA: LA TRANSICIÓN O EL DESASTRE

Carlos Alberto Montaner
V Foro Atlántico
"Cuba: de la dictadura a la democracia"
Fundación Internacional para la Libertad
Fundación Iberoamerica-Europa
Madrid, 7 de julio de 2008

En 1950, Akira Kurosawa estrenó Rashomon, una inquietante película
ambientada en el siglo XII, en la que cuatro protagonistas de un
horrendo crimen aportaban sus versiones contradictorias sobre lo que
realmente había sucedido. Para enfrentarse a la situación cubana actual
y a su posible desenlace, tal vez sea un buen procedimiento adoptar la
técnica del director japonés e intentar colocarnos en el papel de cada
uno de los actores fundamentales de este viejo e inacabable drama.


Fidel Castro, visión y misión

Comencemos por Fidel Castro. Es el más vistoso, ubicuo e inevitable de
todos los cubanos. Le dio sentido y forma a la revolución. Lleva medio
siglo instalado en los titulares de toda la prensa y su pintoresca
imagen es la más conocida de toda la fauna política planetaria. A sus
casi 82 años, agoniza lentamente en La Habana devorado por un cáncer
intestinal que hizo metástasis, y del que fue necesario operarlo (sin
mucha fortuna) en verano del 2006. En diciembre del 2007, finalmente,
aceptó que no podía volver a dirigir el gobierno, pero no se resigna a
perder el poder: un poder que ha ejercido sin limitaciones ni
contrapesos desde 1959. Ante esta situación, su hermano y heredero, el
general Raúl Castro, cuando asumió la presidencia propuso consultarle
todos los asuntos fundamentales que debe afrontar el país. Para
formalizar el acuerdo, le pidió autorización al parlamento cubano que,
de inmediato, se lo concedió, obviamente, por unanimidad.

Pero había (y hay) un problema fundamental. El Comandante no estaba
dispuesto a quedarse como un consejero pasivo que ofrece sus
recomendaciones humilde e incondicionalmente a sus herederos. Por otra
parte, mientras gobernó, Castro jamás fue un líder dedicado a solucionar
los problemas cotidianos de la sociedad cubana -más bien los agravaba
con iniciativas enloquecidas como dotar a cada familia con una vaca
enana-, sino fue un héroe épico, gallardamente empeñado en arreglar las
injusticias del mundo, todas ellas derivadas, según su diagnóstico, del
desventurado capitalismo y del comportamiento malvado y codicioso de las
potencias capitalistas encabezadas por Estados Unidos, el flagelo de la
especie humana.

Como era previsible, de esa visión de sí mismo como un San Jorge
tropical derivó la misión que le asignó a su gobierno: luchar en todos
los frentes contra su enemigo americano y el resto de los países que se
opusieran a su cruzada. A lo largo de su prolongado paso por el poder,
Fidel Castro envió sus ejércitos a África (1), incluida una larga guerra
que duró quince años. Mandó una brigada de tanques a las alturas del
Golam para enfrentarse a Israel en la guerra de 1973, y, mientras pudo,
colaboró con golpes de estado en lugares tan extraños como Zanzíbar y
Yemen, al tiempo que adiestraba y remitía guerrillas, terroristas y
conspiradores a veinte naciones, convirtiendo a Cuba en un incansable
foco subversivo. Su lema era muy claro: "el deber de todo revolucionario
era hacer la revolución en cualquier lugar del mundo".

¿Qué le queda a Fidel Castro de aquellos sueños de conquista planetaria
y de su rol como temible factótum del tercer mundo? Le queda una
construcción retórica basada en una lectura deliberadamente deformada de
la realidad cubana. Según el panglosiano discurso de este Fidel Castro
terco y crepuscular, la sociedad cubana es un paradigmático modelo de
educación, igualitarismo y salubridad, en el que una población
esencialmente culta y satisfecha disfruta de las ventajas del sistema
puesto en práctica por él a partir de 1959. Esa sociedad,
fundamentalmente feliz, que no desea cambiar nada, que no necesita
consumir porque está dotada de una gran fuerza espiritual, además, ha
conseguido resistir los embates del imperialismo norteamericano, se
sobrepuso al "desmerengamiento" del bloque socialista, y hoy, llena de
ilusiones, construye junto a Chávez el socialismo del siglo XXI para
prolongar por otras vías la vieja batalla contra el imperialismo y sus
podridos agentes y secuaces. Para Castro, pues, la lucha no ha
terminado, y la Cuba que le quiere legar a sus herederos es la que él
construyó pacientemente: la revolucionaria, deseosa de clonarse
incesantemente, la heroica, la que jamás se rendirá ni bajará la
guardia. Y, en consecuencia, aunque senil y enfundado en un ridículo
atuendo deportivo, ése el mensaje con que tiñe cada una de sus
intervenciones y consejos sobre los asuntos de Estado que le llegan a su
lecho de enfermo terminal: ¡hasta la victoria siempre!


Raúl Castro o la lucidez inútil.

Para su hermano Raúl esto es un problema grave. El general Raúl Castro
es otro tipo de persona. Nunca tuvo el menor inconveniente en darle un
balazo en la cabeza a un adversario molesto, y jamás le quitó el sueño
encerrar a un enemigo en una celda espantosa durante varias décadas
(como hizo con Mario Chanes y Huber Matos, sus compañeros de lucha),
pero es una persona realista. Fidel lo arrastró a todas las aventuras
que le pasaron por la cabeza -el ataque al Moncada, la Sierra Maestra,
la conquista de África-, pero él no es su hermano, y su sentido común y
su experiencia le dejan ver con toda claridad que su papel como
gobernante no consiste en enderezar los torcidos destinos de la
humanidad, sino lograr que la gente en Cuba pueda tomarse un vaso de
leche después de sobrepasar la edad de los siete años, peligrosa
frontera a partir de la cual la desnutrición parece que está
oficialmente autorizada en el país.

En efecto: cuando Raúl Castro mira la realidad cubana, al contrario de
su hermano, lo que ve es una sociedad miserable, en la que abunda la
prostitución, y en la que casi todas las personas practican el comercio
ilícito o el robo para sobrevivir, con graves dificultades para
alimentarse o transportarse, hacinada en unas humildes casas
despintadas, llenas de goteras y mal iluminadas, que literalmente se
están cayendo a pedazos, en las que la electricidad y el agua potable
son intermitentes. Raúl Castro sabe que el sistema económico es
sádicamente improductivo, que los cubanos perciben como una cruel estafa
que les paguen en una moneda devaluada con la que no pueden comprar nada
que valga la pena. No ignora que el nivel de infelicidad y desdicha de
la población es altísimo, que los jóvenes sólo añoran largarse del país,
y que todos viven fingiendo cínicamente unas devociones políticas que
realmente no sienten porque las condiciones de vida materiales son
espantosas.

Por otra parte, Raúl Castro, supongo que embargado por la melancolía,
tampoco desconoce que esa sórdida realidad material -parece que no toma
demasiado en cuenta la emocional-, que no deja espacio a la esperanza,
se alivia con medidas extraídas de la economía de mercado: suprimiendo
el clientelismo y los subsidios, liquidando la esquizofrenia de las dos
monedas, descentralizando y desideologizando la toma de decisiones,
reintroduciendo los derechos de propiedad, aceptando la lógica de los
precios, permitiendo que los cubanos pongan en marcha empresas privadas,
otorgando incentivos de acuerdo con resultados, liquidando el
igualitarismo y el paternalismo estatal, dos formas letales de corromper
a la población, abriéndose realmente al mercado y a las inversiones
extranjeras, aligerando la decrépita, ociosa y lenta burocracia, y
poniendo fin al permanente estado de hostilidad entre la Isla y Estados
Unidos, el socio natural que tiene Cuba para despegar económicamente en
un periodo relativamente breve. Es verdad que todo eso significa el
entierro sin gloria de la revolución, pero si la realidad es profunda y
testarudamente contrarrevolucionaria, oponerse a ella no es otra cosa
que dogmatismo, estupidez y voluntarismo, precisamente las actitudes que
han hundido al país en la miseria y se han convertido en las señas de
identidad de lo que allí llaman, pomposamente, "el proceso revolucionario".

Raúl Castro, en fin, que es una persona inteligente, sabe lo que hay que
hacer para comenzar a arreglar el inmenso desaguisado provocado por
medio siglo de disparates comunistas sumados a las excentricidades de
Fidel, pero, al mismo tiempo, se da cuenta, como se dan cuenta todos los
cubanos, que sus objetivos y los de su hermano son contradictorios.
Fidel insiste en matar el dragón con su lanza. Raúl, además de retener
el poder (su objetivo prioritario), quiere que Cuba se convierta en un
país normal y deje de ser una fracasada fábrica de utopías, sacrificios
y frustraciones, aunque para ello tenga que ponerse de acuerdo con el
dragón. Fidel Castro, tras su muerte, quiere dejarle a la humanidad el
ejemplo de un país revolucionario que venció a todos sus enemigos y le
enseñó a la especie humana el rutilante camino de la felicidad. Raúl
Castro, tras su muerte, quiere dejar una sociedad razonablemente
esperanzada, sin sobresaltos, capaz de transmitir la autoridad
pacíficamente dentro de las estructuras partidistas, para que sus
familiares y amigos no corran peligros innecesarios, y puedan, además,
tomarse un vaso de leche aunque tengan más de siete años de edad.

Los reformistas silenciosos

Raúl Castro, naturalmente, posee una correa de transmisión para ejercer
el mando y, al menos teóricamente, la columna vertebral de ese mecanismo
es el Partido Comunista, de donde supuestamente son o deben ser
segregadas y supervisadas todas las estructuras del poder. Sin embargo,
en la experiencia cubana, a lo largo de medio siglo, ninguna de las
instituciones oficiales ha jugado el menor rol en el diseño de las
directrices de gobierno. Cuba ha sido una autocracia, un triste
sultanato comunista regido por la más repetida de las consignas
revolucionarias: "Comandante en Jefe, ordene". Allí ha mandado Fidel
como le ha dado la gana, sin contención ni control, y cada vez que
surgió un foco de autoridad remotamente crítico -la microfracción dentro
del Partido, Carlos Aldana dentro del gobierno, el general Arnoldo Ochoa
dentro del ejército-, lo ha cercenado de un tajo.

Raúl heredó intacto ese poder, incluso con una variante que le favorece:
él mismo controla directamente al gobierno, al partido comunista, a las
fuerzas armadas y a los muy extendidos servicios secretos. No obstante,
el talón de Aquiles de su régimen está en la sucesión: detrás de él no
hay nadie. Él no tiene un Raúl que lo sustituya, como su hermano lo
tenía a él. No existe en el país ninguna figura que aglutine al sector
oficialista y al inmenso aparato estatal. Sus hombres de confianza -los
generales Abelardo Colomé Ibarra y Julio Casas Regueiro, y el Dr. José
Ramón Machado Ventura- son unos viejos y oscuros aparatchicks,
competentes y leales, necesariamente provisionales, dada la avanzada
edad que tienen, cuestionados por algunas zonas de la estructura de
poder y desconocidos por la población, dirigentes, en fin, que no pueden
contar con la obediencia del resto de las instituciones del país, y muy
especialmente de la Asamblea Nacional del Poder Popular y de los
sindicatos, donde los parlamentarios, aunque hoy no se atrevan a abrir
públicamente la boca (en privado algunos sí lo hacen), están cansados de
ser un afinado coro de papagayos amaestrados, dedicado a cantar
alabanzas a sus preclaros gobernantes, mientras los líderes sindicales
se avergüenzan de ejercer, en realidad, como los verdugos de las
aspiraciones legítimas de los trabajadores.

Por eso Raúl se propone reinstitucionalizar la revolución a toda marcha.
Quiere que, tras su desaparición de la escena -calcula que le quedan
unos cuatro o cinco años de vida útil para cumplir con esa tarea-, el
Partido, como en China o en Vietnam, pueda asumir la dirección de la
vida pública. Pero sucede que ese partido está, como todo el país,
profundamente desmoralizado, ya no cree en las premisas ideológicas del
marxismo (como no cree en ellas el propio Raúl Castro), y la inmensa
mayoría de los cuadros y militantes desea cambios profundos que atentan
contra la esencia del discurso revolucionario porque no excluyen la
apertura política y el pluripartidismo.

Eso se vio claramente en los miles de debates propiciados por el régimen
a lo largo del año 2007: los militantes comunistas, o, simplemente,
revolucionarios, quieren libertades. Libertades para viajar, vivir de
acuerdo con sus preferencias sexuales, informarse sin controles y
manifestar sin miedo sus criterios. Quieren libertades para estudiar lo
que desean y trabajar en lo que quieran, incluidas actividades
productivas privadas. Están cansados de ser tratados como menores de
edad o retardados mentales. Por primera vez, la tolerancia y la
aceptación del derecho a la divergencia se hicieron transparentes como
un deseo compartido por la ciudadanía, incluidos los comunistas. En el
discurso públicamente pronunciado el 2 de abril del 2008 en el Séptimo
Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Eusebio
Leal lo dijo sin ambages: el país se prepara para una nueva etapa. El
país está lleno de expectativas y todas se orientan hacia el deseo de
una intensa ampliación del ámbito de las libertades individuales.

Sencillamente, el grueso de la militancia comunista está compuesta por
reformistas que ansían un cambio profundo y radical, totalmente alejado
de la dictadura inmovilista que les quiere dejar Fidel Castro como
herencia, y también del exótico modelo chino o vietnamita con que Raúl
Castro se entretiene durante sus noches de insomnio.

Los demócratas de la oposición

Los demócratas de la oposición son el cuarto factor importante. Son
varios millares dentro de Cuba, con unos doscientos cincuenta
encarcelados -entre ellos veinticinco periodistas independientes-,
empeñados en revitalizar la abatida sociedad civil, esparcidos por las
principales ciudades del país, aunque el núcleo más voluminoso está en
La Habana. Cualquiera pudiera pensar que son pocos para una población de
más de once millones de habitantes, pero, con la excepción de Polonia,
Cuba es el país comunista con mayor número de opositores conocidos y
organizados. Algunos grupos y personas, incluso, han alcanzado una gran
notoriedad internacional: las Damas de Blanco, las Bibliotecas
Independientes, Oswaldo Payá, Martha Beatriz Roque, Oscar Elías Biscet,
Héctor Maseda, Jorge Luis García Pérez ("Antúnez"), René Gómez Manzano,
Vladimiro Roca, Oscar Espinosa Chepe y Elizardo Sánchez entre otros muchos.

Lo que solicitan estos demócratas, y lo que se les niega mediante
diversas formas de represión, incluidas la cárcel y las golpizas, es
espacio para intercambiar ideas libremente, la posibilidad de hablar y
publicar dentro del país, y la autorización para realizar actividades
proselitistas. Aspiran, lógicamente, a participar en la vida política de
la nación para poder alentar pacíficamente un proceso de transición
hacia la democracia, pero hasta ahora sólo han conseguido una victoria
parcial, aunque tremendamente importante: que el gobierno no haya podido
aplastarlos ni silenciarlos totalmente, como sucedía en las primeras dos
décadas de la dictadura. Esta limitación de la represión, en gran
medida, se debe al reconocimiento internacional que han recibido los
disidentes, apoyo que ha sido posible por las gestiones de los
demócratas de la oposición externa, muy activos y eficaces en Estados
Unidos y Europa.

La estrategia de la dictadura frente a los demócratas de la oposición
interna es la misma que el KGB desplegaba en la URSS frente a los
opositores: primero, penetrarlos con decenas de agentes de la
contrainteligencia, y, segundo, excluirlos de la vida pública mediante
el manido expediente de calumniarlos y calificarlos como agentes pagados
por los Estados Unidos para que traicionen a su país. En todo caso, no
se trata de un argumento serio que realmente preocupa a la población,
sino de una coartada para justificar la marginación y las represalias. A
partir de esa premisa, los demócratas, siempre al alcance de una paliza
o de la cárcel (2), no pueden participar como opositores en ninguna
institución -sindicatos, organizaciones de masas, parlamentos,
organizaciones estudiantiles o profesionales-, y les está vedada
cualquier actividad pública. La consecuencia de esta marginación es
obvia: la capacidad real que tienen de impulsar la transición hacia la
democracia es muy débil, pero, en su momento, serán muy importantes
cuando ese periodo se alcance.


En cuanto a los demócratas de la oposición externa -que también suelen
enfrentar las campañas de calumnias orquestadas por la policía política
cubana y sus colaboradores, a veces acompañadas por episodios de
estridente vulgaridad y violencia-, están limitados a cinco tareas
esenciales que suele realizar con cierta eficacia, pese a los limitados
recursos que poseen:

Denunciar internacionalmente los atropellos de la dictadura.

Ayudar a los demócratas dentro de Cuba proporcionándoles aliento,
recursos, análisis e informaciones.

Generar apoyo internacional para respaldar el cambio.

Impedir que el gobierno cubano pueda normalizar sus relaciones con
Estados Unidos oEuropa sin antes amnistiar a los presos políticos y
respetar los derechos humanos y civiles de los cubanos.

Estudiar y explorar las mejores vías para lograr una transición exitosa
cuando llegue el momento de los cambios.

La triste mayoría silenciosa

¿Y qué papel desempeña el pueblo llano en todo esto? Quiero decir, los
diez millones de personas que no forman parte del partido comunista, ni
militan en la oposición, ni son militares, agentes de la Seguridad o
dirigentes medios del aparato administrativo: nada menos que esas nueve
décimas partes del total del censo cubano que sobrevive como puede en
medio de la vorágine nacional.

En realidad, ese pueblo llano, hoy dotado de una mínima pulsión cívica,
tiene un escaso peso relativo. Ha aprendido a obedecer, aunque sólo sea
aparentemente, como una forma de sobrevivir, adoptando lo que en Cuba
llaman "la moral de la yagruma", una planta cuyas hojas tienen dos caras
totalmente diferenciadas. Mientras en la intimidad de los hogares o con
los amigos de confianza la inmensa mayoría de ese pueblo llano critica
en voz baja al gobierno, y lo califica de corrupto e incompetente,
culpándolo de la miseria sin esperanzas que padece, no obstante, aplaude
si se lo piden, desfila y grita consignas si lo convocan, y hace la cruz
en cualquier boleta electoral que le pongan en la mano, aunque carezca
de la menor convicción revolucionaria. Lo hace con la actitud mecánica y
conformista, podrida por el oportunismo, de quien, para evitar males
mayores, participa en un rito hipócrita vacío de cualquier contenido
afectivo.

¿Sabemos lo que realmente desea ese pueblo? Sí, porque al menos ha
habido dos encuestas imparciales (1), aunque celebradas en condiciones
muy difíciles, y porque conocemos lo que pretende lograr cualquier
población compuesta por seres humanos normales. Los cubanos,
simplemente, en el terreno estrictamente material, quieren vivir mejor
(3). ¿Qué es eso? Sencillo: tener viviendas mínimamente habitables,
alimentarse razonablemente y con comidas variadas, poder tomar leche,
comprar pan, huevos, carne o aceite sin racionamientos o precios
prohibitivos, y adquirir zapatos o ropas sin tener que arruinarse. Las
mujeres ambicionan cosas tan humildes como toallas sanitarias, ropa
interior, sábanas, toallas, colchones, almohadas, pañales infantiles
desechables, útiles de cocina. Todos quieren tener libre acceso a papel
higiénico, jabones, desodorantes. Anhelan poder arreglar y pintar sus
viviendas sin tener que robarse los materiales. Sueñan con ciudades en
las que las cucarachas y los ratones no les disputen la vía pública a
unos transeúntes que tienen que caminar entre aceras y calles
destrozadas, sorteando montones de basura hedionda y pestilentes
salideros de las alcantarillas. Quieren poder adquirir automóviles, y si
no tienen dinero para ello, al menos poder contar con sistemas de
transporte humanos, y no esos vehículos atestados por cientos de
pasajeros sudorosos y disgustados por el tiempo perdido a la espera de
unos autobuses que parece que no llegan nunca.

¿Qué hace el gobierno para mitigar las infinitas necesidades materiales
de una población, en general, sin grupos sociales medios, que vive como
los sectores pobres de América Latina? Hace dos cosas: o silencia las
quejas y las deficiencias y reitera el cínico discurso contra el
consumismo occidental, o le entrega a la población dos sofismas
políticos complementarios. Le dice (y ya nadie lo cree) que "la culpa es
del bloqueo yanqui", y le asegura que, pese a los síntomas, los cubanos
viven en el mejor de los mundos posibles, porque, si no fuera por la
revolución, la sociedad padecería una miseria como la haitiana y la
población sería esclavizada por los norteamericanos o por los crueles
cubanos exiliados -la mafia de Miami- que regresarían cuchillo en mano a
sojuzgar a sus compatriotas y a echarlos de sus viviendas.
Simultáneamente, una y otra vez el gobierno les recuerda a los cubanos
que, también gracias a la revolución, hoy el país cuenta con una masa
notable de personas educadas y con acceso a un extendido (aunque muy
precario) sistema de salud.

El pueblo llano, ¿cree, realmente, estas patrañas? Probablemente no,
pero, con toda seguridad, esas campañas propagandísticas, repetidas
hasta el cansancio por los medios de comunicación, sí han conseguido
elevar el nivel de ansiedad de la población (especialmente entre los
mayores de 60 años) ante ese eventual cambio de modelo económico que el
país desea ardientemente, pero, al mismo tiempo, teme, porque su
realidad material es muy endeble y carece de excedentes para afrontar lo
desconocido con un mínimo de seguridad. Esa población, pues, sufre las
consecuencias de un gobierno que ha sacrificado tres generaciones de
cubanos y ahora se dedica a envenenarle la posibilidad de un futuro
mejor. Eso, en parte, explica su parálisis, pero, aún en la mayor
incertidumbre, no hay duda de que el pueblo llano anhela unas reformas
profundas y definitivas que lo saquen de la miseria en la que vive.


Hugo Chávez forma parte de la ecuación

El venezolano Hugo Chávez también forma parte de la ecuación cubana. En
diciembre del 2005 Carlos Lage dijo en Caracas que Cuba tenía dos
presidentes, Hugo Chávez y Fidel Castro. Inmediatamente, y sin demasiada
discreción, se crearon comisiones para comenzar a dar pasos en la
dirección de confederar ambos países ajustando sus legislaciones, pero
tuvieron que abandonar esos planes unos meses más tarde cuando el
Comandante se enfermó. Ya nadie dice que Cuba tiene dos presidentes,
Raúl Castro y Hugo Chávez, y mucho menos que Raúl Castro es también el
presidente de Venezuela, pero las relaciones entre los dos países son
muy intensas y no hay duda de que gravitan sobre el futuro cubano.

Como suele decirse en los guiones de los cómicos más socorridos, Chávez
le trae a Raúl Castro una noticia buena y otra mala. La buena son los
algo más de cien mil barriles diarios de petróleo (que acaso le permiten
reexportar a Cuba entre quince y veinte mil), más los créditos para
adquirir productos venezolanos. ¿Cuánto alcanza ese subsidio disfrazado
de intercambio? Probablemente entre tres y cuatro mil millones de
dólares anuales, una cantidad inmensa si se toma en cuenta el tamaño de
la economía venezolana y el escaso volumen de las exportaciones cubanas.

¿Por qué Chávez ha puesto la tesorería venezolana al alcance de las
ilimitadas necesidades de la incompetente economía cubana? Porque la
asociación con Cuba le proporciona varios elementos clave para
sostenerse en el poder:

La colaboración muy eficaz de los servicios cubanos de inteligencia, que
lo mantienen informado de lo que sucede en todos los niveles de la
estructura del poder y de la oposición en Venezuela.

Los médicos y personal sanitario cubano para las misiones, dedicados a
reclutar la clientela política del chavismo.

La creación de un marco de apoyo internacional al chavismo forjado de
acuerdo con la vieja técnica de orquestación mundial de la solidaridad
revolucionaria que los cubanos aprendieron cuidadosamente de sus
maestros soviéticos.

Sin embargo, la mala noticia para Raúl Castro es que Chávez es el
continuador del espasmo imperial tercermundista que afectó a Cuba
durante medio siglo. Chávez y Fidel deliran en la misma frecuencia,
padecen del mismo tipo de mesianismo, y entre el año 2002 y el 2004
ambos llegaron a la peregrina conclusión -esbozada por el canciller
cubano Felipe Pérez Roque en Caracas en diciembre del 2005- de que el
eje Habana-Caracas debía asumir paladinamente la defensa del "socialismo
del siglo XXI" y reemplazar al Moscú decadente y traidor que había
abandonado el objetivo de liberar a la humanidad de las cadenas del
opresor capitalismo occidental acaudillado por Estados Unidos.

Así las cosas, al asumir la relación con Hugo Chávez, Raúl Castro
obtiene, por una punta, como activos, los recursos que necesita para
aliviar la situación económica del país, pero, por la otra, también debe
afrontar un enorme pasivo: el costo que significa continuar atado a un
proyecto político delirante, anacrónico y condenado al fracaso, que no
es más que una nueva versión, menos sangrienta, del que consumió
inútilmente las primeras cuatro décadas de la revolución cubana.

Cuando muera Fidel -padre putativo de Chávez-, ¿qué va a pesar más en el
ánimo de Raúl Castro, el suministrador de petróleo y créditos vitales, o
el generador de pleitos inútiles, abanderado de causas absurdas
defendidas con ideas equivocadas? Cualquiera de las dos opciones tiene
un alto costo y un peligro. Si abandona a Chávez pierde ingentes
cantidades de recursos y se expone a que los residuos del fidelismo
nostálgico conspiren de la mano del venezolano. Si permanece encadenado
al socialismo del siglo XXI y al guirigay tercermundista antioccidental,
jamás conseguirá sacar a la Isla de la situación en que se encuentra
postrada y no podrá legarles a los cubanos (ni a su familia y
partidarios) un país sosegado y normal, como afirman que promete a su
círculo más íntimo y sensato cuando les revela sus planes y visión de
largo plazo.

Estados Unidos: un asunto de política interna

Qué duda cabe de que Estados Unidos es un elemento muy importante en el
acontecer cubano. Así ha sido, al menos desde fines del siglo XVIII,
seguramente como consecuencia de la cercanía entre ambos países. En todo
caso, lo probable es que la transición cubana comience a ocurrir durante
el mandato del cuadragésimo cuarto presidente de Estados Unidos, ya sea
éste el demócrata Barack Obama o el republicano John McCain, lo que
incrementa el peso de Washington en la actual circunstancia cubana.

¿Tiene mucha importancia que gobiernen los demócratas o los republicanos
para las relaciones entre los dos países? Tal vez menos de lo que pueda
suponerse. La ley Torricelli, que endurecía el embargo, fue firmada en
1992 por el primer George Bush, republicano. Y la ley Helms-Burton, que
lo endurecía aún más, fue firmada por el demócrata Bll Clinton en 1996.
Durante la campaña electoral, los dos candidatos ya han establecido sus
vínculos con los grupos de exiliados y lo probable es que en ningún caso
se producirá un brusco viraje estratégico en el diseño de la política
estadounidense hacia Cuba. Ninguno de los dos partidos siente la menor
urgencia de modificar una política con la que han vivido casi medio
siglo. Tanto demócratas como republicanos tienen un objetivo muy claro
relacionado con el tema cubano: contentar a la mayoría de los votantes
procedentes de esta etnia -algo muy importante en un estado como
Florida, ganado en el año 2000 por los republicanos por 586 votos-, y,
si se produjera otro episodio de tensión entre los dos países, evitar el
éxodo masivo de cubanos hacia Estados Unidos.

La medida para lograr el objetivo seducir a los votantes
cubanoamericanos es muy sencilla, como demuestran todas las encuestas:
presentar una política de firmeza frente al gobierno de los Castro,
objetivo en el que ambos candidatos coinciden en lo fundamental, aunque
puedan discrepar en algunos detalles menores, como sucede con el de la
frecuencia de los viajes de los cubanos residentes en Estados Unidos a
la Isla. En todo caso, la visión de fondo de los policy makers de los
dos partidos también coincide en el diagnóstico sobre qué es lo que le
conviene a Estados Unidos que suceda en Cuba: que se produzca una
transición ordenada y pacífica hacia la democracia, y que la Isla genere
suficientes riquezas para sostener a sus habitantes sin que tengan que
recurrir a la emigración.

Afortunadamente, ya son muy pocos los políticos norteamericanos que
creen que la mejor manera de defender los intereses de los Estados
Unidos es contar con gobiernos de mano dura en el vecindario, lo que hoy
los hace rechazar la cínica proposición de aplaudir en Cuba el paso de
una dictadura antiamericana a otra más o menos similar, pero con buenas
relaciones con Washington, capaz de mantener un fuerte control sobre los
cubanos para evitar la emigración clandestina a la Florida o el uso de
la Isla como una plataforma para el envío de narcóticos a Estados Unidos.
Una política de apaciguamiento y contemporización con una "dictadura
comunista buena" lo único que conseguiría sería aplazar el problema, no
resolverlo. La lección aprendida a lo largo del siglo XX es que,
precisamente, la estrategia de pactar con "our son of a bitch" (Batista,
Somoza, et al), fue lo que provocó la posterior aparición de Castro en
Cuba y del sandinismo en Nicaragua, y la causante de innumerables y
legítimas críticas a Washington, aunque no deja de ser paradójico que la
misma izquierda que antes criticaba a los norteamericanos por tener
buenas relaciones con las dictaduras de derecha, ahora los critica por
no querer tenerlas con las tiranías comunistas.

¿Qué haría Estados Unidos si Raúl Castro, o quienes le sucedan en el
poder, intentaran movilizarse en dirección de un cambio real de sistema?
Sin duda, ayudarían, tenderían la mano y favorecerían esta evolución.
Harían lo que hizo Ronald Reagan cuando advirtió que Mijail Gorbachov se
tomaba en serio la perestroika y el glasnost. Con bastante agilidad, el
viejo actor convertido en presidente, quien llegó al poder decidido a
enfrentarse al "eje del mal", desarrolló unas relaciones cordiales son
su homólogo soviético, facilitando la distensión y las buenas relaciones
entre los dos países, luego perfeccionadas durante la presidencia de
George Bush (padre).

En el caso de Cuba, con una economía tan pequeña y frágil como la que
tiene el país, y dadas las implicaciones políticas internas que poseen
los asuntos cubanos en Estados Unidos, no hay duda de que Washington
levantaría el embargo a corto plazo, proporcionaría ayuda copiosa para
encarrilar la transición, y buscaría el respaldo de otros grandes
actores internacionales para facilitar el paso hacia la democracia y la
prosperidad. Obviamente, nada de esto tendría sentido si se prolonga la
dictadura actual, o si el gobierno cubano trata de adaptar a la Isla el
modelo chino o vietnamita para prorrogar la autoridad y los privilegios
de la clase dirigente. En ese caso, en Estados Unidos no existen
incentivos razonables para contribuir a la consolidación de ese sistema,
ni habría el menor estímulo por tratar de cambiar la política
norteamericana hacia Cuba.

Nadie puede lograr sus objetivos

La ironía del caso cubano es que ninguno de los factores principales de
este drama puede lograr por sí solo sus objetivos.
Fidel Castro no conseguirá, tras su muerte, la supervivencia de su
régimen comunista dedicado a la lucha internacional contra Estados
Unidos y el capitalismo occidental. Cuba, sencillamente, no puede seguir
siendo una reliquia de la guerra fría, dotada de una antiquísima visión
soviética de las relaciones internacionales. Cuba no puede ser, con
carácter permanente, la excepción marxista-leninista en un planeta en el
que esa opción dejó de tener vigencia.

Raúl Castro no podrá transferir su inmenso poder al Partido Comunista,
fracasará en su intento de crear un mecanismo estable y predecible para
transmitir la autoridad, y le será imposible calcar los modos de
producción de China y Vietnam, generando con ello una terrible
frustración en una sociedad que posee unas altísimas expectativas de
mejorar sus formas de vida bajo su mandato.

Los reformistas dentro del aparato de gobierno, aunque sean la inmensa
mayoría, no podrán controlar el poder y hacer los cambios que la
sociedad desea para salir de la miseria y la incertidumbre en la que
vive el país. Llevan demasiado tiempo arrodillados y aplaudiendo y están
dominados por la capacidad de intimidación de la cúpula dirigente.

El pueblo llano -esos diez millones de cubanos de una población de algo
más de once- tampoco es un factor del que podemos esperar una actuación
desencadenante de una verdadera transición. El estado anímico que
prevalece en el país es una combinación entre la indiferencia, la
desesperanza y el "sálvese el que pueda", es decir, la receta perfecta
para la parálisis colectiva. El pueblo llano aprendió a no creer en el
gobierno ni en la oposición, y sospecha de todo discurso político y de
toda construcción teórica. Su principal objetivo, tal vez su único
objetivo, es resolver, vivir mejor. Por eso, su norte suele ser,
precisamente, el norte.

Los demócratas de la oposición tienen un peso específico más moral que
real. El hecho de que no figuren en ninguna de las instituciones
oficiales y de que les esté vedado el contacto con las masas, provoca
que no puedan poner en marcha ningún proceso de cambios, aunque la labor
que realizan y los inmensos sacrificios que hacen -en los que a veces
pierden la vida- sí fomenta la atmósfera para que, en su momento, llegue
la ansiada transición.

Hugo Chávez no parece ser un factor destinado a una larga vida política
en América Latina. Su peso internacional depende del precio del
petróleo, no de sus virtudes personales ni de su ejemplo como
gobernante. La alianza que mantiene con los gobiernos de Bolivia,
Ecuador y Nicaragua es muy precaria. Su propia autoridad sobre los
venezolanos se debilita progresivamente, como se demostró en el
referéndum de diciembre de 2007. Las encuestas reflejan la existencia de
un chavismo duro que apenas alcanza el 17% del censo, al que se suma
otra zona de apoyo, más blanda, aproximadamente de las mismas
proporciones: o sea, apenas lo respalda un tercio de los venezolanos. Su
sueño de convertir al eje Caracas-La Habana en el reemplazo de Moscú con
el socialismo del siglo XXI se va desmoronando poco a poco. Chávez,
además, no tiene influencia en Cuba. Es al revés: él es un
prisionero-cliente de los muy eficaces servicios de inteligencia que le
proporciona el gobierno cubano.


Estados Unidos tampoco tiene cómo acelerar los cambios en Cuba, pero, a
la espera de la circunstancia propicia, lo más prudente sigue siendo
mantener la estrategia de contención que ya le dio resultado durante la
guerra fría frente a la URSS:

Ayudar a los demócratas de la oposición interna y externa, como en su
momento hicieron con los disidentes del bloque del Este, para que no
sean barridos por el aparato totalitario y puedan servir al país cuando
llegue el momento de la transición.

Mantener las transmisiones de Radio y TV Martí para que la población de
la Isla tenga acceso a informaciones objetivas sobre la realidad
contemporánea frente a la propaganda incesante del totalitarismo.

Forjar lazos con la Unión Europea y Canadá para presentar un frente
común ante la dictadura que presione en dirección de los cambios
democráticos y el respeto por los derechos humanos.

Ofrecerles ayuda generosa a los cubanos para cuando llegue la "hora
cero", de manera que la población pueda estar segura de que sus
condiciones de vida van a mejorar sustancialmente desde el momento en
que comiencen los cambios.

El desenlace

¿Cómo terminará la larga era del castrismo? Mi pronóstico es que, tras
la muerte de Fidel, Raúl Castro, o sus sucesores -dado que Raúl es un
anciano de 77 años-, ante el continuado desastre material del país, ya
sin legitimidad y carentes del aura protectora que proporcionan los
dictadores carismáticos -desde Franco a Trujillo, pasando por el
paraguayo Stroessner-, como sucedió en Europa del Este, y aún en la
España post-franquista, se verán obligados a afrontar el inapelable
desmantelamiento de un sistema disparatado en el que ya nadie cree. En
ese momento, quien ocupe el poder en La Habana tendrá ante sí dos opciones:

La primera, abrir el juego democrático ampliando los márgenes de
participación a toda la sociedad, incluidos los demócratas de la
oposición, como, grosso modo, ocurrió en Europa, aun a sabiendas de que
a medio o largo plazo perderán el poder, aunque ya saben que hay vida
después del comunismo, como se ha comprobado hasta la saciedad.

Y la segunda, hacer eso mismo, pero reservándose el control de las
Fuerzas Armadas para tutelar el proceso de cambios, como garantía de que
no se producirán revanchas, tal y como sucedió en Nicaragua tras la
derrota de los sandinistas o en Chile cuando Pinochet perdió el referéndum.

¿Qué sucedería si no ocurre nada de esto y el gobierno opta por mantener
el poder por la fuerza, en medio del descrédito del sistema y de la
inconformidad casi total de la población? Tal vez, entonces el desenlace
será violento e incontrolable. Un día, probablemente en los cuarteles,
un grupo de hombres armados intentará iniciar a tiros los cambios que el
gobierno, actuando irracional y cobardemente, se negaba a afrontar. A
partir de ese momento, cualquier cosa podrá acaecer, incluido el temido
y evitable baño de sangre que no se merecen los pobres cubanos tras
tantas décadas de sufrimiento y frustraciones. Esperemos que, al menos
por una vez, los cubanos actúen razonablemente.

Texto relacionado:

Entrevista a Carlos Alberto Monater "El cambio Invitable"

______________________________________________________________________________

Notas aclaratorias

(1 ) Al Magreb en 1963 para combatir a Marruecos en su guerra contra
Argelia; a Angola en 1975 para consolidar a la facción prosoviética tras
la retirada de Portugal, y a Somalia, al Ogadén, en 1977 para ayudar a
los comunistas etíopes dirigidos por Mengistu.

(2) Lo que sigue es una nota de prensa transmitida desde La Habana por
Martha Beatriz Roque Cabello el 28 de junio de 2008: Golpizas, arrestos,
pogromos, se intensifican en la capital cubana. Intento de opositores de
manifestarse pacíficamente en "La palaza de la revolución" abortado
violentamente por las fuerzas represivas con golpizas y detenciones.
Antecedentes: Nota de Prensa No. 20, donde se explicaba que de resultar
un engaño la visita que le iban a dar a Iris Pérez Aguilera,
continuarían la protesta en Ciudad de La Habana, por lo que salieron de
la prisión de Agüica en Colón, con destino a la capital un grupo de
disidentes formado por Jorge Luis García Pérez Antúnez, Iris Pérez
Aguilera, Ernesto Medero Rozarena, Yunieski García López, Lázaro Alonso
Román e Idania Yanes Contreras. Llegaron a la Habana sobre las 7 de la
noche y comenzaron a deambular por las calles, se dividieron en dos
partes. El plan que tenían era manifestarse en la Plaza de la Revolución
a las 7am del día 27 de junio, acompañados de otras personas de
provincia, de las cuales algunas llegaron y fueron detenidas, y otras no
pudieron llegar. En total están involucrados en los hechos, 25 personas
que se han podido detectar con sus nombres. Cerca de las dos de la
madrugada fueron detenidos en la intersección de Ayestarán, Infanta y
Carlos III. Se encontraban Iris Pérez Aguilera, Jorge Luis García Pérez
Antúnez, Yuniesky García López, Alcides Rivera Rodríguez, Guillermo
Fariñas Hernández, e Idania Yanes Contreras. Estaban rodeados; contaron
14 motos y 18 automóviles y detectaron un pequeño ómnibus blanco, marca
Mercede Benz con un rótulo del Palacio de las Convenciones que los
estaba filmando. De un auto marca Citroen color vino, chapa HDA975, se
bajaron varios oficiales, entre ellos una mujer y les dijeron que
estaban detenidos. Antúnez les preguntó qué cuál delito estaban
cometiendo para ser detenidos, que no estaban haciendo nada, que si por
las calles de Cuba no se podía caminar. Se abalanzaron sobre ellos y al
primero que le dieron y le hicieron llave fue a Yunieski García López,
que de una bofetada le partieron la boca. A los gritos de ¡Asesinos! de
las mujeres, dos oficiales vestidos de verde olivo, les taparon la boca.
El grupo salió del lugar en seis carros, un disidente en cada auto,
hicieron varias paradas y los redujeron a 5. A Guillermo Fariñas
Hernández, por orden de un teniente coronel de la Seguridad del Estado,
lo esposaron con las manos atrás y dos policías se le sentaron cada uno
en un muslo. Le estaban dando golpes y lo escupían, ninguno tenía puesto
la chapilla. En Santa Isabel de las Lajas se le entumeció el lado
izquierdo y le comenzó a dar dolor en el pecho y pararon para que una
doctora que iba en la comitiva le tomara la presión y le pusieron una
nitroglicerina debajo de la lengua. La doctora dio orden de que se
bajaran de encima de él, pero el teniente coronel llegó y les dijo: "No
se bajan nada, síganlo "apeñuncando" a ver si se muere. A Fariñas lo
condujeron hacia la Seguridad del Estado y el resto fueron dejados cerca
de sus casas. Por otro lado, dieron un Acto de Repudio en casa de
Belinda Salas Tápares sobre la 1 de la tarde y subieron a su casa 26
efectivos de la Seguridad del Estado con orden de registro y orden de
detención para: Carlos Michael Morales Rodríguez, Fidel Rodríguez
García, Freddie Joel Martín Fraga, José Alberto Ocaña Salcines, Ernesto
Medero Arrozarena y a Belinda Salas Tápanes. Javier Sol Díaz junto con
Lázaro Joaquín Alonso Román, están desaparecidos ya que desde las 7 de
la mañana llamaron por teléfono a Belinda que iban para su casa y no
llegaron. Hubo también detenciones alrededor de la casa de Martha
Crespo, en calle 15, entre 10 y 12 en el Vedado. De allí un grupo de
disidentes salió a las 4 am de la mañana: Carlos Cordero, Amado Ruiz
Moreno, Blas Fortún Martínez y Ramón y Andrés de Colón, Matanzas, (se
desconocen sus apellidos) Donaida Pérez Paseiro, Alicia Martínez
Guevara, Alejandro Gabriel Martínez Martínez, Julio Columbié Batista y
Jorge Prieto Rodríguez. De algunos de ellos se desconoce su paradero.

(3) La última de esas encuestas fue realizada clandestinamente en abril
de 2008, abarcó un universo de 587 personas, y la pagó el Instituto
Republicano Internacional.

(4) Una buena descripción de esa actitud aparece recogida en la
siguiente crónica del corresponsal del diario español El País en La
Habana: Mauricio Vicent, "Oficio para listos". El País, Madrid, 1 de
julio 2008. En Pinar del Río circulan alrededor de 450 camiones y
furgonetas privadas que consumen diesel. Pero en esta provincia cubana,
con una población de 730.000 habitantes, sólo se venden 60 euros diarios
de este combustible en la red de gasolineras del Estado. El dato lo
divulgó el 16 de junio el semanario Trabajadores junto a esta tierna
coletilla: "los especialistas razonan que detrás de esa gran
incoherencia puede haber delito".
Un mes antes, el diario Granma ofreció una detallada información sobre
la crisis de la fábrica de conservas La Conchita. Fundada en 1937, en
sus buenos tiempos La Conchita llegó a procesar 28 toneladas de tomate y
18 de guayaba por campaña, pero de pronto los cubanos se enteraron de
que la isla importaba coco de Sri Lanka, guayaba de Brasil y tomate de
China. ¿La causa? La incapacidad de las empresas agrícolas estatales de
suministrar a la industria del enlatado frutas y verduras que en muchas
ocasiones se pudren en los campos. En La Habana existen 12.000
contenedores de basura. Pero hacen falta 18.000. El problema es serio,
pues cada año 1.000 de estos depósitos "quedan inutilizados", decía
Granma el 14 de abril. Una de las razones principales es que la gente
roba las ruedas de los contenedores para hacer carretillas –en las
ferreterías estatales no se comercializan ni carretillas ni este tipo de
ruedas, y cuando se venden es a precios muy elevados -. El diario
informó de que en los últimos meses han sido decomisadas "un grupo de
estas carretillas" y que "a sus dueños les fueron impuestas severas
multas". Sólo con recuperar algunas de las noticias que divulga la
controlada prensa oficial, uno puede hacer una radiografía bastante real
de Cuba y de sus males "estructurales" y económicos. A las informaciones
sobre "desvío de recursos" y "faltantes" escandalosos - es decir, de
robos -, se suman las de ineficiencias y dejadeces múltiples, junto a
otras curiosidades económicas.Por ejemplo, únicamente en Cuba existen
'profesiones' como la de "vendedor de jabas" o la de "menudero". En la
isla llaman 'jabas' a las bolsas de plástico, y como en muchas tiendas
estatales y agromercados no las hay, son legión los que venden las
consabidas 'jabitas' a las puertas del establecimiento - en muchas
ocasiones suministradas por los propios dependientes -, a un peso cubano
la unidad. Lo publicaba Granma en su sección 'Cartas a la dirección' (16
de junio), y una semana más tarde, en la misma página otro cubano
criticaba a los que se dedican a cambiar dinero 'menudo' en las paradas
de guaguas con comisiones leoninas.
Ocurre que el precio del pasaje de los autobuses chinos que ahora
circulan por La Habana es de 40 centavos, pero como los chóferes no
llevan cambio al usuario que no tiene monedas no le queda más remedio
que depositar en la alcancía el peso completo. Algún listo inventó el
nuevo negocio: cambiar a pie de 'gua-gua' los billetes de peso por
ochenta centavos en menudo, y así gana todo el mundo. En otro articulo
titulado "Asedio a las torres", el diario Tribuna denunciaba en marzo
que "elementos inescrupulosos arremeten" contra las torres de alta
tensión para sustraer los angulares de hierro de su estructura. Dada la
escasez de estos materiales, estas piezas 'resuelven' a herreros y
particulares, pero las torres "canibaleadas' se debilitan y se teme un
desastre. La columna "Acuse de recibo", de José Alejandro Rodríguez, en
el diario Juventud Rebelde, se ha convertido en una página catártica, a
la vez que un collage realista y demoledor de la situación a la que se
ha llegado en Cuba debido al estatismo excesivo y la consabida
burocracia. En febrero, Rodríguez cuenta el caso de un hombre al que se
le rompen las gafas y acude a una óptica estatal. Hizo su buena cola, y
cuando llegó su turno el dependiente le dijo: 'no se los puedo aceptar
porque no están rotos'. La pata pendía de casi nada, pero de acuerdo con
las orientaciones no se podían recibir. Entonces, el hombre le pidió los
espejuelos al dependiente, les arranco de cuajo la canija pata, y le
preguntó: ¿Ahora están en condiciones?". El empleado asintió y "en cinco
minutos se los arreglaron por sólo cinco pesos".
En un programa radial, el teniente coronel de la policía Ángel Díaz dio
a conocer la reciente "desarticulación" de una fábrica clandestina de
latas de leche condensada, uno de los muchos productos deficitarios en
Cuba. El 17 de junio, Granma publicó que como parte de una "ofensiva
contra las indisciplinas sociales" fueron cerrados en La Habana 13
talleres y 10 almacenes clandestinos en La Habana, en un operativo
policial en el que "se incautaron 1.938 platos, 1.575 pozuelos, 2.049
pinzas para el cabello, así como maquinarias para la fabricación de
objetos de plástico y aluminio". Fueron abiertos diez expedientes
judiciales por "actividad económica ilícita" y a 50 implicados se les
impuso multas entre 500 y 200 pesos cubanos (entre unos 20 y 83
dólares). Un economista cubano, al conocer la noticia, comentó: "no se
pueden consentir las ilegalidades, pero alguien debería analizar porqué
el Estado no es capaz de producir y resolver necesidades que los
particulares resuelven con medios precarios. A esta gente, después de
multarlos habría que condecorarlos y dejarles abrir una pequeña empresita".
Las declaraciones críticas de importantes dirigentes del Gobierno o del
Partido Comunista de Cuba (PCC), destacadas cada vez más por la prensa
cubana, también son reveladoras de la situación real del país. El 8 de
junio, al informar de un encuentro del vicepresidente Carlos Lage con
los presidentes de los 169 municipales del país, Juventud Rebelde citaba
estas palabras suyas al referirse a la baja productividad y calidad de
la construcción de viviendas: "la primera tarea de un jefe es que no le
roben".Un día después, Granma informaba de una "asamblea de balance" del
PCC en la provincia de La Habana. La miembro del secretariado del Comité
Central Maria del Carmen Concepción llamó a los militantes a trabajar
"con urgencia" por lograr "resultados superiores en la economía", y
pidió no repetir los "errores" del pasado. "O resolvemos los problemas,
o destruimos la revolución que tanta sangre y sudar ha costado", dijo.
En la misma asamblea fue destituido el máximo responsable del PCC en la
provincia Habana, Iván Ordaz Curbelo, "por cometer errores e
indisciplinas incompatibles con sus responsabilidades". Al parecer,
entre los "errores" de Curbelo figura alojar en una casa oficial en la
playa a un familiar cercano, emigrado años antes a Estados Unidos,
mientras estaba de visita en la isla. Por supuesto, de esta versión no
salió en la prensa ni una palabra. Pero ni falta que hacía; con lo que
se publica, basta: ahí está, con datos oficiales, la magnitud del reto
que tiene ante si la revolución y el gobierno de Raúl Castro.

http://www.cubanet.org/CNews/y08/julio08/07_julio_inter1.html

No comments:

Post a Comment