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Sunday, February 03, 2008

LA DEMOCRACIA NO DESCONOCE SUS ERRORES

LA DEMOCRACIA NO DESCONOCE SUS ERRORES
2008-02-03.
José Vilasuso

(No hay sustituto para la Verdad.)

Una vez don Ricardo Alarcón, creo que también el coime Pérez Roque, y
por supuesto desde antaño, allá por los sesenta el Gran Chef estelar,
luego convertido en cronista deportivo, y por fin en capilla ardiente,
han sostenido que la democracia es asunto bien conocido en el pasado cubano.

Presumo que se refieren al período anterior al 59 renegando de todo
adelanto legal, socioeconómico, y en su lugar exagerando los
acontecimientos de seña opuesta. La historia nos resulta familiar.

La repetición de tan apretado compendio de la historiografía nacional
viene como anillo al dedo gordo del pie de cualquier internacionalista
"experto" en nuestra tierra, después de haberse grabado tres o cuatro
discursos o el mismo, el mismo número de veces, y voceado por ese
personaje en payamas que todos conocemos.

Quienquiera que desee aplaudir y aceptar por verídico todo lo que le
digan, y si lo dicho consiste en cacarear que éramos un país de
prostitutas para diversión de los americanos, y unos cuantos ladrones en
el poder, todavía se le reduce más y mejor la cosa.

No tiene que trabajar demasiado, se evita contratiempos y tendrá que
pensar mucho menos, bastante menos. De esta manera no hace falta revisar
un libro de Ramiro Guerra, Calixto Masó o Levi Marrero. No; porque
cuando la intención de mala leche impera, toda calumnia se digiere como
la fibra de la medicina verde.

La gravedad de estas acusaciones gratuitas se remonta al rescoldo
subterráneo que buena parte de la especie esconde y si viene al caso,
-sin mayor riesgo- lo vomita en plaza pública sin empacho. Ese lenguaje
no fundamentado, ligero, y disolvente, sigue penetrando en disminuyentes
elementos del patio, y en personalidades foráneas de bien aupado realce,
y no menos reconocimiento. Lo admito. Lo cortés no quita lo valiente.
Pero hasta aquí llegamos, puesto que la trayectoria de ningún pueblo
joven o lo contrario, es tan esquemática. No lo ha sido jamás. Veamos.

Remitidos al interregno 1944 – 52 ya referido en materiales anteriores,
es la premisa indispensable para describir con puntería mínima la
trayectoria de nuestra vida republicana más reciente, y hacerse buen
merecedor de un aceptable crédito general.

No ponemos en tela de juicio la actuación, a grandes rasgos, de aquellos
gobernantes que, en ningún momento fue perfecta. Caray, es que tampoco
conozco un sólo caso de conducta colectiva químicamente pura desde la
época de los Siete Sabios de Grecia, y sin dejar de lado a Pericles o a
César.

Ahora bien, un poco de calma, el entresuelo que escapa a la retícula de
referencia, proyecta recordados adagios que no menos deben dejarse de
lado. Es que los errores, defectos y desafectos no sólo hay que
reconocerlos, sino que pasan por derecho propio a integrar el acervo
premiado por la madre experiencia. Conservan un valor incalculable.

Es el retrato de la realidad y el pan que llamamos pan, y el vino que
llamamos vino. Su acumulación y continuo barajeo en la palestra pública
configuran la zona negativa que nunca se puede perder de vista so pena
de autoengaño. Si ocultáramos nuestras lagunas, estragos y desvergüenzas
gravitantes del ayer, desperdiciaríamos una imprescindible cantera de
formación y entendimiento de la dinámica que las procrea.

El desplazamiento diáfano y total de toda conducta negativa es otro de
los privilegios aprovechables de un proceder entero y proclamado en alto
tono de voz. Ventaja del sistema democrático que lejos de encubrir,
ocultar o distorsionar la verdad, la arropa como parte de sus
obligaciones cotidianas difundiéndola sin ambages.

La democracia puede hacerlo porque la misma se consolida y gana con
reconocer aquélla por dura, amarga y deprimente que nos parezca. Así se
demuestra la sinceridad, el valor y el respeto a la verdad. La verdad a
veces hiede. Pero los hombres que se acostumbran a encarar su suerte,
sea cual sea, adquieren la mejor dosis de confianza en sí mismos, y con
tales dotes se forjan los colectivos de membresía bien formada y buenas
lecturas.

La cuestión que nuestras no tan malqueridas autoridades, no parecen
haber captado al vuelo de pájaro, es que la médula de la conducta
humana, -incluyendo la política-, no se entarima en lo que yo estimo,
quiero, o tal vez me convenga, a corto o largo plazo exponer. A la
reversa, todo propósito nacional debe afincarse en la búsqueda
incansable de lo seguro, transparente y contundente.

En el suceso en toda sus estructuras, caras, y batir de alas. Ninguna
otra meta la superará, pues su tecla traba la sintonía entre los
acaecimientos y las descripciones correspondientes. La concordancia
entre lo que sucede y lo que se dice. Lo que se piensa y lo que se hace.
Lo posible y lo comprobable.

Es la mecánica más recomendable para granjearse la opinión pública que,
a la larga sólo acuña lo dictado por su juicio libre. Las consecuencias
entonces arrojan los resultados apetecidos; o la sorpresa, ya que no hay
vida pública o privada confiable sin lo imprevisto, el riesgo
inseparable de la libertad.

En otros términos, la apuesta por la quiniela. Porque de lo contrario le
sustraeríamos a los hombres la sal y la tierra; la tierra y la sal de
todas sus posibilidades que, en menor o mayor escala siembran en la vida
la variedad, la entereza, y la esperanza.

Demás está añadir que este concepto arranca con Sócrates, permanece
fresco y se cuece en las mejores cabezas de la especie hasta nuestros
días. Basta abrir al tun tun unas páginas de internet o un periódico de
cualquier país de América menos Cuba, y se comprobarán las noticias
referentes a escándalos financieros, lavados de dinero, aberraciones
sexuales, crímenes horrendos, etc sin cuya disponibilidad no estaríamos
al corriente e inmersos de manera meridiana en el acontecer mundial.

No se asusten. No nos llamemos a engaño. Tal es el mundo. Esos son los
hombres. Todo quehacer humano contiene sustancias medulares - dulces,
insalubres y agrias - hasta cuyas raíces profundas tenemos que
escudriñar con ahínco si seriamente se desea superar y explicarse las
lagunas, los estragos y las desvergüenzas.

II

La política –en cambio– suele aquilatarse bajo signo incompleto. En el
terreno de los hechos no persigue el encuentro con la espina dorsal de
la musculatura popular, la verdad profunda. Sino que más bien se queda a
nivel de superficie.

Sus oficiantes suelen tener mucho de aparatosos y simuladores por
encomienda. Se especializan en el mando, ocupar sus puestos; en otras
palabras en mitad del camino, o en el umbral de la puerta. Raras veces
entran y se sientan en la sala para palpar lo que hay dentro de la casa.

Ahora bien, el político no tiene que proceder fatal e inexorablemente de
esta manera. El hombre público tiene a la mano su áncora de salvación.
Se llama la libertad, y consiste en servirse de las instituciones y
mecanismos aptos para descubrir y postular la verdad por todos los
predios comprendidos en la palestra ciudadana. Toda aportación se debe
aquilatar, jamás esquivarla. A nadie trancarle la puerta, ningún parecer
es desechable. Todos tenemos derecho.

Como consecuencia en aquellos tiempos en que rigió la Constitución de
1940 el gobierno no protagonizaba de forma monopólica ese diario
acontecer ciudadano; puesto que el derecho a la libre expresión
garantizaba a opositores, periodistas, colegios profesionales,
sindicatos, universidades, artistas, amas de casa, etc, su objeción,
consejo, participación, disentimiento y en suma protestar, probando el
sentir general del país en el pizarrón neónico de sus componentes, y
dando así paso al flujo y reflujo de las controversias y litigio en
perenne e incansable renovación.

Si escarbamos en la memoria colectiva de aquel período legalista
saltará a relucir que ese perfil tan apretado y simplón de nuestro
pasado, que unos extranjeros alegremente repiten, es sólo parte mínima
de las imperfecciones y calamidades que se combatieron denodadamente, en
los discursos orales o escritos, por ejemplo, de Roberto Agramonte, Pepe
Pardo Llada, Agustín Tamargo, Carlos Márquez Sterling, Pelayo Cuervo,
Andrés Valdespino, Miguel Angel Quevedo y tantos otros que sería prolijo
enumerar aquí.

Esos periodistas, profesores, abogados, locutores radiales o bembones de
la esquina, pusieron en conocimiento de todo el país lo mejor de su
repertorio. Con la particularidad de que al denunciar los malos manejos
públicos, ceñían su dialéctica a módulos concretos y sabían cuidar su
prestigio. No eran lerdos. Entre otras razones, porque la contrapartida
oficial podía ser fulminante, dar al traste, y hacer trizas las
acusaciones y denuncias no debidamente formuladas.

Había que ser prudente, no era aconsejable lanzar la bola sin medir sus
repercusiones. Ninguna protesta se debía dejar caer, porque el costo de
los resbalones y ambigüedades podía ser elevado. Ellos, gobierno y
oposición, echaban un pulso de igual a igual; frente al espectador de
ojos abiertos y tomando constantemente apuntes mentales o a lápiz no labial.

Lo susodicho acontecía en un régimen pluralista y a la postre los
participantes estaban obligados a reconocer y proclamar lo verídico. La
pelea de entonces la ganaba el que pudiera probar y convencer a la
audiencia de estar en lo correcto. Se jugaban el todo por el todo. En su
sufragio figura el sacrificio de Eduardo Chibás ante las cámaras de T.V
en 1951 al no poder demostrar sus inculpaciones contra el ministro de
Educación doctor Aureliano Sánchez Arango.

El desenlace doloroso de aquel aldabonazo quedó a disposición del pueblo
para quien nada permaneció en la penumbra ni entre telones. Aquella vez
la parcialidad de una querella resultó compensada con la contraparte
demoledora y sangrante. Ah, es que el derecho como la justicia tienen
una venda en los ojos. La ley no le vuelve la mirada a ninguna víctima.
Fue un precio alto en tributo a la verdad. La verdad no pertenece a
nadie en particular; sino a todos.

III

La búsqueda incansable de la certeza envuelve la comprensión de todo
acontecimiento humano, sin exclusiones, y la veta cívica no puede
escapar a esta dialéctica. Más claro ni el aire.

No es posible escatimar esfuerzos ni recursos, si se trata de dar con la
esencia de los problemas. La riqueza superior y gobernabilidad más
fructuosa consisten en aprovechar lo aprovechable y prometer lo posible,
emprenderlo, y reconocer errores; esto último no corre exclusivamente a
cargo del gobernante. Para ello se reservan esas instituciones democráticas.

Lo contrario es ilusorio y los cubanos hemos mamado demasiadas utopías,
mesianismos, hombres providenciales, carismáticos, y discursos
gradielocuentes con cifras que no permiten descuentos. El dilema
planteado en 1959 no era para romperse el morrocoyo ensayando sustitutos
de la libertad ya conocidos desde la época de Dionisio el Joven y
Dionisio el Viejo que naturalmente terminaron en el fracaso. A todo
tirano, farsante o payaso, tarde o temprano o temprano o tarde se le cae
la careta y despinta la caricatura.

Hoy aun vivimos con un pie en la retranca, pero se resbala, y pronto
acabará por desprenderse. La inclinación irremisible al cambio va
agudizándose por momentos, por minutos, segundos. Y su mecánica responde
a que el régimen desde su surgimiento cuando contaba con la mayoría de
la opinión pública, se afincó en el engaño, el compromiso incumplible, y
se alejó de la realidad.

Con razón las armas defensivas de aquella cantaleta y chunga se llaman
calumnias, subterfugios, denuestos, hipocresías hasta romper la balanza
y crear la más estéril división entre cubanos. Es que se sirvieron de un
lenguaje de grueso calibre para asuntos más sencillos.

Otra vez los pájaros muertos a cañonazos. La amenaza sin justificación.
La tragedia griega interpretada por Chicharito y Sopeira. Era tanto el
dramatismo, la emulación del pasado glorioso que se intentó escenificar
que, al final de la perorata demagógica, asomaba tanto la burla
sarcástica del gallinero como el rictus pérfido del engaño. Hubo mucho
de ambas cosas.

Para comprobarlo hagamos un ejercicio de memoria. Cito: "vamos a
producir más leche y más mantequilla que Holanda, vamos a pagar mejores
salarios que en los Estados Unidos, exportaremos la mejor mayonesa del
mundo; vamos a criar millones de cerdos y abasteceremos de manteca a
todo el tercer mundo…"

No es necesario citar al autor de tan exagerados, prolongados y
despampanantes discursos. Y este otro más concreto y circunspecto:
"todos los cubanos van a tener una casa, un carrito, y diez mil pesos en
el banco," era el acento imborrable del Che Guevara.

La viabilidad de charlatanería y verborrea tales condujo de la mano a
las evidencias del presente, puesto que el gobierno cubano desde su
asentamiento en el poder, desconocía las funciones correspondientes al
resto de las instituciones, individualidades y conglomerado social. A
nadie tomó en cuenta y sólo exigía incondicionalidad.

Creyéronse abarcadores y única voz de un tejido plural. Ese gobierno
nunca buscó la verdad. Al atribuirse la totalidad de la nación
manipulaba de manera fatal, desastrosa la información. Había convertido
el medio, es decir el poder en fin. Su único fin, perpetuar el poder. Y
el poder operpetuo se gasta y termina disolviéndose.

Ahora comprobamos con mayor claridad porqué Alarcón, Pérez Roque, y el
gran timonel de la nave al garete, han dicho y repetido que la
democracia es asunto bien conocido del pasado cubano. Ellos jamás
estuvieron capacitados para gobernar a la República respetando los
derechos ciudadanos.

De ahí el terror a la libertad de expresión pilar cimero de la
democracia e hilo conductor de la verdad. Esa verdad que no es tuya ni
mía; sino del consenso integrado por todos los hombres libres.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=13766

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