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Monday, November 26, 2007

La máscara del anticastrismo

Publicado el lunes 26 de noviembre del 2007

La máscara del anticastrismo
ALEJANDRO ARMENGOL

La próxima vez que usted tenga que llenar el tanque de gasolina, y
piense que está pagando un precio excesivo por el combustible, no tiene
que perder mucho tiempo buscando el culpable: el presidente George W.
Bush. Olvídese de lo que oye a diario sobre la OPEP, el crecimiento de
la economía china y la maldad del presidente venezolano Hugo Chávez.
Bush y su equivocada política internacional son los principales
responsables de la inseguridad en el Oriente Medio, un hecho que sirve
de pretexto para justificar el alza en el crudo.

En Miami es preciso ir un paso más allá. Eche a un lado todo ese
discurso anticastrista, que a diario repiten las emisoras radiales. No
haga caso de la vocinglería armada alrededor de lo que ocurre en
Venezuela. Sus problemas son otros y muy reales. Tienen nombre y
apellido: el alza de los alquileres, la disminución de los ingresos, los
ya mencionados costos del combustible, las dificultades para que sus
hijos puedan alcanzar una enseñanza universitaria, las trabas
migratorias y el deterioro de la enseñanza.

La lista es aún mayor. Bastan unos pocos ejemplos. Ni uno solo puede ser
achacado a la permanencia en el poder de Fidel Castro y a la gestión de
Chávez en Venezuela. El gobernante interino de Cuba, Raúl Castro, no ha
determinado en lo más mínimo el alza de las matrículas universitarias.
Evo Morales no tiene que ver --se lo aseguro-- con el aumento de los
seguros en la Florida. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha sido
incapaz de influir en el costo exorbitante del litro de leche en los
supermercados. Ni Argentina ni Nicaragua son culpables, en medida
alguna, de que hace un año usted disponía de más dinero en su billetera.
Al presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, se le pueden echar
en cara diversos problemas en el manejo de la política en la Península,
pero ninguno de ellos ha contribuido a que en estos momentos su cuenta
de electricidad sea más elevada que hace un año.

Si ninguno de estos factores determina su bienestar diario, ¿por qué
tiene que tenerlos en cuenta a la hora de elegir a nuestros
representantes en Tallahassee o en Washington?

La pregunta anterior lleva a otro cuestionamiento: ¿Qué justifica que
los legisladores por el sur de la Florida se preocupen tanto por lo que
acaece en Cuba y Venezuela, y tan poco por lo que sucede en Miami?

Durante muchos años y en el sur de la Florida, a los legisladores
estatales y nacionales cubanoamericanos les ha sido suficiente una
agenda anticastrista estrecha para llegar al poder. Lo demás ha quedado
a cargo de una maquinaria política simple, pero efectiva: apelar a los
residentes de edificios del Plan Ocho, montar en autobuses a los
ancianos que almuerzan en comedores para personas de bajos ingresos y
movilizar a simpatizantes con una fe ingenua en que los políticos de
origen cubano iban a contribuir al fin de Fidel Castro.

Luego, tras el triunfo en las urnas, estos legisladores se han limitado
a las socorridas declaraciones contra La Habana, alguna que otra
presentación populista en favor de la inmigración controlada y a una
presencia casi constante en una radio complaciente. Han fracasado tanto
en el avance de la democracia en Cuba como en el mejoramiento del nivel
de vida de sus electores, pero han permanecido ajenos al ejercicio
elemental de una rendición de cuentas; su falta de eficiencia puesta a
salvo gracias a una retórica oportuna.

No es difícil denunciar esta ineficiencia, salvo que la crítica tiene
que ser hecha en Miami. Por lo pronto, basta una pregunta simple: ¿Ha
influido en alguna medida la existencia de legisladores como Mario y
Lincoln Díaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen en el supuesto fin del
castrismo? A los fines de una oposición efectiva al régimen imperante en
Cuba, es fácil eliminar esos nombres. Más allá de la retórica radial, su
influencia en el destino de la isla es nula. Cero. Son los legisladores
del tiempo perdido, la torpeza y el desatino.

Mientras tanto, con su voto en la nación estos legisladores han
favorecido --y otros similares a ellos han hecho lo mismo en la capital
de la Florida-- los planes del Partido Republicano y los intereses
especiales que contribuyeron monetariamente a su triunfo.

Llama la atención que en una ciudad que tiene algunos de los peores --o
muy cerca de los peores-- indicadores nacionales en deserción escolar,
elevados precios de alquileres, excesivos costos de salud y porcentajes
de personas sin seguro, estos legisladores hayan logrado sobrevivir en
sus cargos sin tener que explicar nunca su participación en los
proyectos destinados a mejorar el nivel de vida de la población más
necesitada, incrementar los planes de asistencia a quienes carecen de
servicios médicos y hacer al menos algo en favor de los centros
educacionales públicos. Si Miami no está en una situación aún peor, es
porque siempre se ha beneficiado de la entrada de capitales provenientes
de Latinoamérica --un continente entero en función de una ciudad,
aportando millones de dólares--, residentes capacitados educacionalmente
y una fuerza de trabajo en general dispuesta a ganarse la vida
soportando condiciones laborales mucho peores que los estándares
establecidos en esta nación. Un bilingüismo que ha sido al mismo tiempo
una salvación y un freno, una mirada atrás que ha facilitado la
aceptación de una situación de desventaja respecto a los nacidos aquí y
una disposición al sacrificio que sólo se adquiere tras el abandono del
lugar de nacimiento.

Estamos a las puertas de un proceso electoral que puede poner fin a esta
demagogia acumulada durante años. Es hora de pensar en los problemas que
afectan a esta comunidad. Considere el precio del galón de gasolina, la
falta de seguro médico para los niños, el costo de los alquileres. Eso
son algunos de sus problemas. Los que lo afectan a diario. Los que
definen su vida.

aarmengol@herald.com

http://www.elnuevoherald.com/opinion/story/121704.html

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