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Monday, November 26, 2007

Entre la obsesión y la estrategia

25 de noviembre de 2007

Entre la obsesión y la estrategia


Por Pablo Alfonso / Diario Las Américas

Alguien ha dicho que el dictador cubano Fidel Castro es el primer
fidelista del mundo.

Es una buena frase. Define no sólo el carácter del dictador, sino el
lugar que, en la escala de prioridades de Castro, ocupa "su obra"
revolucionaria.

"Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada", no fue una
afirmación coyuntural, que pronunció hace cuatro décadas ante una
aturdida audiencia –entre temerosa y nostálgica- de intelectuales cubanos.

Esa es su máxima política cotidiana. Para Castro ha sido siempre una
constante, aunque casi medio siglo de revolución nos impide a veces
identificarla.

Se requiere de ciertos repasos históricos para reconocer que, lo que en
ocasiones calificamos de obsesión, no es más que la reiteración de un
objetivo estratégico de preservar "su obra", la revolución cubana.

Utilizando una discutida metáfora del ex-presidente argentino, Carlos
Menem, las "relaciones carnales" entre Cuba y Venezuela, son un buen
ejemplo de cómo el castrismo trabaja en su conservación.

El asunto viene de lejos. Cobró auge a mediados de los 60, cuando Castro
fomentó la subversión en América Latina y la apoyó y sostuvo en Africa.
Eran los tiempos en que Cuba entrenó a centenares de guerrilleros
latinoamericanos y por los centros de inteligencia y subversión cubana,
pasaron miles de militantes revolucionarios, iluminados por la redención
social.

Castro fue visto entonces, por toda esa variopinta legión de
revolucionarios que parió la Era, como el gran líder revolucionario
dispuesto a darlo todo por la revolución latinoamericana. El ejecutor
del sueño de Bolívar, Martí y otros procures, que tantos desvelos,
nostalgias y quebraderos de cabeza le han propinado a la región.

Una visión heroica. La verdad histórica es otra. La solidaridad cubana y
su internacionalismo proletario no fueron más que la cortina de humo que
envolvía otra realidad: preservar la revolución cubana.

La tesis atribuida al Che Guevara de "crear dos, tres, cuatro, hasta
cinco Vietnam" no fue más que la táctica coyuntural para alejar de Cuba
la atención del mundo democrático y de Estados Unidos, creando focos
desestabilizadores en la región, que contribuyeron así a garantizar "la
raíz del mal".

Fue también la respuesta de Castro a la decisión soviética de retirar de
Cuba los cohetes nucleares que apuntaban a Estados Unidos, para
garantizar "su obra" revolucionaria. Su manera de "pasarle la cuenta" a
Jruschov; de aguarle la fiesta de la convivencia pacífica con Estados
Unidos, al "Nikita mariquita" porque "lo que se da, no se quita".

Una pataleta y un despecho en medio de aquel mundo complejo de
divisiones ideológicas entre soviéticos y chinos.

Venezuela es quizás el ejemplo que mejor lo explica. La estrategia de
los muchos Vietnam se adoptó en la Conferencia Tricontinental celebrada
en La Habana en enero de 1966. Se trataba, en esencia, de garantizar la
revolución cubana, fomentando otras revoluciones en América Latina.

En julio de ese mismo año desembarcaron en Venezuela, el entonces
capitán Arnaldo Ochoa y otros catorce militares cubanos para
incorporarse a las guerrillas que dirigía en las montañas de Falcón, el
venezolano Douglas Bravo. En mayo de 1967 un segundo desembarco,
organizado personalmente por Castro, concluyó en fracaso en las arenas
venezolanas de Machurucuto.

Meses después culminaba también en fracaso la aventura guerrillera del
Che en Bolivia. La tesis de los focos guerrilleros sólo se mantuvo, a
duras penas en Centroamérica.

Aquella táctica fracasó por varios motivos, pero no hay espacio en esta
columna para analizarlos en detalles. Vale la pena señalar dos puntos:
La presión soviética, opuesta al experimento guerrillero, y la Madre
Naturaleza. No es lo mismo hacer la guerra en los bucólicos montes
cubanos, que en las intrincadas selvas amazónicas. Las montañas de la
Sierra Maestra son simples lomeríos comparadas con las alturas y los
picos de Los Andes. Lo único que tienen en común los guajiros cubanos
con los indígenas amazónicos y los campesinos andinos es su condición
humana. No comparten su miseria ni su idiosincracia.

Cuarenta años después de la fracasada táctica guerrilla, la estrategia
de los muchos Vietnam permanece en pie. Para la nueva subversión se
utilizan misiones médicas y proyectos educativos. Un cambio de táctica
para alcanzar el mismo objetivo estratégico: garantizar la revolución
cubana.

Castro descubrió al coronel Hugo Chávez y lo convirtió en su peón: Lo
utiliza hoy, como lo hizo entonces con los dirigentes revolucionarios de
la izquierda latinoamericana que soñaron con el triunfo de una
revolución armada.

Hace algunas semanas que el canciller Felipe Pérez, usó como escenario
la Asamblea General de Naciones Unidas, para insinuar una posible
confederación política entre Cuba y Venezuela. Pérez, no se caracteriza
precisamente por su independencia de criterio; es un hombre de Castro,
mejor dicho: su eco.

Lo que dijo en Naciones Unidas ya lo había dicho Castro el 24 de enero
de 1959 (casi medio siglo atrás) ante el Parlamento de Venezuela en Caracas:

"Cuba quisiera ser —y ese es su sentimiento— parte de una gran nación,
para que se nos respete, no sólo por nuestra unidad, sino por nuestro
tamaño también… hasta en Europa, que siempre ha vivido tan dividida y en
guerras constantes, hay una tendencia hacia la unión de países que son,
sin embargo, de razas distintas. Creo que vale la pena sacrificarse por
las cosas grandes, que todos los políticos, los revolucionarios de
América nos sacrifiquemos por cosas grandes, que pongamos la vista en
fines más altos" dijo Castro.

¿Le suena familiar ese lejano discurso?

pabloalfonso@comcast.net

http://www.cubanet.org/CNews/y07/nov07/25o10.htm

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