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Monday, November 05, 2007

Derechos humanos

5 de noviembre de 2007

Derechos humanos
MERCEDES SOLER


Mucho se oye hablar de los derechos humanos. La frase casi se ha
convertido en cliché, en una idea abstracta que nos garantiza igualdades
y en la que poco pensamos en Occidente porque no tantos necesitamos
acudir a ella. Esta semana me di por tarea leer los treinta artículos de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos, redactados por la
Asamblea General de las Naciones Unidas en el 1948. Es un documento
simple, que va al grano y que, a pesar de haber sido adoptado por la
mayoría de los países desarrollados, sigue siendo comúnmente obviado.

Lo hice tras leer el artículo en este periódico el martes pasado
titulado Entregan la Medalla Presidencial de la Libertad a Biscet. Pensé
en el médico cubano Oscar Elías Biscet, no por primera vez, y lo que
representará para su alma este reconocimiento. Traté de imaginar su
rostro al recibir la noticia dentro del entorno en que la acogería.
Aunque en una época visité un puñado de prisiones para realizar
entrevistas, inclusive prisiones de máxima seguridad, en EEUU y América
Latina y todas son terribles, no logro imaginar el Combinado del Este.
Es ahí donde se encuentra recluido Biscet. Me vienen a la mente las
imágenes tétricas del documental Nadie escuchaba y otras fotos de dedos
huesudos que suplicaban por las rendijas de celdas tapiadas, gavetas de
castigo infrahumanas, que se tomaron en una cárcel vieja, mohosa y
hedionda que ni siendo demolida dejaría de representar tanta tiranía. Me
estremece componer el cuadro de este médico enfermo en tan asfixiante
panorama, precisar lo que debe ser hoy su apariencia desnutrida,
producto del abuso constante, arbitrario e injustificado impuesto no
sólo a él, sino a tantos hombres y mujeres cubanos que únicamente buscan
hacer cumplir lo que es su derecho.

Porque el Dr. Biscet sólo me lleva unos cuantos años de edad no se me
hace demasiado difícil identificarme con su causa y con su caso. Sí me
costaría ponerme a su altura. Me desconsuelan las preguntas que su
figura exige extraigamos de nosotros mismos. ¿Tendría yo el coraje, la
tenacidad, el convencimiento para sacrificar mi salud, mi bienestar y el
de mi familia en una lucha por mis derechos humanos? ¿Hubiese estado
dispuesta a enfrentarme al aparato represivo de un gobierno comunista
para denunciar abusos laborales y prácticas médicas que discrepan con mi
ética moral? ¿Me atrevería a crear una fundación que abogue por la
democracia en un país que se ha olvidado de soñarla? La respuesta
sincera es no. Ni soy tan valiente ni tan abnegada. Especialmente
analizado desde fuera, desde el punto de vista de mi vida bella, alegre
y hasta cierto punto fácil. ¿Para qué ponderar el aislamiento, el
hambre, los ideales ante un atropello a la dignidad del hombre, por muy
descarnado y desolador que sea el caso, si no me toca más de cerca?

No pretendo responder a mis propios planteamientos retóricos. Sólo puedo
admirar, desde mi comodidad incómoda, la integridad de hombres libres
como el Dr. Biscet, reverenciar el valor de nuestros guerreros pacíficos
para impartir lecciones, ilustrar sinrazones y despejarnos el camino al
resto, las masas, los despreocupados.

El Dr. Biscet ha dicho que practica las teorías expuestas por el Dr.
Martin Luther King Jr., el Dalai Lama y Gandhi. Al igual que Gandhi se
ha enfrentado a poderes malvados con desgastadoras huelgas de hambre,
utilizando su cuerpo como escudo ante la infamia. ¿Y para qué? No lo
hizo para recibir la más alta condecoración que le entrega el gobierno
de los Estados Unidos a un civil. Ni para que sacaran su foto en la
primera página de un periódico. Desafió a un gobierno entero porque está
en su derecho.

No debe ser fácil estar atado a tan fuertes convicciones; abogar no sólo
por uno mismo o una idea, sino por los derechos de todo un pueblo. Mucho
menos cuando tantos que se beneficiarían de sus gritos de libertad ni
los entienden, ni los apoyan, ni los reconocen; y aún sabiéndolo no
permitirse claudicar.

La esposa de Biscet recibió noticia de la distinción otorgada al médico
en la Casa Blanca y agradeció el ''reconocimiento a nuestros presos
políticos''. La palabra ''nuestros'' debería calarnos profundamente. Son
sin duda nuestros hermanos los que, inquebrantables, dan la cara por
defender los derechos que tantos damos por ganados desde hace medio siglo.

Son ellos los grandes pensadores, los poetas, los líderes, los que
periódicamente se alzan para recordarnos que la batalla no ha sido
ganada, que como seres humanos seguimos albergando odios e impulsos
repulsivos, que seguimos permitiendo la opresión indiscriminada, aunque
colectiva y civilizadamente pretendamos enarbolar principios e ideales
nobles. En realidad somos nosotros los que debemos darle las gracias al
Dr. Biscet por forzarnos a ser honestos, aunque sólo sea con nosotros
mismos.


mercedesenelnuevo@gmail.com

http://www.cubanet.org/CNews/y07/nov07/05o3.htm

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