De Castro en Castro
DANIEL MORCATE
Ajuzgar por el sombrío discurso de Raúl Castro el pasado 26 de julio, su 
hermano moribundo se prepara para continuar gobernando a Cuba desde la 
tumba. El junior descargó con su habitual opacidad y deslucimiento. Pero 
su mensaje de continuismo fue tan contundente que sólo le faltaron la 
barba y el histrionismo de rigor. Chocho, incontinente y bisbisante, 
Fidel Castro habló por la boca del ave tonta de su hermano menor. Dijo 
que en la isla nada ha cambiado ni cambiará mientras los cubanos 
soporten la dinastía que ha fundado. No en balde los apologistas del 
castrismo perdieron su acostumbrada elocuencia y se limitaron a elogiar 
el ''discurso práctico'', ''realista'', ''a lo Denx Xiaoping'' del heredero.
Para variar, la ''sangre nueva'' del poder en Cuba planteó los males 
incurables de la isla en el marco del diferendo con Estados Unidos. La 
vieja impostura tiene un doble propósito siempre actual. Por un lado 
elimina del panorama a los valientes opositores, activistas de derechos 
humanos y periodistas independientes que a diario se juegan la vida 
haciéndole resistencia al régimen. De hecho anula a todos los cubanos 
que calladamente ansían libertad, democracia y prosperidad, que son la 
inmensa mayoría, si se tiene en cuenta la obstinación con que el régimen 
les niega voz y voto. La impostura también excita a los fundamentalistas 
del antiyanquismo, sobre todo en América Latina, donde el gran proyecto 
político del momento es engendrar gorilas rojos como Castro.
Más de lo mismo fue la cínica propuesta de ''diálogo desde posiciones de 
respeto'' al sucesor del presidente George W. Bush, inevitable mendrugo 
para quienes se ganan la vida defendiendo a la dictadura en el exterior. 
El objetivo inconfesable es mantener abierta la posibilidad de mendigar 
oxígeno económico en Washington, cuando la ineficiencia acabe por secar 
la ubre petrolera de la Venezuela de Hugo Chávez o se disipe la modesta 
camaradería china. A cambio, Castro II haría gestos simbólicos a Estados 
Unidos que no alteren la esencia depredadora de la dictadura. Su 
hermano, cadáver que ahora escribe en el cementerio noticioso de Granma, 
perfeccionó la táctica. La utilizó en diálogos secretos con distintos 
gobiernos norteamericanos que luego filtró a los medios cuando le convino.
Continuismo e inmovilidad rezumó también el patético mensaje económico 
del ''gobernante interino''. Confesó que el país lleva 16 años en 
período especial (yo hubiera jurado que eran 48), algo que nunca han 
dudado los famélicos estómagos de los cubanos, y pidió nuevos 
sacrificios al pueblo. En recompensa prometió aumentar los salarios, 
cuyo promedio equivale a $19 mensuales, y restaurar el vaso de leche que 
hace más de cuatro décadas desapareció de la dieta de los cubanos 
mayores de siete años. Solicitó asimismo más inversiones de capitalistas 
extranjeros, con la previsible advertencia de que continuarán 
subordinadas al estado, como ha ocurrido desde que se esfumaron los 
subsidios soviéticos.
Acorto plazo, el inmovilismo que bosquejó el heredero en su discurso 
aumentará las escandalosas desigualdades entre la familia Castro, sus 
secuaces y el resto de los cubanos. Esto a su vez intensificará el 
sálvese quien pueda, con su principal secuela, que es el éxodo por 
cualquier vía de la isla. No en vano su más notable decisión de estado 
ha sido ordenar el regreso sorpresivo de 220 atletas cubanos antes que 
terminaran los Juegos Panamericanos en Brasil, para evitar que 
desertaran en masa (cuatro se adelantaron a la orden). A largo plazo, 
Castro II aumentó con su arenga continuista las posibilidades de que los 
cubanos le exijan cambios de manera violenta. Riesgo natural para 
quienes se afanan en consolidar una dinastía familiar en pleno siglo XXI.
http://www.elnuevoherald.com/noticias/mundo/columnas_de_opinion/story/73354.html
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