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Monday, February 26, 2007

Si la gente se expresa, la tiranía tiembla

Derechos Humanos
«Si la gente se expresa, la tiranía tiembla»

Ricardo Bofill, el afán de la interrogante. Entrevista al fundador del
Comité Cubano Pro Derechos Humanos.

Armando Añel, Miami
viernes 23 de febrero de 2007 6:00:00

Ricardo Bofill. En 1988 el ex profesor de Historia de la Filosofía de la
Universidad de La Habana fue conducido ante las cámaras de la televisión
por el régimen cubano, en una operación de ultraje contraproducente, que
pondría en el candelero a la disidencia interna. Todavía puedo paladear
el asombro, la incredulidad del joven de veinte años, políticamente
casto, al ver al fundador del Comité Cubano Pro Derechos Humanos bajo
los reflectores de la policía del pensamiento.

La puesta en escena, impresentable como todos y cada uno de los montajes
segregados por el aparato mediático del castrismo, desnudaba una vez más
al rey, pero por partida doble. Castro llevaba ante las cámaras de la
televisión a un opositor, luego la oposición existía (y se atrevía). El
rey, no contento con arremeter contra su opositor maniatado, manipulaba
a los jueces y hasta al público… luego la abyección del rey estaba más
allá de toda duda.

El surgimiento del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, en 1976, marca un
antes y un después en la lucha contra el totalitarismo en Cuba. A partir
de su fundación, el crecimiento de la oposición pacífica alcanza un
ritmo sostenido, hasta desembocar en el pujante movimiento civil que ha
forzado al régimen a decretar leyes especiales —como la 88 o Mordaza—, e
incluso, en un hecho inédito en la historia nacional, a enfrentar y
alterar su propia Constitución.

Alrededor de temas similares, incluyendo el del futuro cubano tras la
desaparición de Fidel Castro, gira la entrevista concedida por Ricardo
Bofill a Encuentro en la Red:

¿Cómo se convierte Ricardo Bofill en un activista de los derechos humanos?

Por mi mente no cruzaba eso de ir a la cárcel. Soy de un origen muy
humilde, y durante los primeros años de la revolución había logrado
hacer cosas que de alguna manera añoraba, como dedicarme a la educación.
Yo aún no había finalizado mi carrera, pero gracias a gestiones del
destacado historiador Elías Entralgo, decano de la Facultad de
Humanidades de la Universidad de La Habana, ejercí como profesor
auxiliar de Historia de la Filosofía en esa institución. Fue el inicio
de mis actividades. Yo había generado un espíritu crítico ante
situaciones que creía merecían ser criticadas, había emitido opiniones
al azar, informales. Lo cual era ya un germen de disidencia.

En este período no faltaron advertencias, policíacas inclusive. El
entonces capitán José Abrahantes me citó en dos ocasiones. Recuerdo que
años más tarde, tras haber caído preso en varias oportunidades,
Abrahantes me acusó de haber actuado con soberbia, de ser un resentido.
"¿Pero cómo resentido?", le contesté. "¡No… no… si yo lo que tengo es un
volcán… ustedes fueron injustos, en lugar de botarme de la Universidad,
de perseguirme, esperaba que me dieran un diploma, un reconocimiento! ¡A
mí me pagaban ocho horas y yo trabajaba catorce!".

Entonces me separaron de la Facultad. Fui enviado al Instituto Nacional
de Reforma Agraria (INRA), casualmente a la división que dirigía un
viejo amigo, Raúl Calcines. Nadie me maltrató en el INRA, yo desempeñaba
una labor más bien burocrática, pero el hecho de ser separado de la
docencia y que se me enviara allí tenía una cierta connotación.

La gente decía: "Lo condenaron a trabajar en la agricultura… lo botaron
de la Universidad porque tiene desviaciones ideológicas". Aquello
representaba una afrenta para un joven de veintitantos años, con una
serie de aspiraciones en la Cuba de los años sesenta.

¿Cuándo es encarcelado por primera vez?

Tenía 28 años cuando fui arrestado por primera vez, en 1967. Luego fui
condenado a doce años de privación de libertad, en el marco del proceso
contra "La Microfracción". Pero yo era inocente… ¿cómo iba a estar en la
cárcel?

En la prisión me encontré, digamos, con los delincuentes reales. Y me di
cuenta de que el presidio es durísimo, incluso para las personas que han
cometido crímenes reales. Gente que había violado, matado, robado… era
durísimo incluso para aquellas personas que tenían la comprensión de su
delito. ¡Pero yo era inocente!

¿Cómo encaja el preso común la cercanía del preso político?

Se producía una comunicación espontánea. Ya en los años sesenta había
personas en prisión como consecuencia de una institución creada por el
gobierno, el Consejo de Defensa Social (posteriormente tomó auge la
llamada ley de "peligrosidad"). Muchas de estas personas eran,
únicamente, delincuentes en potencia. No se había probado su
culpabilidad. Y yo, que siempre consideré a los presos mis hermanos, me
comunicaba muy bien con ellos.

Es así como surge la idea del Comité Cubano Pro Derechos Humanos, dentro
de la prisión. Preguntándonos cómo era posible que aquellas personas
fueran condenadas sin siquiera tener el derecho de demostrar su
inocencia, encarceladas a base de pura presunción.

En la prisión teníamos todo el tiempo del mundo para hablar. Si no
hablabas, te morías de angustia. Entonces discutíamos con la gente los
términos que los habían conducido a prisión. Conductas predelictivas…
comportamientos antisociales… que si parecías homosexual… ¿Qué
significaba eso? Que si estos negros delincuentes… ¿Pero cómo que negros
delincuentes? Alguien podía haber llamado así a Jesús Menéndez o a
Lázaro Peña. Yo era vecino de Guanabacoa, donde la población negra es
numerosa, y probablemente esto contribuyó a crear una empatía.

Caí en la cuenta de la injusticia que significaba perseguir a personas
en la calle por su aspecto, o por sus ideas, o por sus creencias
religiosas (en aquellos tiempos también se encarcelaba a los testigos de
Jehová, a los "brujeros", etcétera. "Esos negros brujeros que dan
fiestas de santos"). Y había que enfrentarse a eso. Fue así que tomó
fuerza la idea de denunciar las violaciones de los derechos humanos en Cuba.

Hablemos del proceso contra 'La Microfracción'… ¿de qué se les acusaba?

En esencia, de decir lo que nos daba la gana. Porque no habíamos emitido
otra cosa que opiniones, vertidas en el foro público. Incluso,
argumentamos, podía suceder que todo lo que habíamos dicho fuera
mentira, o una tergiversación de la verdad. A quien tergiversa la verdad
hay que exponerlo a la burla de la opinión pública… ¿Pero meterlo en la
cárcel?

Para empezar, algunos estuvimos once meses en Villa Marista, desde la
detención hasta el juicio. A mí me impusieron doce años de privación de
libertad. ¿Doce años por decir disparates? Bueno, una trompetilla está
bien… ¿pero doce años?

¿Que no teníamos la razón? Bueno, ¿y qué? ¿Acaso yo tenía un cargo
público? Si hubiera sido aspirante en unas elecciones, pues que me
derrotaran en las elecciones. Uno tiene el derecho a equivocarse.
Incluso a apostarle en el terreno de la opinión al bando equivocado. O
al minoritario. ¿Y qué?

Es la esencia de este asunto. Defender el derecho a equivocarse. En
ningún momento hemos planteado a las autoridades cubanas que tenemos el
monopolio de la verdad. No. Quién sabe. Es la búsqueda. El afán de la
interrogante. Como jóvenes que éramos en aquellos momentos —y
posteriormente hemos tratado de mantener vivo ese empeño indagador que
caracteriza a la juventud—, perseguíamos el conocimiento, nos
planteábamos preguntas.

Algunos de nosotros éramos ávidos lectores, habíamos leído a Kafka, La
metamorfosis… ¿Cómo nos sentimos cuando fuimos condenados a prisión?
Como una suerte de Gregorio Samsa. Un día eres persona y al siguiente
amaneces en la cárcel, convertido en poco menos que una cucaracha. ¿Pero
cómo puede ser? ¿Qué ha pasado aquí, cómo va la sociedad a meternos en
la cárcel? ¡Qué injusticia!

Francamente, yo y otros en prisión nos considerábamos, en primer lugar,
profundamente ofendidos. ¡Pero si nosotros habíamos sido maestros,
personas de bien, personas decentes! No entendíamos que aquello no era
una expresión de la sociedad, sino de un grupo de poder.

Han pasado los años y me sigue pareciendo un sueño, una pesadilla. Para
nosotros fue un episodio surrealista.

Kafkiano por definición…

Efectivamente. Y luego, la vida da muchas vueltas. Aquellos represores,
los generales, el general Abrahantes, Pascual Martínez Gil, los hermanos
De la Guardia… en el devenir, resulta que ellos a su vez fueron a parar
a la cárcel. Me encontré un día con que la esposa del general Abrahantes
me visitaba para denunciar que iban a matar a su esposo, que estaba
preso. ¿Por qué? Porque tenía discrepancias con Fidel Castro.

Ileana de la Guardia, hija de Antonio de la Guardia, también hizo
gestiones con nosotros para salvar a su padre y a su tío. Con la mejor
disposición del mundo la ayudamos. No se pudo salvar a Tony, pero
salvamos a Patricio, está vivo. He recibido mensajes de agradecimiento
del ex general Patricio de la Guardia.

El ciclo se repite. Del Capitolio a la roca Tarpella no hay más que dos
pasos. Cuidado. Los carceleros un día también terminan en la cárcel.

Y tú preguntas: ¿Cuál fue el delito? No se sabe. Que si discreparon de
no sé qué… que si Arnaldo Ochoa dijo no sé qué cosa… ¿Pero cuál fue el
delito? Están muertos.

Es más, recientemente recibimos un mensaje. De una persona que hace seis
meses era miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba. Juan
Carlos Robinson. Está en la cárcel, supuestamente por corrupción. Sus
familiares nos han pedido ayuda. Dicen que fue un chivo expiatorio para
hacer ver a la población que, dentro de las calamidades, el gobierno
hace correcciones.

Pero… ¿dónde está el abogado defensor de Robinson? ¿Cuáles son los
delitos? El mismo proceso que me llevó a mí a la cárcel. El abogado
defensor dijo en el juicio que Robinson era un canalla. Es una
aberración, los abogados defensores en Cuba son empleados de los bufetes
colectivos, y a los bufetes colectivos les paga el gobierno. De manera
que el abogado que supuestamente te defiende es empleado de la parte
acusadora. ¡Pero cómo va a ser!

No. Esto no es historia antigua. Esto sigue sucediendo. Es un ciclo que
hay que detener en algún momento. Son situaciones irracionales, contra
natura.

Usted funda el Comité Cubano Pro Derechos Humanos luego de salir de la
cárcel, en 1976…

Sí. Se trataba de defender los derechos fundamentales del individuo,
incluyendo su derecho a equivocarse. ¿Qué quiere ser usted, agnóstico?
Caramba, pues magnífico. ¿O un fiel adherente a un credo ortodoxo?
¡Excelente! ¿Cuáles son los límites? Pues las reglas inherentes al
Estado de derecho. Incluso lo que está establecido en el derecho romano
hace más de 2000 años. No matar, no robar… una serie de decálogos que
son los respetados en el mundo civilizado. Las reglas mínimas de
convivencia civilizada.

En la prisión, en esa búsqueda, encontramos la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, del 10 de diciembre de 1948. En treinta artículos,
después del fin de la Segunda Guerra Mundial, tras la experiencia
horrible del Holocausto, la Declaración recogía un poco ese espíritu de
que la libertad religiosa, la libertad de conciencia, la libertad de
reunión, la libertad de asociación, la libertad de expresión del
pensamiento, junto con el derecho a la vida, son sagrados.

Así que adoptamos la Declaración en nuestra primera época de
encarcelamiento (1967-1976). Ella posibilitó el surgimiento del Comité
Cubano Pro Derechos Humanos.

Más tarde usted volvió a ser encarcelado, permaneció en prisión entre
1980 y 1985…

Así es. Pero quiero referirme a la naturaleza del Comité Cubano Pro
Derechos Humanos. El Comité fue, y sigue siendo, una idea no recogida
institucionalmente. Es decir, no está inscrito en ningún lugar. Desde
entonces, para la pregunta de cuántos miembros tiene el Comité, por
ejemplo, no hay una respuesta. ¿Cuántas personas conforman el Comité en
Caibarién? No se sabe. No se le pide a nadie que ingrese. No se sugiere
nada. Hablamos de un espacio abierto.

Los derechos humanos son como el aire que se respira, como la luz del
sol que nos alumbra. Derechos irrenunciables. Una especie de mística de
que está revestida la existencia de los seres humanos, y que vale la
pena defender.

Una mística que sólo es defendida por grupúsculos, como los llama el
régimen de La Habana…

Un día fui a una conferencia en la Universidad Autónoma de México, que
indudablemente ha sido un centro de apoyo al régimen cubano. Alguien me
interpeló aduciendo que éramos unos pocos en relación a los once
millones de habitantes que hay en Cuba. Cité a Albert Camus, un dato que
había llevado conmigo. Camus se preguntaba cuántos franceses estuvieron
en la resistencia contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Del
total de la población francesa, ¿cuántos eran los militantes de la
resistencia? Según Camus, menos de un cuarto del uno por ciento.

La resistencia contra el totalitarismo siempre está conformada por
grupos minúsculos. ¿Cuántos eran en la Unión Soviética junto a Sajarov,
en un país de más de 200 millones de habitantes? ¿Cuántos conformaban el
grupo de observadores de los Acuerdos de Helsinki? Elena Bonner confiesa
que nunca llegaron a veinte.

El primer inquisidor es el hambre. A lo primero que estás sujeto cuando
disientes es a perder el empleo. En sistemas como el cubano, el Estado
es el único empleador. Y debes cuidar a tu familia, criar a tus hijos,
protegerlos. Cuando te conviertes en un disidente lanzas por la borda a
la familia, a los padres, a los hijos.

Inicialmente, cuando entré en prisión, en 1967, integraba una familia de
cinco miembros: mi padre, mi madre, mi esposa, mi hijo y yo mismo. Pero
en 1985 esa familia había desaparecido completamente. Del núcleo
original, de la familia donde crecí, no quedó nada. Ni las personas, ni
los recuerdos, ni las fotografías, ni el muchacho aquel… Nada. A veces
me pregunto: ¿tenía derecho a imponerles ese sufrimiento?

Como he dicho otras veces, sí, tengo entusiasmo para trabajar, desde el
punto de vista del activismo. Pero en el terreno personal padezco una
profunda depresión. No me repongo de la tristeza. Nada puede retribuir
el precio que he debido pagar por mis actividades. No hay retribución
posible.

Háblenos un poco de la fundación del Comité Cubano Pro Derechos Humanos…

Han pasado treinta años desde la fundación del Comité. No me considero
ni muchos menos su centro, sólo un miembro más. Hoy en día muchos de los
fundadores han muerto… no me gusta hacer listas de ninguna índole, es
algo a aclarar de parte de los historiadores. No soy un historiador, más
bien sigo siendo un activista.

Dentro de Cuba acaba de morir Gustavo Arcos Bergnes. Él también accedió
a integrar el Comité. Lo menciono porque era un hombre muy especial.
Había sido asaltante del cuartel Moncada con Fidel Castro, había estado
involucrado en los preparativos de la expedición del Granma —no pudo
embarcarse por la invalidez de una de sus piernas, consecuencia de una
herida sufrida durante el asalto al Moncada—, había sido embajador de
Cuba en Bélgica y había renunciado a ese cargo… Luego había regresado a
Cuba y por sus actitudes contestatarias lo habían encarcelado dos veces.

A través de Gustavo entramos en contacto con Marta Frayde, que había
sido amiga de Fidel Castro ya desde la época de la ortodoxia. La habían
designado embajadora en la UNESCO en 1959, y había renunciado a su cargo
también. Había regresado a Cuba para protestar.

Hacia 1972 ó 1973, desde la cárcel, comenzamos a enviarle cartas,
pequeñas notas, a Marta Frayde, para que nos ayudara en la UNESCO.
Sabíamos que había conocido a algunos de los fundadores de Amnistía
Internacional, al embajador de Irlanda, a otras personalidades.

Hablo de una época en que el movimiento mundial de derechos humanos
apenas existía. Amnistía Internacional surge en 1967, pero sólo adquiere
fuerza en los años setenta. Humans Rights Watch no aparece hasta 1982. A
mediados de los setenta, en Europa del Este, con el movimiento de
Sajarov en la antigua Unión Soviética o la Carta de los 77 en
Checoslovaquia, se produce un despegue. Y luego, a principios de los
años ochenta, surge el Sindicato Solidaridad en Polonia.

En prisión recibíamos estos reflujos a través de la radio internacional,
de alguna manera se introducían radios portátiles. Escuchábamos la BBC
de Londres. Luego intentamos dirigirnos a algunos de estos movimientos
europeos, comunicarnos con ellos, pero ya durante mi segunda etapa en
presidio (1980-1985). Es la etapa de mayor auge del Comité.

Ustedes han sido acusados por el régimen cubano de mercenarios al
servicio de una potencia extranjera. A su defensa de los derechos
humanos, el régimen contrapone la defensa de la patria, el patriotismo,
el nacionalismo…

Esa versión es un pretexto para perpetuarse en el poder. Es el disfrute
del poder omnímodo. Y a un precio en sufrimiento humano inenarrable.

Ah, bueno… porque tú eres más fuerte que yo. Se trata de que tú tomaste
las armas, los cuarteles. Pero es que no tiene ningún mérito. ¿Que tú
con las armas me encañones? No, no… Eso me lo hacen en cualquier barrio,
me arrinconan cuatro tipos y violan a mi mujer y me violan a mí. Empleo
de la fuerza bruta. Tú cogiste los fusiles y me encañonas. No, eso es
viejo, no me jodas. No me busques pretextos.

Conquistaste el poder con el triunfo de la revolución, te apoderaste de
las armas, de los cuarteles, y los mantienes. Y utilizas el pretexto del
nacionalismo. Pues ese pretexto debes utilizarlo en una campaña
electoral y ganar unas elecciones.

Hay que ver el grandísimo mérito de la disidencia interna cubana. El
mismo Oswaldo Payá recogió casi 30.000 firmas con el Proyecto Varela.
¡Treinta mil firmas en un Estado totalitario! Aquí las tengo, nombre por
nombre y apellido por apellido. Gente jugándose el empleo, jugándose la
educación de sus hijos… ¡Esto no se ha visto nunca!

Pero Oswaldo Payá no tiene un ejército a su disposición…

¡Ah, no! Esta gente ha hecho una suerte de principio de referendo
nacional en un Estado totalitario. Es una nueva fase del movimiento
disidente.

La disidencia cubana ha retado al gobierno a un diálogo nacional. La
mayoría de ellos, en su fuero interno, están convencidos de que el
gobierno no lo aceptará jamás. Pero el esfuerzo en sí mismo tiene un
mérito extraordinario.

El gobierno los considera unos insectos. Y ellos son unos gigantes. Y
claro, el régimen se siente ofendido de manera superlativa ante este
reto. Ha valido la pena, aunque el esfuerzo no arroje soluciones inmediatas.

Yo sí tengo que confesar que en cierta medida, junto a otras personas,
no me di por vencido. Había una noción de que nos asistía la razón. Y
sigo pensando igual. Sigo creyendo que la esencia del ser humano es esa:
hablar y pensar con libertad, opinar, reunirse con los amigos. Esto
prevaleció. Hay un grupo que aún permanece en el poder, pero hasta el
día de hoy no ha podido derrotar el espíritu contestatario en Cuba.

Después de Castro, ¿qué?

Hemos recibido con mucha alegría las noticias de la celebración del Día
de Reyes en La Habana. El 6 de enero hubo una gran fiesta espontánea. Un
gran desdoblamiento de la población en su espíritu festivo, de dar
fiestas en las casas, en las iglesias. El diario oficialista Juventud
Rebelde lo criticó hablando de "espíritu consumista". Porque la gente
había acudido a las tiendas a comprar juguetes…

¿Celebraban mientras el comandante se moría?

La gente lo que hizo fue abrir su corazón, confraternizar, en un día
como el de Reyes. Pienso que independientemente de lo ocurrido en el
último medio siglo, la sociedad cubana sigue siendo la misma. El día que
se produzca un cambio político la nación renacerá espiritualmente. Los
valores se han mantenido.

¿Que hay alteraciones, problema nuevos, nuevos vicios? Puede ser. Pero
no temo al futuro de la sociedad cubana en cuanto al espíritu de la
gente. En términos generales, la familia, los vecinos, la comunidad,
esos valores, subsisten. Son la base de la civilización.

¿Los vecinos que delatan al vecino?

Pero eso es artificial. Lo hemos sufrido, pero también hemos recibido
mucha solidaridad. Si algún vecino cometió una falta, otros me ayudaron
a sobrevivir. Y mi familia dio el máximo mientras pudo.

El episodio del comunismo es un episodio del siglo XX. Estos miserables
son de ayer. Ya veníamos de déspotas con distintas etiquetas desde Roma,
Persia, Macedonia. Y soy un optimista en el sentido de que este
instrumento que modestamente contribuimos a crear, la defensa de los
derechos humanos, será muy útil en el futuro.

En la medida en que la gente puede comunicarse, expresar libremente su
juicio, la tiranía tiembla. Un simple coloquio entre cuatro personas
puede poner en jaque al despotismo. No hay que tirar tiros. No hay que
poner bombas. Una trompetilla es un arma tremenda.

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