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Tuesday, December 26, 2006

La Navidad de Hilaria

SOCIEDAD
La Navidad de Hilaria
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba - Diciembre (www.cubanet.org) - Hilaria Mendoza vive en
una calle estrecha y sucia, como otras del municipio Centro Habana. Las
puertas y las fachadas de las casas de su cuadra se confunden ante la
mirada del transeúnte. Son inmuebles levantados a finales del siglo 19 y
las primeras décadas del 20, huérfanos de la obligada renovación.

Hilaria arrastra sus cincuenta años coronada por una diadema de canas
que no puede esconder con un buen tinte, porque no hay papel carbón ni
azul de metileno, ni posee chavitos para comprar productos en la tienda
recaudadora de divisas.

Como nuestra amiga no tiene familia en el extranjero (FE), únicamente
consigue pesos convertibles cuando participa en la iniciación de
santería de algún extranjero en la casa templo de su comadre.

Por eso, Hilaria la llamó por teléfono para coordinar lo que harían el
domingo 24, día de Nochebuena. La comadre respondió presurosa que
acudiría a casa del empleador de su hija mayor. La hija de la comadre
trabaja como doméstica en la casa de un italiano, en Miramar, donde a la
comilona del 24 acudirían numerosos invitados y necesitaba a alguien de
confianza para complementar los esfuerzos de la doméstica. Nadie mejor
que la comadre para ganarse unos pesos convertibles que garantizarían la
comprita de fin de año.

Hilaria pensó que el cartel del Comité de Defensa de la Revolución sobre
la puerta de su casa no le serviría ni para la sopa, y salió a comprar
unas libras de cerdo, viandas y vegetales para la ensalada. La voz de
Agustina, la vecina, saltó el muro del pasillo para anunciarle que el
pollo que se distribuye entre la población estaba en venta. Anuncio que
solamente la empujó hacia la realidad más objetiva: la cuota del ave
correspondiente a una persona no es más que un muslito con el encuentro
que le llaman. Decidió que iría al mercado de la calle Blanco y
Trocadero y de regreso, a lo del pollo.

A la puerta del mercado observó los carteles con los precios. Ají
pimiento: 3 pesos cada uno. Tomates: 5 pesos la libra. Cebolla: 10 pesos
el mazo de cinco. Lechuga: 5 pesos el mazo. Col: 7 pesos. Plátanos para
cocinar, buenos para tostones: 3 pesos. Entonces miró hacia el último
mostrador a la derecha, el de la carne, y leyó el cartel: 25 pesos la
libra de pierna, 25 el lomo y la costilla, 34 la libra de jamón vicki,
38 la libra de jamón de pierna, 35 la de lomo ahumado, 5 pesos un
chorizo, 20 pesos la libra de mortadela. ¡Por los cielos estos precios!
Ella sólo llevaba 40 pesos, hasta el cobro de su pensión el próximo mes,
y todavía tenía que pagar la luz porque el recibo de diciembre no ha
llegado todavía.

Enojada con ella y con la Navidad, dio media vuelta y se marchó del
mercado. Fue a la carnicería, recogió el pedazo de pollo de su cuota y
lo echó en la jaba plástica. Imaginó el plato de Nochebuena que le
esperaba con el pedazo de pollo, unas cucharadas de arroz blanco y
algunas rodajas de tomate. Con la libreta de racionamiento y el monedero
en una mano, y la jaba plástica en la otra, regresó a la casa.

El sol de la mañana le molestó en los cristales de sus espejuelos
pasados de moda. Bajó la vista y contemplo sus zapatos estrenados en el
siglo pasado. Un sentimiento de desdicha le subió hasta el corazón.
Tropezó con la puerta de su casa, y al introducir la llave en la
cerradura lanzó a las cuatro paredes de la sala una imprecación
lapidaria: ¡Para qué habrán reinventado la Navidad!

http://www.cubanet.org/CNews/y06/dec06/26a8.htm

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