Pages

Saturday, December 23, 2006

Cuba despues de Castro: perspectivas y posibilidades

Mark Falcoff, analista del American Enterprise Institute, analiza el
futuro de la tiranía castrista

Cuba después de Castro: perspectivas y posibilidades

El anuncio por parte del Gobierno cubano de que el presidente Fidel
Castro había sido sometido a una intervención quirúrgica de urgencia
debido a una hemorragia interna y, que, por ello, transfería
temporalmente el poder a su hermano Raúl, suscitó repentinamente una
serie de cuestiones interesantes acerca del futuro del régimen en la
isla y de las relaciones del país con el resto del mundo.

Mark Falcoff
23 de diciembre de 2006

El anuncio por parte del Gobierno cubano de que el presidente Fidel
Castro había sido sometido a una intervención quirúrgica de urgencia
debido a una hemorragia interna y, que, por ello, transfería
temporalmente el poder a su hermano Raúl, suscitó repentinamente una
serie de cuestiones interesantes acerca del futuro del régimen en la
isla y de las relaciones del país con el resto del mundo y, en especial,
con EEUU.

Si Cuba fuera –tal y como reivindica ser– un Estado comunista de
categoría más o menos "normal", un problema de salud de su líder no
suscitaría un interés tan intenso por parte de los medios de
comunicación y del mundo político. No obstante, en realidad, la
fascinación morbosa que ha despertado la enfermedad de Fidel Castro pone
de relieve un hecho poco conveniente: en sus últimas etapas, el régimen
cubano se ha asemejado de manera lamentable a las dictaduras
hereditarias que han constituido a menudo una plaga en los pequeños
países de la periferia caribeña. Por un lado, actualmente la institución
más importante en el país no es el Partido Comunista, sino el ejército,
y, por otro, la pirámide del poder político es más o menos coherente con
la jerarquía generacional de la familia gobernante. Además, hasta hace
bien poco, ha dependido casi íntegramente de turbios acuerdos con
inversores extranjeros sin escrúpulos.

No puede negarse el hecho de que el propio Fidel Castro es una figura
que desborda la realidad no solo en Cuba sino, hasta cierto punto, en el
mundo entero. A lo largo de medio siglo ha tomado casi todas las
decisiones importantes en la isla. A pesar de que ha hablado
reiteradamente de institucionalizar su revolución, ésta sigue
constituyendo en gran parte una cuestión personal. La prueba está en que
a lo largo de los años, el dictador ha truncado brutalmente las carreras
(y en ocasiones, las vidas) de otros que podían tener razonables
expectativas de sucederle, o, al menos, de poner en entredicho su
incuestionable poder, empezando por Huber Matos y finalizando, en
tiempos más recientes, por el general Armando Ochoa. A pesar de que se
habló mucho hace una década de que estaba preparando a una generación
más joven para sucederle, se ha avanzado muy poco en esa línea, hecho
que se hace más patente con la repentina aparición de Raúl Castro tras
la sombra de su hermano.

El Panorama Actual de la Sucesión

La decisión de Fidel Castro de ceder temporalmente el poder a su hermano
no ha podido sorprender a los cubanos de a pie ni a nadie de fuera del
país que haya seguido detenidamente los acontecimientos de los últimos
cinco años. A nivel institucional, Raúl es vicepresidente del Consejo de
Estado y vicepresidente del Partido Comunista cubano, por lo que no se
puede poner en entredicho su derecho a tomar las riendas del poder en
caso de que su hermano mayor desapareciera de la escena. Pero no se
trata únicamente de simples cargos institucionales: durante años, Raúl
Castro ha ido acumulando poder económico y político sin cesar. Es
ministro de las Fuerzas Armadas y ministro del Interior. La primera de
estas carteras es especialmente importante, ya que lo coloca en la
cúspide del sector turístico, uno de los pocos sectores productivos de
la economía cubana, que está regido por el ejército. También se ha
preocupado por colocar a sus partidarios ("raulistas") a la cabeza de
los Ministerios más importantes (azúcar, transporte, comunicación,
educación superior e industrias básicas) y en el Banco Central, así como
en los cargos fundamentales del Partido Comunista y de la Asamblea Nacional.

Se dice a menudo –con algo de razón– que Raúl Castro carece de las
habilidades y la inteligencia que han convertido a su hermano mayor en
un político de éxito. La gente se refiere a él despectivamente como el
hombre con menos encanto de Cuba. Brusco y a menudo áspero, es un orador
público con pocos recursos, casado con una mujer de mal carácter que,
como presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, es profundamente
despreciada en Cuba. Carece del glamour, el brío y el cachet
revolucionario que caracterizaron a Fidel en sus mejores años, además de
que no es por sí mismo ninguna leyenda revolucionaria importante.

Por otro lado, podemos estar subestimando su resistencia, su capacidad
de organización y su realismo. Su único problema grave quizá sea su
salud, que, según se rumorea, es precaria. A sus 75 años puede que no
sobreviva mucho tiempo a su hermano, e incluso en estos momentos no
habría que descartar que muriera antes que él. Si la revolución cubana
va a seguir siendo una cuestión familiar, dentro de poco seguramente
deberá dar paso a la siguiente generación, posiblemente a Fidel Castro
Díaz-Balart, el único hijo legítimo de Castro, que estudió física
nuclear en la Unión Soviética y fue director de la Comisión de Energía
Atómica de Cuba. En ausencia de Fidel y Raúl Castro, el régimen cubano
podría sufrir una metamorfosis hacia un tipo de liderazgo más
impersonal, "colectivo", tal y como se caracterizaban los regímenes
comunistas clásicos de Europa del Este, pero esta posibilidad requiere
dar un salto significativo en la imaginación.

Cuba en la Comunidad Internacional

Sea quien sea quien suceda a Fidel Castro deberá enfrentarse a ciertos
desafíos complicados. Cuba se ha inventado tres veces como país: una vez
como colonia española, otra vez como protectorado americano y, por
último, como miembro de lo que podría definirse (generosamente) como la
Mancomunidad Soviética de Naciones (el único de sus miembros en haberse
adherido voluntariamente). En cada una de estas tres encarnaciones ha
disfrutado de una beneficiosa asociación con un imperio importante.
Desde la caída de la Unión Soviética, Cuba ha tenido que improvisar una
serie de relaciones con otros países, ninguno de los cuales le ha vuelto
a aportar las ayudas anuales de 6.000 millones de dólares que le
brindaba Moscú.

Los nuevos acuerdos comerciales con China, el fin del aislamiento en
Latinoamérica (incluida su reciente adhesión a MERCOSUR), la apertura al
turismo europeo, canadiense y latinoamericano, y, más recientemente, la
lucrativa relación económica con la Venezuela de Hugo Chávez, han
frenado un poco la hemorragia. Por otro lado, se puede decir que, hasta
el momento, ni siquiera con todas estas relaciones, se ha conseguido
restaurar la modesta calidad de vida que reinaba antes de 1989. El
régimen también ha sufrido recientemente un endurecimiento del embargo
por parte de EEUU, que prácticamente ha interrumpido la mayoría de los
viajes entre EEUU y Cuba, y ha disminuido drásticamente el límite en las
remesas de dinero (que, en determinados casos en el pasado reciente,
constituían la principal fuente de divisas de Cuba).

Además, desde 1990 los bienes de equipo en Cuba empezaron a conocer un
constante deterioro, como demuestra el virtual colapso de la industria
azucarera –la actividad económica más antigua e importante del país–.
Determinadas relaciones problemáticas con ciertos inversores extranjeros
han provocado la cancelación de contratos o demoras en su cumplimiento.
Las nuevas incertidumbres políticas frenarán a los inversores
extranjeros hasta que quede clara la reasunción plena del poder por
parte de Fidel Castro o el éxito de la sucesión en el poder de su
hermano. En cualquier caso, gran parte de la oleada de inversiones
extranjeras de los años 90 se efectuaron con base en la suposición de
que pronto finalizaría la prohibición estadounidense de realizar viajes
turísticos al país, previsión que se vino abajo cuando Castro derribó
tres aviones norteamericanos y se promulgó de la Ley Helms-Burton (1996).

Al analizar la situación internacional de Cuba, vemos que,
probablemente, el acontecimiento más importante ha sido la aparición del
presidente venezolano Hugo Chávez como el mejor amigo y aliado de Fidel
Castro. Según se informa, está aportando a la isla aproximadamente
90.000 barriles de petróleo diarios (de los que la isla consume poco más
de la mitad y vende así el resto en el mercado spot mundial por
divisas). A cambio, los cubanos han destinado médicos, profesores,
entrenadores deportivos, agentes del departamento de inteligencia y
militares a Venezuela para ayudar a Chávez a consolidar su gobierno.

La contribución de Chávez a la supervivencia del régimen cubano no ha
sido menos significativa. Tras el fin de la concesión de ayudas por
parte de la Unión Soviética en los años noventa, cuando el país estaba
al borde de la inanición, presuntamente, Raúl Castro convenció a su
hermano para que implantara algunas pequeñas reformas económicas que
fomentaran una mayor producción agrícola (y que también facilitaran el
autoempleo). Con estas medidas se ganó la reputación de pragmático en la
prensa internacional; algunos, incluso en estos momentos, sugieren que
si sucediera a su hermano mayor, ampliaría y acentuaría las reformas. De
todas formas, muchas de las concesiones que se hicieron al mercado a
mediados de los noventa ya se han eliminado y la llegada de la ayuda
venezolana disipa el último aliciente para conservarlas.

Algunos ahora se preguntan si no ha sido la generosidad económica de
Chávez la que ha permitido que el hombre fuerte de Venezuela disponga de
un hueco en la mesa de negociaciones cuando tenga que decidirse el
futuro político de Cuba. Probablemente, esto sea una exageración. La
elite política y militar cubana más bien debe de considerar a sus
homólogos venezolanos como torpes aficionados necesitados de una
orientación severa y disciplinada. Además, el propio sentimiento cubano
de su propia identidad nacional es mucho más intenso que el de
Venezuela, que carece de una leyenda coherente propia de naturaleza
heroica. Por último, al haber llegado al poder por las urnas, Chávez
carece de la mística de un genuino revolucionario, lo que le hubiera
permitido tener una voz decisiva o al menos significativa en las altas
esferas cubanas salvo bajo circunstancias de extrema urgencia.

Perspectivas con respecto a las Relaciones con EEUU

El debate acerca del cambio político en Cuba pone inevitablemente de
relieve la cuestión sobre las futuras relaciones de la isla con los
EEUU. Esto se debe a razones históricas y geográficas, y también a que
la revolución cubana ha originado una diáspora políticamente importante,
bien organizada y bien financiada, centrada en dos estados –Florida y
Nueva Jersey–, que representa un significativo número de votos en las
elecciones presidenciales.

Sin duda alguna, esta comunidad de exiliados ha ejercido una influencia
en la política cubano-americana muy superior al que le correspondería
por número de votantes (aunque también es cierto un hecho frecuentemente
ignorado por los comentaristas europeos y latinoamericanos: que el éxito
de los grupos de presión de los exiliados se ha apoyado en gran parte en
una extendida aversión entre el público en EEUU hacia los hermanos
Castro y todas sus actividades). La comunidad cubano-americana se ha
valido periódicamente de esta influencia para reforzar el embargo y
últimamente también para forzar a Washington a definir las condiciones
que impondría para reconocer y apoyar cualquier régimen posterior a
Castro. La Ley Helms-Burton, por ejemplo, específicamente nombra a Fidel
y a Raúl Castro como personas con las que los EEUU se niegan a negociar
bajo cualquier circunstancia. El último ejemplo lo constituye el Plan
para la Transición en Cuba (2004) que, supuestamente, esboza las
circunstancias bajo las cuales los EEUU desembolsarían 80 millones de
dólares para apoyar un gobierno posterior al régimen de Castro. El hecho
de que dichos planes podrían alarmar a los cubanos de a pie (muchos de
los cuales temen que los exiliados vuelvan para recuperar sus bienes
expropiados y vengarse de sus antiguos compatriotas) no parece preocupar
a los dirigentes del exilio, que a menudo parecen estar ciegos ante los
grandes cambios culturales, étnicos y políticos que han tenido lugar en
la isla desde 1958. Huelga decir que el Gobierno cubano aprovecha al
máximo las oportunidades propagandísticas que presenta este escenario
político.

De todas formas, a pesar de la postura oficial de EEUU, en caso de que
se dieran cambios significativos en la propia Cuba, la coalición que
apoyó la Ley Helms-Burton probablemente se disolvería al intentar
algunos de sus elementos reposicionarse para aprovechar las nuevas
oportunidades de inversión. Incluso en la comunidad cubano-americana
surgirían divisiones significativas. Dicho esto, tales cambios son
inconcebibles si Fidel Castro vuelve a tomar las riendas del país, y,
quizá, improbables en el caso de que su hermano lo suceda con éxito,
aunque sólo sea porque éste tendrá que justificar su derecho a la
sucesión y sus credenciales revolucionarias.

A pesar de que la normalización de las relaciones con EEUU ha sido el
objetivo declarado del Gobierno cubano durante algún tiempo –incluso
hasta el punto de ser su prioridad fundamental en política exterior– el
propio Fidel Castro ha rechazado en más de una ocasión las oportunidades
de lograr algún progreso, muy especialmente en el caso del intento
realizado por el secretario de Estado Kissinger y el secretario adjunto
William Rogers a finales de la Administración Ford (1979-1980). En
cierto modo, no es de extrañar; la mística revolucionaria de Castro
depende hasta cierto punto de su relación de confrontación con EEUU (que
también genera importantes beneficios en organizaciones internacionales
como las Naciones Unidas); acceder a tener una relación burguesa
"normal" debilitaría su propia leyenda de revolucionario intransigente.
Además, dada la versión oficial de la historia cubana (que en realidad
es anterior a Fidel Castro), la relación entre Cuba y EEUU debe ser
siempre y en todo lugar un juego de suma cero.

De hecho, es muy posible que el statu quo sea del agrado de ambos lados
del estrecho de Florida. Cuba no ofrece ningún beneficio económico
significativo a EEUU –es un mercado pequeño con una población
profundamente empobrecida y con probabilidades de continuar siéndolo–.
No tiene nada que EEUU necesite o desee. Las exageradas expectativas del
sector agropecuario se basan en extrapolaciones erróneas de los días en
los que EEUU absorbía la cosecha azucarera cubana en su totalidad a
precios subvencionados. Incluso las perspectivas turísticas deberían
descontarse debido a las insuficientes infraestructuras de Cuba y a la
competencia que representan las instalaciones de reconocido prestigio
que ofrecen alojamiento de alto nivel, como Méjico y la República
Dominicana.

Es más, en estos momentos la preocupación fundamental de Washington se
centra en los flujos de migración descontrolada. Los acuerdos actuales
con La Habana (1994) garantizan un movimiento regulado de
aproximadamente 20.000 personas al año a EEUU y establecen un mecanismo
de repatriación de aquellos que hubieran salido ilegalmente del país. Un
cambio abrupto en el Gobierno cubano o, peor incluso, el colapso de la
autoridad, podría traducirse en otra crisis migratoria como la que
traumatizó al estado de Florida y a gran parte del sureste de los EEUU
en 1980.

Esta agenda tácita probablemente coloque implícitamente a cualquier
Administración, incluida ésta, en contraposición con elementos de la
comunidad cubana en el exilio cuya máxima prioridad es evidentemente el
cambio de régimen. En efecto, en el núcleo de la política estadounidense
reside una honda contradicción –un deseo de transformación política en
Cuba hacia algo más o menos parecido a lo existente en Costa Rica, Chile
o Uruguay, pero un temor aún mayor a los disturbios–. Bajo tales
circunstancias, el inmovilismo es la solución lógica.

Conclusiones: Es obvio –como confirman infinidad de visitantes a la
isla– que los cubanos de a pie esperan que haya algún tipo de cambio
cuando Fidel Castro abandone la escena. Pero no está claro en qué
consistirá dicho cambio, si consistirá en un adiós a la escasez, el
racionamiento, el servicio en la milicia, viviendas que no cumplen
requisitos de habitabilidad, o simplemente el fin de un estado
psicológico de guerra en el que ha vivido el país durante casi medio
siglo. Algunos analistas creen que estas expectativas son de tal calibre
que Raúl Castro no tendrá otra opción que materializarlas al menos
parcialmente, ya que de otro modo podría perder autoridad e incluso el
poder. Pero los hermanos Castro han tenido tanto éxito con su
combinación de ideología, organización, aprovechamiento de de la
coyuntura internacional favorable, represión y la asignación selectiva
de recompensas, que sería realmente sorprendente que cualquiera de ellos
decidiera abandonar ahora.

------------------

Mark Falcoff es académico emérito residente del American Enterprise
Institute.

*Estracto del artículo publicado por el Real Instituo Elcano.

http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=12398

No comments:

Post a Comment