Posted on Fri, Nov. 24, 2006
La soledad de Cuba ante el cambio
OSCAR SCHIAPPA-PIETRA
Una de las paradojas de la historia contemporánea es cuánto Occidente ha
procurado acabar con los regímenes comunistas y lo poco que ha estado
preparado para afrontar los retos que tales transiciones conllevan. Este
es el escenario que empezamos a volver a presenciar en el caso de Cuba,
ante el que Estados Unidos tiene una particular responsabilidad a la vez
que exhibe una preocupante orfandad de estrategias.
Es incierto aún el decurso que seguirán los acontecimientos en Cuba.
Aunque Fidel Castro sobrevive, su protagonismo político muestra ya
inevitable declinación. Mas, cualquiera sea el desenvolvimiento de su
salud, cabe recordar que nadie es eterno, y previsiblemente él se
llevará a la tumba también la supervivencia de su longevo régimen. El
poder carismático, bien se sabe, no es transferible. Pero mal haríamos
en deducir de ello un fácil tránsito hacia la convivencia pacífica y la
democracia en la isla. Por el contrario, el proceso de transición en
Cuba está signado por singulares riesgos y dificultades. Uno primero
deriva del hecho que el entorno de actuales gobernantes procurará
aferrarse al poder hasta las últimas consecuencias, contando para ello
con poderosos mecanismos de potencial violencia. De otro lado, toda
transición comporta el diálogo entre actores políticos relevantes, lo
cual es complejo en el caso cubano debido a la dificultad para definir
quiénes deben ser éstos; y también debido a las distancias afectivas e
ideológicas generadas a lo largo de casi medio siglo entre los de Miami
y los de la isla.
Por su especial ubicación frente al drama cubano, Estados Unidos debiera
estarse preparado para liderar el esfuerzo internacional de acogimiento
a Cuba en su transición hacia la democracia. Sin embargo, Estados Unidos
está demasiado ocupado en resolver su propia crisis en Irak, y la
división postelectoral dentro del gobierno dificultará lograr consensos
sobre este sensible tema.
¿Qué otros actores hay, entonces, en el entorno continental americano,
que pudieran liderar y facilitar el acogimiento a Cuba? Deplorablemente,
ninguno cierto. Canadá, el único otro país desarrollado de nuestro
hemisferio, siempre ha sido un actor discreto en su proyección
internacional y nunca se permite el lujo de adoptar posturas que le
acarreen tensiones con su vecino, Estados Unidos. El signo ideológico
del nuevo gobierno mexicano tampoco promete resultados. Brasil está
ahora demasiado ensimismado y su indudable talento diplomático está
abocado a cuestiones de interés propio, como son el fortalecimiento de
las relaciones con sus vecinos o su proyección económica global. Acaso
Chile puede y quiera cumplir un rol catalizador, apelando a su prestigio
internacional y a sus convicciones de socialismo moderno, pero sería una
función inédita en la proyección exterior de este país, difícil de
liderar solo, y que podría merecer reacciones poco entusiastas de sus
vecinos. La OEA, a su turno, además de ser un foro históricamente
inoperante, no ha logrado mantener balance en lo tocante a Cuba y ello
limita su credibilidad; además, su trayectoria en facilitar transiciones
--como fue el caso peruano, entre el 2000 y el 2001-- confirma su
incapacidad para ejercer algún rol protagónico. Sudamérica, envuelta en
conflictos coyunturales --en algunos de los que la Cuba castrista ha
gravitado-- atraviesa ahora por un periodo de zafarrancho político e
institucional. La Comunidad Andina, en particular, está completamente
desarmada incluso para atender sus propios problemas.
En síntesis, no obstante lo obvio que resulta el avenimiento de la
transición cubana, y del ímpetu político y discursivo desplegado por
todos los actores continentales a lo largo de las últimas cinco décadas
para conjurar el demonio cubano, resulta conmovedora y a la vez
reveladora la incapacidad generalizada del hemisferio americano para
promover respuestas a una situación que podría eventualmente
desencadenar una crisis de gravedad política, humanitaria y de
violencia. La poca certeza ahora existente sobre el ritmo que seguirá el
proceso, cuyo compás lo marca la salud de Fidel Castro, dificulta el
planeamiento estratégico de eventuales iniciativas hemisféricas. Serán
entonces actores extra-americanos quienes tendrán que liderar el
acogimiento internacional a la transición cubana. Las Naciones Unidas
tiene significativa experiencia y prestigio para ello. España, en
particular, por razones de interés económico, de vinculación histórica y
de alguna afinidad ideológica desde su perspectiva de socialismo
moderno, puede cumplir un rol protagónico en tal empeño, acaso con el
apoyo complementario de actores americanos como Chile y Brasil.
Catedrático de Derecho Internacional, Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, Lima
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/16085007.htm
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