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Tuesday, October 03, 2006

El Mayor Secreto de Hemingway

El Mayor Secreto de Hemingway
2006-10-03 Corriere della Sera
Paolo Valentino
En sus cartas admite que mató a 122 prisioneros alemanes

LiberPress/ Diario La Nación - BERLIN.– Si se lo piensa bien, Günther
Grass la sacó barata. Si en abril de 1945, cuando fue hecho prisionero
por el ejército norteamericano, el entonces jovencísimo Waffen SS se
hubiera topado con Ernest Hemingway, probablemente hubiera tenido el
desdichado fin de tantos de sus compañeros de armas.

¿Cuántos fueron esos tantos? Exactamente, 122, al menos según el cálculo
(real o imaginario) del escritor estadounidense. Todos eran prisioneros
de guerra alemanes, desarmados: Krauts, como los llamaba con desprecio
Hemingway. El autor de Adiós a las armas los mató –según dice, con gran
gusto– durante el año que acompañó a las tropas aliadas como
corresponsal de guerra.

¿Otra más de las tantas fanfarronerías de Hemingway? ¿Otra exageración
de un hombre larger than life (más grande que la vida), tan apasionado
de la caza mayor como de las corridas de toros, loco por las armas y el
boxeo, consumidor insaciable de mujeres, alcohol y cigarrillos? Puede
ser. Y Rainer Schmitz tampoco excluye esa posibilidad. Pero el
periodista alemán ha querido llamar la atención sobre fragmentos de
ciertas cartas del escritor, dos de ellas hasta ahora inéditas en Alemania.

Acaba de publicar con el sello Eichborn su libro ¿Que le ocurrió a la
calavera de Schiller? Todo aquello que usted no sabía sobre literatura ,
una recopilación excelente y bien documentada de episodios, anécdotas y
curiosidades poco conocidas o completamente desconocidas sobre
escritores célebres.

Inmediatamente después del desembarco de Normandía, en junio de 1944,
Ernest Hemingway se unió al regimiento 22 de la IV División de
infantería estadounidense con el grado de oficial.

En realidad, no debía contar la gesta de los aliados; en aquel período
de hecho ya trabajaba para la OSS, el servicio de inteligencia que
antecedió a la CIA.

El trato a los prisioneros

Gracias a su perfecto dominio del francés, el escritor fue gobernador de
facto de Rambouillet, a las puertas de París, donde tranquilizó a la
población y sobre todo interrogó a centenares de prisioneros alemanes.

"Todo muy agradable y divertido", le escribió en el otoño de 1944 a Mary
Welsh, que se había convertido ya en su cuarta y última esposa. "Muchos
muertos, botín alemán, tantos tiroteos y toda clase de combates", relató.

La carta incriminatoria, que según Schmit no recibió la atención que
hubiera merecido, es la que Hemingway le escribió el 27 de agosto de
1949, cuatro años después de la finalización de la guerra, a su editor,
Charles Scribner.

"Una vez maté a un kraut de los SS particularmente descarado. Cuando le
advertí que lo mataría si no abandonaba sus propósitos de fuga, el tipo
me respondió: Tú no me matarás. Porque tienes miedo de hacerlo y porque
perteneces a una raza de bastardos degenerados. Y además, sería una
violación de la Convención de Ginebra . Te equivocas, hermano, le dije.
Y disparé tres veces, apuntando a su estómago. Cuando cayó, le disparé a
la cabeza. El cerebro le salió por la boca o por la nariz, creo", relató
el escritor.

Menos de un año después, el 2 de junio de 1950, el autor de Por quién
doblan las campanas volvió a evocar su experiencia bélica en una carta a
Arthur Mizener, profesor de literatura de la Universidad de Cornell.

Allí hace un macabro balance de su pasión homicida: "He hecho el cálculo
con mucho cuidado y puedo decir con precisión que he matado a 122".

Uno de esos alemanes, prosigue diciendo Hemingway, era "un joven soldado
que intentaba huir en bicicleta y que tenía más o menos la edad de mi
hijo Patrick".

Patrick había nacido en 1928, de modo que la víctima debía tener 16 o 17
años. El escritor le cuenta a Mizener que le "disparó a la espalda con
un M1". La bala, de calibre 30, le dio en el hígado.

Esta carta no había sido publicada hasta ahora en Alemania. Sin embargo,
no existe ningún testimonio que confirme la admisión de Hemingway.

Además, tal como aclara Schmitz, "en sus cartas el premio Nobel siempre
tendía a la exageración, a alimentar el mito de su machismo".

Pero hasta sus admiradores aceptan que durante la Segunda Guerra Mundial
probablemente haya violado las disposiciones de la Convención de Ginebra.

Schmitz, por su parte, señala que hasta ahora nadie ha indagado con
seriedad en los archivos bélicos para arrojar luz sobre este aspecto
importante de la vida de unos de los grandes de la literatura mundial de
nuestro tiempo.

El ejercicio de matar

Hay algunos indicios de la fascinación que el acto de matar ejercía
sobre Hemingway, que ganó el premio Nobel de Literatura en 1954.

"Me gusta disparar con un fusil, me gusta matar y Africa es el lugar
donde puedo hacerlo", le escribió en la primavera de 1933 a Janet Flanner.

Seguramente hablaba de los animales que había abatido durante el safari
de dos meses que había hecho ese mismo año, que más tarde inmortalizó en
Las verdes colinas de Africa .

Pero más de uno recordará el principio de un artículo firmado por Ernest
Hemingway que fue publicado en Esquire en abril de 1936: "Sin duda
ninguna cacería es comparable con la cacería del hombre, y quien ha
cazado hombres armados durante mucho tiempo y con placer, después ya no
siente interés en otra caza".

Traducción: Mirta Rosenberg - Diario La Nación: www.lanacion.com.ar

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Nota de Misceláneas de Cuba: El artículo anterior ha sido distribuido
por LiberPress - Contenidos & Noticias, liberpress@gmail.com.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=7153

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