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Wednesday, July 19, 2006

Hurgando en la higiene de La Habana

Hurgando en la higiene de La Habana

Por Juan Carlos Linares Balmaseda

Bitácora Cubana, 18 de julio de 2006 – La Habana

Manoseaba las páginas de la Enciclopedia Popular Cubana de Bustamante,
editada en la década del 40 y, concerniente a la sanidad en el período
que Cuba fue colonia de España, encontré la siguiente cita:

"…en La Habana, la constante suciedad de su puerto, el hacinamiento de
sus muchos habitantes en sus casas, la basura amontonada en lugares de
concurrencia, el lastimoso estado de los hospitales y la falta de
precaución por la higiene pública, fueron otros tantos incentivos para
que se desarrollasen epidemias…"

La Enciclopedia también nos informa que durante el periodo colonial,
disímiles y cruentas epidemias asolaron la isla y con mayor incidencia a
La Habana. La Fiebre Pútrida en 1649 diezmó al 30 % de la población
habanera. Desatada en una flota naval

anclada en el puerto de la bahía en 1670, un brote de la llamada Fiebre
Tifoidea exterminó casi por completo a la tripulación. En 1761 surgen
los primeros apuntes estadísticos de Fiebre Amarilla, haciendo de ésta
enfermedad una de las más temidas en la isla por su rápida virulencia y
por ocasionar mayor cantidad de muertos que las dos guerras por la
independencia juntas, la del 1868-78 y la del 1895-98. El Cólera Morbo
asoló en 1833 con una mortandad diaria de 435 personas en el momento de
mayor contagio, y volvió a reaparecer en 1850 y en 1867.

Con el gobierno de ocupación norteamericano (1898 al 1902), en
específico con el mandato del general Leonard Wood en 1899, comenzaría a
organizarse una cultura higiénica desconocida hasta entonces por la
mayoría de los cubanos.

A partir del descubrimiento de Carlos J. Finlay, las primeras acciones
higiénico-sanitarias de carácter popular fueron orientadas con un
objetivo profiláctico: la erradicación del mosquito transmisor de la
Fiebre Amarilla. Con ese objetivo se difundió las construcciones de
letrinas cementadas y la comercialización de inodoros, se hicieron
estudios sobre la recogida de basura y se procedió al sellado de los
pozos de aguas contaminadas…

Estas y otras disposiciones irían configurando lo que poco tiempo
después sería el Ministerio de Salubridad.

Tampoco deben quedar en el olvido las donaciones del pueblo
norteamericano, en particular la ayuda canalizada por la señora Clara
Benton al frente de una misión humanitaria, la cual incluía asistencia
médica, medicamentos y medios higiénicos.

A partir de que la Corona Española perdió la soberanía sobre Cuba, otro
importante aporte a la salud pública fue que la industria farmacéutica
norteamericana iría sustituyendo los anticuados métodos de la Farmacopea
tradicional, la que consistía en la elaboración de formulas y pociones
en las llamadas Boticas, terminología derivada de la palabra francesa
Boutique.

Con la instauración de la República el 20 de mayo de 1902, comienza un
despegue vertiginoso en materia de salubridad y cultura higiénica
social. Esta alcanza su

mayor esplendor durante la década de los años cincuenta del siglo
pasado. Para esa época, eficientes redes de alcantarillado y servicio de
agua corriente, unido a un efectivo sistema de recogida de basura y
confortables hospitales públicos y privados hacían del paisaje habanero
una moderna ciudad. El embellecimiento del entorno urbano también se
consideraba parte indispensable de la salud colectiva.

Desde su inauguración en 1922, la radio también jugó un importante rol
en el creciente desarrollo de la cultura higiénica de los cubanos. Y con
la entrada de la televisión a partir de 1951 se incrementarían los
aportes en materia de pulcritud, promoviendo mediante la publicidad los
productos de limpieza y de aseo personal.

Al tomar el poder en enero de 1959, el actual gobierno hereda una sólida
infraestructura nacional en la prevención de epidemias, la que no era
sólo exclusiva de la capital, como señala la presente historiografía
oficial. De hecho, la mayoría de aquellas obras pluviales, sanitarias e
hidráulicas, y hospitales y policlínicas se extendían por todo el país
en mayor o menor grado. Muchas aún se mantienen funcionando en el
presente, a pesar del pésimo ciclo de mantenimiento. El progreso
heredado de los primeros sesenta años del siglo veinte permitió a este
gobierno continuar desarrollando nuevos programas de prevención de
enfermedades como la poliomielitis, la hepatitis, etc.

Para 1960 se habían truncado la mayoría de los novedosos programas
privados y gubernamentales con anterioridad diseñados sobre la base de
una economía capitalista, dándole paso a otros proyectos de corte seudo
comunistas, muchos de ellos ejecutados a partir de ideas desatinadas. De
tal manera el progreso de la salud pública vendría frenándose en
determinadas áreas, y en otras se retrogradaría a niveles de la era
colonial.

Un ejemplo de retrocesos se evidencia en la recolección y reciclaje de
la basura. Resultan escenas cotidianas del presente ver en plena vía
pública montañas de desperdicios, y habitando a sus anchas en ellas a
ratas, moscas, mosquitos y otros vectores. O a perros disputándose una
inmundicia entre los transeúntes que pasan. Así dispersan por doquier
almohadillas sanitarias, condones o jabas plásticas con heces fecales
lanzadas por los balcones de edificios en las zonas densamente pobladas.
Tampoco ya son noticia los salideros de aguas albañales o las tupiciones
en las redes de desagües, provocando inundaciones por causa de un simple
aguacero. Ni la escasez de antibióticos y de reactivos. Ni los brotes de
bacterias y microorganismos que están azotando ahora mismo a los
capitalinos, siendo todo eso minimizado o silenciado por el gobierno.

Desgraciadamente reapareció el dengue. Otras enfermedades como la
hepatitis o afecciones pulmonares están llevando todos los días a las
salas de terapias intensivas a un desconocido número de capitalinos. El
miedo de las autoridades es a que tales informaciones trasciendan a
entidades internacionales de salud y en sentido general afecten los
planes turísticos y económicos.

Hoy por hoy, la capital de los cubanos ha devenido en la meca de la
suciedad, con visos de anarquía social. Mientras tanto, como solución
coyuntural, el régimen mantiene afilada su guillotina para cuando sea
necesario defenestrar a algún dirigente y aplacar a la opinión pública.

La correlación entre la capacidad adquisitiva de la ciudadanía y el
coste de la vida no puede ser más aberrante. En cualquier
establecimiento por divisas, el único lugar dónde se venden, una
elemental pastilla de jabón de baño equivale a una jornada de trabajo
diario. Por igual ocurre con el valor de los demás enseres de higiene
domestica.

En tiempos de la colonia existía un refrán para expresar dificultades.
Se decía: "eso es más difícil que hacer bañar a un gáito ". En los
primeros años de República, hasta los hábitos tradicionales del aseo
personal se transformaron, pues como se conoce debido a razones de
tradición y a los hábitos culturales, los inmigrantes originales que
venían de la Madre Patria y hasta algunos criollos eran bastante
renuentes al baño cotidiano. Por fortuna las nuevas generaciones de
cubanos no han perdido la sana costumbre heredada del pasado
republicano; y cada vez que tienen unos quilitos a mano, en lo primero
que se los gastan es en un jabón o en un paquetico de detergente.

http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=2501

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