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Wednesday, May 03, 2006

El Infiernillo de Castro

El Infiernillo de Castro
2006-05-03

Foto: Julio González Mendinueta.
Me cuenta un amigo exiliado que en el piso 13 y 14 de la Biblioteca
Nacional de Cuba se almacenan los libros prohibidos. Él lograba el
acceso al lugar gracias a una licencia especial del director. Desde ese
recinto de proscripciones pudo devorar las buenas obras que se esconden
a esa altura, en uno de los edificios más hermosos que rodea la Plaza
Cívica José Martí en la Ciudad de la Habana.

Me dijo, además, que muchos bibliotecarios con varios años de trabajo en
esa institución jamás han podido acceder al nivel 13 y 14. La razón es
muy simple. No todos los empleados gozan de la confianza del director y
de los oficiales de la policía política que cumplen la misión de
vigilancia y control.

La idea de separar los llamados “libros peligrosos”, porque pueden
romper la cerca donde oprimen a un rebaño humano de incalculable valor,
no ha sido obra de ninguno de los directores de la Biblioteca Nacional.
Es política oficiosa proveniente de un edificio cercano ubicado en un
área de la plaza donde se toman decisiones y en donde se cobijan un
grupo incondicional de oportunistas incultos liderados por el viejo
Castro. Es decir, el Consejo de Estado.

El papel del director es cumplir la orden bajada de palacio. Para ello,
lógicamente, hay que tener alma de Torquemada y voluntad de fascista.
De otra manera nadie que diga amar a los libros se entregaría como un
bracero de cabalgata a una dictadura para censurar obras trascendentes y
necesarias para un pueblo con sed de información.

“El infiernillo”, como se conoce ese espacio de censura, acoge las obras
de autores cubanos como Leví Marrero, Heberto Padilla, Raúl Rivero y
Virgilio Piñera. De extranjeros que van desde filosofos como Frederich
Hayek, Ludwing Von Mises y Jean Paúl Sastre hasta escritores
latinoamericanos del relieve de Mario Vargas Llosa y Jorge Luis Borges
pasando por un premio Nóbel como el ruso Alexander Solzhenitsyn.

Todo esto, nos hace suponer que en “El Infiernillo” están sepultadas las
obras literarias del checo Milán Kundera y el peruano Eudocio Rabines.
El ensayista venezolano Carlos Rangel y el escritor mexicano Octavio
Paz. También el francés Alexis de Tocqueville y el inglés Paúl Jonson.
Los cubanos más exitosos internacionalmente en los últimos años como
Guillermo Cabrera Infantes, Reinaldo Arenas y Zoe Valdés. Ah! y por
supuesto, está confinado en los fríos estantes del infiernillo de Castro
Rafael Rojas el mejor ensayista cubano vivo y toda la obra de Carlos
Alberto Montaner, Jorge Mañach, Daína Chaviano, Gastón Baquero y tantos
otros insignes representantes de las letras cubanas.

Manuales de democracia, documentos históricos del período anterior al
sistema totalitario de gobierno en Cuba, libros religiosos, de
comunidades fraternales, manuscritos de importantes figuras literarias y
políticas de la república son apretujados en los antros de la
intolerancia. En la misma medida y con total vulgaridad se encuentran en
esa mazmorra las obras de un clásico de la ilustración inglesa como
Hembert Spencer. Reposan en los estantes además las obras de Henry David
Thoreau y Ayn Rand.

Los viejos periódicos nacionales no están en la hemeroteca para uso del
público. Estos han escalado varios pisos cargados por una falange de
inquisidores vestidos de verde olivo o usando la guayabera policial.
Objetivo: borrar parte de la historia de una isla gobernada con
granadas y bayonetas.

El Infiernillo de Castro es más que el piso 13 y 14. Es más que un libro
prohibido o una Biblia incinerada en la hoguera del horror y la
reprobación. La isla consumadamente es un infierno. Lo lamentable es que
a esta altura del juego haya intelectuales que prefieran cargar sobre
sus hombros la deshonra que el respeto a la libertad intelectual.

Nota: El artículo anterior fue publicado en la sección de Extramuros de
la versión impresa de Misceláneas de Cuba, No. 2, Año III, Marzo-Abril
2006, pp. 104-5.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=5332

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